Por Rafael Valera
Nuestra historia política contemporánea, por mucho que traten de ensalzarla con idílicas discursivas, jamás fue cuna de la Realpolitik. Ni hablar de la precaria situación ideológica en el sistema de partidos, respaldada por la manifestación más grotesca de un masoquismo existencial, tropezando con la misma piedra una y otra vez.
Nietzsche, en Más allá del bien y del mal, atacaba maravillosamente la moral estéril y vacua de los pensadores de su época, trascendiendo todos los sistemas filosóficos y dogmas anquilosados en la cultura decadente que lo rodeaba. Para el filósofo, el sinsentido, es decir, la autoposesión de la vida y la voluntad de poder, era la ruta para la liberación y renacimiento del hombre.
El puritanismo dirigido hacia la esencia misma del hombre y la autenticidad, entendida como una oda a su naturaleza, resultaba en un hedonismo individual; todo eso era, para Nietzsche, claramente preciado.
En el estrato más atómico de nuestra existencia, la libertad cumple un rol fundamental en nuestro desarrollo y en nuestra eterna lucha por la elevación. Nacemos con ella, pero morimos existencialmente sin su vigor, los fragmentos de acciones a tiempo y destiempo que componen nuestra vida se basan en ella. La cultura, la educación, el lenguaje; todos estos fenómenos influyen directamente sobre ella.
Las ideologías políticas, actualmente en una especie de debacle donde Sísifo ahora maneja un carro para chocarlo contra un muro una y otra vez, son utilitaristas con la libertad. La instrumentan para autogestionar su permanencia en el Estado y sus bases filosóficas la sitúan muy por debajo de su lugar real.
La realidad demuestra que el marxismo aborrece la libertad, utilizándola, generalmente, sólo a nivel lingüístico, ya que en el discurso recurren a ella ad nauseam pero en la práctica la degüellan sin arrepentimiento. Actualmente, la utilizan de la misma manera que la palabra “democracia”, la surten de una serie de valores ajenos a su esencia para que el populismo cale más fácilmente.
El sentido de la libertad para todas sus facetas (leninismo, trotskismo luxemburguismo, guevarismo, maoísmo, etc.) y sus disfraces centro-humanistas (socialdemocracia, progresismo, etc.) puede ser un brevísimo sinsabor en el discurso, o puede ser un muy útil argumento tergiversado para manipular a las masas. En otros casos, ni siquiera tratan de seducir a la gente, tan sólo balbucean ironías, como aquella de Lenin sobre “ser libres”.
Si vamos a los hechos, desde la época “democrática” de Venezuela, se hablaba más del progreso y de la falacia de la justicia social, que de la libertad en sí. La lengua bífida AD-COPEI era ducha en ello y enseñó excelentemente a sus crías. Hoy en día, la clase política actual MUD-PSUV, se despliega en su eterna campaña con ditirambos a la libertad, para más tarde criminalizar los efectos inherentes al ejercicio de ella.
La valoración fáctica a la evidencia histórica provoca que, en ocasiones, se de por sentado un hecho sin intenciones de repensarlo. Es fundamental entender que la libertad es un elemento no-material –a pesar de esto, Locke cedía gran espacio al Estado en su argumento sobre el trabajo y la propiedad– y gran parte de los liberales tienden a creer que la libertad es útil porque, según la historia, suele responder bien en términos de condiciones de vida a posteriori, en un sentido económico.
En la época más gloriosa de Occidente, la libertad no necesitaba de expresiones materiales para ser tangible, sino que se servía del arrojo, el orgullo, el honor, la dignidad, valores ancestrales que llevaban a la gloria, a un porvenir que llenaba la realidad con lo que los habitantes de la Nación decidían.
En defensa de la libertad
La verdad es que la libertad no debe defenderse por una tendencia histórica común en varias naciones, ni con fines demagógicos. Se defiende porque es nuestra condición natural como individuos, porque representa todos los valores necesarios de una vida digna y elevada. Por el simple hecho de nacer libres, ya existe el compromiso de enaltecer y preservar la vida misma, sin ella vegetamos… Somos libres porque elegimos, decidimos, no por buscar algo más allá sino porque dominamos el “estar”, el aquí; y porque somos responsables de lo que hacemos a causa de ello.
Nosotros decidimos trascender las ideologías, puesto que emplean la libertad para subyugar a otros cuando, en realidad, debemos hacerlo para ser más libres. Nuestros pasos no son dados por sueños de tierras prometidas ni por porcentajes con base en hechos históricos, sino porque Venezuela jamás ha sabido ser libre ya que a lo largo del tiempo, sus nacionales han desconocido la energía que ellos mismos poseen, decidiendo entregarla por omisión a fuerzas destructoras. Es necesario pensar más allá del espectro político dado que los cánones establecidos sólo profundizan la decadencia cultural sufrida desde hace, al menos, un siglo.
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Venezuela no puede seguir más bajo fétidos socialismos que desgarran todo rastro de vida a su paso. El lema deberá ser “Libertad o nada”.
Rafael Valera es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Rafael Urdaneta de la ciudad de Maracaibo y miembro del think tank Venezuela Futura. Síguelo en @rafaelvalera96