EnglishPor Eduardo Britto
El mundo conoce muy bien la pasión de los brasileños por el fútbol. El deporte no solo es el pasatiempo nacional de mi país, es nuestro orgullo internacional. La selección brasileña de fútbol ha ganado más Copas del Mundo que cualquier otro país en la historia de la FIFA, lo que llevaría a esperar que los brasileños estuviesen extasiados de que nuestra nación sea la sede de los juegos por primera vez desde 1950.
Pero la realidad es que con el torneo entrando en su segunda vuelta, en mi país reina un ambiente de decepción, tristeza, ira y rebelión. En un país donde más de 50.000 personas son asesinadas cada año, donde la gente muere esperando por un turno para ser atendido en un hospital público, y donde la calidad de la educación pública es una de las peores en el planeta, no es razonable esperar que la gente se olvide de todos estos temas para celebrar un evento deportivo. El gobierno brasileño gastó US$11,3 mil millones para albergar la Copa Mundial —la suma más grande en la historia del torneo— a pesar del hecho de que los brasileños viven en un caos indescriptible.
Como resultado, cientos de miles de brasileños han salido a la calle en los últimos meses para protestar contra el evento. Es cierto que la mayor parte de las manifestaciones no han tenido una agenda clara, que es bastante comprensible, teniendo en cuenta el tamaño del despilfarro en el que se ha incurrido con el torneo. Es difícil para los manifestantes determinar lo que deberían favorecer o rechazar dado lo poco receptivo que ha sido el gobierno, que ha empujado la idea de celebrar la Copa Mundial durante los últimos años en contra de la voluntad del pueblo. Muchos están pidiendo mejoras en la infraestructura, los servicios sanitarios, la educación, la seguridad, el transporte y la transparencia del gobierno. Sin embargo, los problemas de Brasil son tan numerosos que la mayoría de los ciudadanos están desesperados por conseguir cualquier tipo de cambio.
Los brasileños están indignados de que nuestro deporte nacional esté siendo manipulado con una jugada política. El Partido de los Trabajadores, que está actualmente en el gobierno, está utilizando la Copa del Mundo como una oportunidad para transmitir una buena imagen de Brasil a nivel internacional y conseguir apoyo doméstico para las próximas elecciones de octubre. Afortunadamente, las protestas masivas comprueban contundentemente que los brasileños entiende muy bien las verdaderas intenciones del gobierno.
A pesar de la imagen romántica que el Partido de los Trabajadores está proyectando para la comunidad internacional sobre el crecimiento de Brasil, el crecimiento del PIB de mi país se ha desplomado en los últimos años, de 7,5% en 2010 a 0,9% en 2012. La producción industrial también se ha contraído fuertemente. En diciembre pasado, Brasil experimentó la mayor contracción desde la crisis financiera mundial de 2008. A pesar de que durante los 12 años que ha estado en el poder el Partido de los Trabajadores ha liderado al país durante algunos de los más fuertes brotes de crecimiento de su historia moderna, la costosísima Copa Mundial puede no ser suficiente para aplacar a la gente de cara a las elecciones de octubre.
Y lo que es aun más escandaloso, el gobierno ha cedido a las demandas indignantes que la FIFA impone como condición para ser sede de los juegos. Incluso llegó al extremo de desalojar a más de 250.000 personas de sus hogares para dar paso a nuevos estadios y obras públicas relacionadas con la Copa del Mundo. A muchas de estas familias no se les dio ningún aviso previo ni ninguna compensación por la destrucción de sus hogares, aplastando el espíritu de personas que luchan por sobrevivir en un entorno plagado de miseria que ya de por sí representa un grave obstáculo.
Con esta realidad en mente, es tristemente comprensible que los brasileños, que son conocidos por su afición al fútbol, sean tan pesimistas sobre la Copa del Mundo. El deporte que tantos brasileños adoran como una religión de repente se ha visto opacado a causa de la incompetencia del gobierno y su falta de empatía hacia las necesidades del pueblo. Es una tragedia colosal, no sólo en cuanto a política exterior, sino también en cuanto al patrimonio nacional del pueblo brasileño.
Eduardo Britto es estudiante de Derecho en la Universidad Federal de Río de Janeiro.
Traducido por Alan Furth.