Durante mi viaje como periodista a Venezuela, no tuve que aventurarme mucho para experimentar, de primera mano, la escasez y la megainflación de este petroestado. De acuerdo con algunas mediciones, esta es la economía más miserable del mundo.
Es un reto comprender la crisis. Pero una visita al proveedor local de perros calientes provee una visión gastroeconómica de primera mano. Este no es un perrocaliente normal. Existe el perrocaliente con queso y chile normal, y luego está la monstruosidad venezolana conocida como “pepito”.
Como la propia crisis económica del país, los problemas del “pepito” vienen en capas. Comienza con un gran pan de perrocaliente y una salchicha pequeña.
“Agregamos carne, pollo, chorizo y tocineta, y maíz, queso y cebolla”, dice Francisco Peña, un vendedor callejero de pepitos a tres cuadras de mi hotel en Caracas. “Es muy particular”.
Francisco, de hecho, omitió unos pocos ingredientes que antes solían encontrarse en mi pepito regular: Mostaza, mayonesa, guacamole (guasacaca es el término local), kétchup y papas fritas desmenuzadas.
Para el registro, me comí dos (en días separados). En mi primer viaje, me costó 900 bolívares. Tres días después, una nueva lista de precios estaba pegada sobre la anterior. Y el precio del pepito subió a Bs. 1.050.
Peña culpó de esto a la inflación.
“Si vas a comprar un paquete de salchichas, son 9.000 hoy, y mañana 15.000. Es una locura. Algunos ingredientes podemos encontrarlos. Pero a veces no podemos encontrar algunos, incluyendo el pan”.
¿Por qué? Exploremos las capas de la economía. Un problema subyacente fundamental —piensen en él como en el propio “pepito”— es que Venezuela vive, casi completamente, de producir y vender petróleo.
El historiador Miguel Tinker Salas, de la Universidad Pomona, señala que antes de la era del petróleo, Venezuela exportaba café y cacao. Aún existe potencial “en agricultura, minería, turismo, etc.”, dijo. “Pero todos estos fueron sacrificados, porque el petróleo era el modo más expedito, rápido y fácil de proveer renta”.
En la capa superior a esta, el Gobierno malgastó su renta petrolera. Para proveer gasolina subsidiada (la más barata del mundo) y otros servicios de salud, vivienda y educación, el país pidió prestado. E imprimió dinero, creando inflación. El estimado oficial es de aproximadamente 180%; otros estimados varían entre 400 y 700 por ciento. Los bolívares pierden valor casi diario.
Y encima de esto, los precios han caído dos tercios en dos años, así que no hay ingreso petrolero suficiente para importar bienes (recuerden, el país casi no produce nada más). Esto incluye ingredientes mundanos: Harina de maíz, arroz, leche, fórmulas infantiles, Tylenol, papel de baño, condones.
Hasta la pasta de tomate para el kétchup es difícil de conseguir, así que los dos productores del país han suspendido operaciones.
[adrotate group=”7″]“Para uno de ellos no pudimos encontrar pasta de tomate”, señaló Luis Vicente León, un encuestador y economista local. “El otro no consigue la tapa de sus botellas, porque es importada”.
Aún así, nuestro pepito está inundado de kétchup. Nuestro vendedor puede haberlo obteniod de un vendedor del mercado negro. Para muchos, la única manera de obtener un producto básico es encontrar una fuente de contrabando, a través de amigos o grupos de chat en Facebook o Whatsapp. Pero a Peña el mercado negro le ha hecho daño.
Su familia vive en Maracaibo, al oeste de Caracas. Una vez compró comida para llevarles en persona. Pero en el camino, lo detuvieron soldados que asumieron que era un contrabandista. Le quitaron la comida, y probablemente la revendieron ellos mismos.
Eso representa una capa más en la miseria venezolana: La de la corrupción.
Scott Tong es reportero de Marketplace.org, ganador del Knight-Wallace Fellowship. Este artículo fue publicado originalmente en la página Marketplace.org y se reproduce con autorización de su autor y de este portal. Siga a Scott Tong en Twitter: @tongscott.