El feminismo de izquierdas, dominante en el plano político y mediático, insiste una y otra vez en que el sistema económico de mercado es incompatible con el pleno desarrollo de la mujer.
Por ello, esgrime de forma recurrente la necesidad de restringir la libertad económica y favorecer todo tipo de políticas intervencionistas. Desde este prisma, solo el Estado puede conseguir que la mujer salga adelante.
Sin embargo, un nuevo estudio del Instituto CATO de Estados Unidos y del Instituto FRASER de Canadá pone en tela de juicio este relato del feminismo de izquierdas. Y es que, cruzando el Índice de Libertad Económica con el Índice de Desigualdad de Género, ambas instituciones han encontrado que la brecha entre hombres y mujeres en términos de salud, derechos y trabajo es dos veces mayor en los países socialistas que en las naciones capitalistas.
¿Cómo se llega a esta conclusión? Vayamos por partes. Primero, CATO y FRASER miden el grado de libertad económica de los países, un ejercicio sugerido hace décadas por Milton Friedman que consiste en analizar decenas de variables, como el peso de los impuestos, la calidad de las instituciones o la apertura comercial. Después, ambas instituciones cruzan los datos con las mediciones de desigualdad hombre-mujer que realiza la ONU.
A pesar del sesgo anti-mercado que difunde Naciones Unidas a través de numerosas agencias y comités, lo cierto es que la comparativa es demoledora para los enemigos de la libertad económica.
En los países con economías más abiertas, la brecha sería del 18%. Sin embargo, en los países con un sistema cerrado al capitalismo, este indicador sube hasta el 46%. Lo vemos en el siguiente gráfico:
Resulta llamativo comprobar que la tendencia se mantiene si analizamos niveles medios de apertura o intervencionismo. En las economías semi-abiertas, la brecha sería de 33 puntos porcentuales, mientras que en las semi-cerradas alcanzaría el 37%.
Una vez más, moverse hacia más mercado es moverse hacia más igualdad… mientras que el giro hacia el intervencionismo aleja a las mujeres de un escenario paritario.
Conviene recordar, por otra parte, que las recetas económicamente intervencionistas que acostumbra a defender el feminismo de izquierdas han fracaso estrepitosamente allí donde se han aplicado.
El ejemplo más notable lo tenemos en Noruega, que acaparó muchos titulares cuando impuso cuotas de género en los consejos de las empresas. Lamentablemente, apenas se ha prestado atención a los malos resultados que tuvo esta reforma, quizá porque la corrección política impide abrir este necesario debate.