Por Aurelio F. Concheso
Para el millar de ejecutivos medios y trabajadores de la transnacional Kimberly Clark, empresa que por varias décadas producía en Venezuela marcas tan conocidas como Kleenex, Kotex, servilletas Scott y pañales Huggies, la inesperada llamada en la mañana del sábado 9 de julio, tiene que haber sido un golpe muy duro pues en solo tres minutos le informaban que sus vidas habían cambiado irremisiblemente.
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“Hoy 9 de junio K-C anuncia su decisión de suspender, con efecto inmediato todas sus operaciones en Venezuela” comienza el mensaje. Procede a explicar las causas que los llevaron a tan lamentable decisión, a informar que le habían transferido en efectivo ese día a sus trabajadores, proveedores y demás acreedores todo lo que les adeudaban, que sus puertas no volvería a abrir a partir del lunes 11 de junio, y termina con un escueto “gracias por sus contribuciones y le deseamos lo mejor en el futuro, thank you and goodbye”.
Era la sexta transnacional en cerrar sus puertas en 2016, previamente lo habían hecho General Mills con su marca “Diablitos”, neumáticos Bridgestone, Lufthansa, Latam y Aéreo México. De una forma u otra todas ellas siguen el ejemplo “que Clorox dio”, empresa que cerró en forma similar a K-C hace ya casi dos años. Una combinación de precios impuestos por decreto por debajo de los costos de producción, la imposibilidad de conseguir divisas a tasas preferenciales y una prohibición penal de hacerlo a dólar libre, está diseminando el otrora dinámico parque industrial venezolano.
A partir de los años 60, y hasta finales de los 90, los valles de Aragua y Carabobo disfrutaron un auge de empresas industriales de diversa índole. Hubo un momento en que General Motors exportaba miles de rústicos hacia el resto de Sur América, y los componentes de chasís producidos por empresas como Danaven (que se surtía de acero de la hoy re estatizada y paralizada SIDOR) se incorporaban a los Cadillac ensamblados en Detroit. Hoy todo eso pertenece al pasado y con cada cierre el gobierno hace pomposas declaraciones de rescate que terminan quedando en nada.
Ya muchas empresas llevaron a pérdida los diferenciales cambiarios de sus operaciones venezolanas en los balances de 2015, desvinculando a sus casas matrices financieramente de las mismas. Pareciera que es solo cuestión de tiempo para que otras repitan el “goodbye” de Kimberley-Clark. ¿Y el Gobierno? Bien, gracias, como si la enorme destrucción de infraestructura industrial producto de años de inversión no solo de material, sino de talento humano, no fuera con ellos, y la fiesta de sobrefacturación de importaciones sustitutivas que forran los bolsillos de sus burócratas pudiera durar para siempre.
Aurelio F. Concheso es Ingeniero Mecánico, graduado en el Instituto Tecnológico de Massachussetts (M.I.T.) con estudios de post grado en esa Institución y en el IESA de Caracas, Venezuela