Por Ramiro Pinto
Martes de la segunda semana del mes de febrero de este año. Conversaba amenamente con mi asesora comercial de uno de los más importantes (y sólidos) importadores de tecnología del Ecuador. Casi como un secreto, con un tono de miedo en su voz, me dijo que en Quito, donde funciona la matriz de la empresa, habían sido despedidos 25 empleados; que aún no tocaban la plana de Guayaquil, pero que probablemente prescindirían de ella una vez que la pelota cruce la cordillera. Yo, con inoportuno positivismo, le dije que no debía preocuparse, que ella hace un gran trabajo y que “zafaría”.
Viernes de la misma semana; llamo desesperadamente a mi asesora para adquirir ciertos productos que necesitaba —las oportunidades de negocio escasean en estos días, por lo que se debe actuar con premura. No me contestó el celular. Imaginé que almorzaba. Fui a las oficinas, porque, como decía, estaba de afán.
Su puesto estaba vacío. Conversé con su vecina de puesto, una asesora igual de agradable. Y, como quien da el pésame, me indicó que “Emilia ya no labora más con nosotros”. En su cubículo estaba sentada la gerente de Recursos Humanos, quien había volado desde Quito para comenzar con los trámites pertinentes del ya habitual “recorte de personal”.
Lunes de la tercera semana de febrero. Semáforo en rojo en la Av. Francisco de Orellana (arteria vital de la ciudad de Guayaquil), 35 grados centígrados. Reviso un email recién llegado: un gran cliente acabó de adjudicar a mi empresa una orden de compra por un monto importante. Dos señoras, vecinas del semáforo, se ríen al sorprenderme celebrando con los brazos agitados dentro de mi vehículo. Se contagian.
Apenas arribé a un sitio seguro, telefoneé a mi asesora de ventas de otro prestigioso importador.
– Juanita, ¡qué gran día! Y para alegrárselo más, necesito hacerle un pedido de 40 bultos. El día martes los necesitaría en las bodegas, por favor.
– Ing. Pinto, venga el lunes (fin de mes) temprano a realizar el pedido, porque solo hasta ese día me encuentra.
Con la voz entrecortada y la confianza que me tiene, me confiesa que el “recorte de personal” también ha llegado a su empresa. Toda mi alegría por el negocio se convirtió en una profunda y sentida tristeza. De todos los proveedores que trabajan conmigo, ellas han sido de las mejores asesoras comerciales que he tenido.
Emilia es madre soltera y Juanita es una señora que bordea los 55 años. Con la poca oferta de empleo actual, es muy probable que no encuentren ninguno durante un buen tiempo.
El clima laboral en Ecuador empeora. Mientras se siguen desplomando los precios de los commodities a nivel mundial, nuestra crisis económica se agrava. Y, aunque la verborrea del Gobierno trate de justificar su falta de previsión con frases como “la inversión es el mejor ahorro”, la situación no se apiada de las personas que no forman parte de la argolla de empresas mercantilistas que transan con el Estado.
Nunca antes en la historia de nuestro país el petróleo había mantenido una constante de precios elevados. Hasta la persona menos estudiada sabe que en los tiempos buenos se ahorra para las vacas flacas, sobre todo cuando esos ingresos no dependen nosotros. Es como estar sin trabajo, ganarse la lotería y gastarlo todo.
Pero mucho más importante que el ahorro es habernos preparado para no depender del petróleo. Y eso, lastimosamente, ningún Gobierno, desde el boom petrolero de los años 80, se ha dignado en hacerlo.
El Impuesto a la Salida de Divisas (ISD), las salvaguardias, los excesivos impuestos y el posible timbre cambiario son medidas paliativas que, desde la órbita del Gobierno socialista de Rafael Correa, amortiguan la crisis, aumentando las arcas fiscales. Ataquemos el origen del problema; dejemos de mirar el dedo y comencemos a mirar la luna. El origen de nuestras constantes crisis es la dependencia del petróleo. Y nuestra relación intrínseca con la asistencia estatal.
Abrámonos al mundo, exportemos al resto del globo lo que mejor sepamos hacer; importemos lo que sea mejor en otros lares, demos las garantías jurídicas necesarias para incrementar exponencialmente la inversión extranjera; mantengamos reglas claras tributarias (sin cambios cada tres meses), respetemos las opiniones de otros y desechemos la bandera de la confrontación. Con esto tendremos mayores plazas de trabajo y seremos menos dependientes del Estado.
Primera semana de marzo. La empresa por la que alguna vez laboré cuatro años ha despedido 200 empleados de todos los niveles jerárquicos. La clase media ecuatoriana comienza a desaparecer.
Ramiro Pinto es un empresario liberal ecuatoriano. Síguelo en @ramirobjj.