
Por Juan Sebastián De Zubiría Ragó
Tuve la suerte de viajar a Medellín en uno de los recientes días sin carro. Quedé muy sorprendido con la nube de polución que cubría prácticamente todo el Valle de Aburrá.
Me pregunté, por qué Medellín, que se precia de contar con un sistema de transporte público tan eficiente como el metro, estaba padeciendo un problema de contaminación tan grave que se haya tenido que pedir a la ciudadanía que deje en casa sus vehículos durante varios días. Encontré, para mi enorme sorpresa, que el número de vehículos por habitante en Medellín es mucho mayor al de Bogotá.
Según datos de la Secretaría de Movilidad de Medellín, en la capital antioqueña circularon 343 vehículos por cada 1.000 habitantes durante el 2015. En Bogotá, aunque no hay datos oficiales, se calcula que la cifra se mantuvo entre 190 y 260. Tal es así que, a pesar de contar con un sistema de transporte masivo de alta velocidad que transporta más de 530.000 pasajeros diarios en la zona metropolitana, la velocidad promedio de circulación de un automóvil en Medellín se encuentra alrededor de los 22,6 km/h, mientras que en Bogotá se calcula 17 % más alta, por encima de los 27 km/h.
El metro no es una solución
El metro no es la solución de movilidad para las ciudades del siglo XXI. Capitales como Amsterdam, Berlín, Londres, Santiago o Madrid, que cuentan con sistemas de transporte público masivo que incluyen un metro de dos o más líneas, tienen, a pesar de ello, más vehículos per capita que Bogotá.
Esto se debe, entre otras cosas, a que el metro es un sistema de transporte masivo que no desestimula el uso del vehículo particular. Por ende, no es una solución a los problemas de movilidad de la ciudad. Lo que Bogotá necesita es un sistema que refrene la compra y uso del vehículo particular sin que por ello la ciudadanía deba renunciar a ventajas como su seguridad, agilidad, flexibilidad y comodidad, ni pagar más. Esto solo lo consigue un sistema de carro compartido que use la tecnología digital como Uber.
Un sistema más seguro, económico y ágil
El usuario de vehículo particular que se pasa a Uber ya no tiene que pagar impuestos, seguros, mantenimiento y parqueaderos (ni invertir 10% del tiempo del día buscando uno). Únicamente debe pagar la tarifa sobre los traslados efectivos, que, además, puede calcular con anticipación. Incluso es posible dividir el costo automáticamente entre las personas que toman el servicio –si viaja con amigos, por ejemplo–.
El usuario habitual de servicio de transporte público masivo (estrato 2 en adelante) podrá usar servicios de carro compartido como UberPool junto con otros pasajeros que vayan en su misma dirección. Así, podrá cancelar una tarifa 30% más baja que en el sistema individual (cercana a los US$ 2, que es lo que cuesta promedio la tarifa del Metro en el mundo) y podrá llegar a su destino hasta en la mitad del tiempo. Otra opción es Ubermoto, que ha tenido resultados interesantes con tarifas muy bajas en países como México y Tailandia.
Un solo vehículo de Uber puede llegar a reemplazar diariamente a 24 vehículos particulares, y a más de 60, cuando se usa en compañía, como en UberPool. Su uso no solo tiene un impacto real sobre la velocidad de circulación en las calles, sino también sobre la calidad del aire de las ciudades y el bolsillo de los usuarios.
Los sistemas inteligentes de transporte particular no solo son tan económicos como el metro, sino que también son más flexibles y eficientes que éste en la reducción del tránsito en las grandes ciudades. A la vez, son más seguros y confortables, tanto en términos ergonómicos y técnico-mecánicos como en los psicológicos.
Quienes diseñan los sistemas masivos de transporte como el metro le restan importancia a variables psicológicas como la seguridad, el control y la comodidad. Además, introducen otras variables que resultan tan nocivas para la salud mental de los usuarios como para la sana convivencia: el estrés por la aglomeración y el ruido; la percepción de estar en riesgo de ser víctima de intolerancia, actos abusivos o actividad delincuencial; y la pérdida de sentido de pertenencia a una ciudad que se vuelve invisible en lo subterráneo, entre otras.
Reducir estrés y garantizar confort
Contrario a lo que sucede en el transporte público, en Uber, por ejemplo, el usuario puede conocer la información completa acerca del vehículo y su conductor antes de iniciar el viaje. También puede saber exactamente en cuánto tiempo llegará el servicio hasta su ubicación y disponer de un ambiente privado, ajustado a sus requerimientos y adecuado para su comodidad, en el que es considerado como un individuo y no como parte de una masa.
El usuario puede, asimismo, compartir su ubicación en tiempo real con sus familiares y amigos, quienes podrán seguir el trayecto desde su celular. Se despreocupa del riesgo de llevar consigo objetos de valor o dinero en efectivo para usar el servicio.
Y goza tranquilamente del paisaje que ofrece la ciudad, ya que el conductor es consciente de que el usuario realizará una evaluación pública de su servicio en el sistema. De tal manera, no hay incentivos para prestar un mal servicio o cometer alguna falta o irregularidad.
El metro solo ha mostrado una verdadera eficiencia en términos de reducción del tráfico de vehículos y del parque automotor en ciudades industriales de gran crecimiento como Macau, Ankara o Hangzhou. Servicios de transporte inteligente como Uber son mucho más ágiles, flexibles y se adaptan a cualquier tipo de ciudad; en especial a aquellas donde los servicios constituyen la mayor parte de la economía, como en Bogotá.
Juan Sebastián De Zubiría Ragó es el director general de Proyectos Especiales de la Fundación Alberto Merani.