Desde los horribles atentados del 11 de marzo de 2004, el terrorismo yihadista no había logrado golpear con éxito en España, a pesar de su intensa actividad en la Península.
El bagaje de los cuerpos de seguridad del Estado tras décadas de lucha contra el terrorismo de ETA tuvo especial valor a la hora de articular una respuesta efectiva a la amenaza que pone en jaque la seguridad de Occidente. Buena muestra de ello son las decenas de operaciones policiales que se han celebrado en los últimos años: de 2004 a 2017, alrededor de 150 despliegues y más de 650 detenidos. Cifras que avalan la capacidad del Estado de Derecho para hacer frente a esta lacra.
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Pero el riesgo nunca ha desaparecido y el sangriento final del verano de 2017, marcado por los atentados en Cataluña, nos recuerda que la sociedad abierta siempre debe estar vigilante ante sus enemigos.
¿Qué podemos hacer para minimizar el riesgo de futuros ataques? Aún siendo conscientes de que la seguridad total es una utopía, hay que poner el foco sobre aquellos integrantes de la comunidad musulmana que coquetean con el radicalismo. Son una minoría entre los dos millones de musulmanes que viven en España, pero sus golpes son letales; por tanto, para reforzar la prevención, tiene sentido acelerar el cierre de mezquitas radicales (hay más de 150, según datos del Ministerio de Interior) así como redoblar los esfuerzos para frenar la difusión de propaganda yihadista a través de internet. No nos llamemos a engaño: la vía de la radicalización es conocida y no podemos tolerar cualquier forma de islam que sea incompatible con la seguridad, la libertad y el imperio de la ley.
En clave política, conviene recordar que la esperada “unidad de los demócratas” es una quimera. En las filas de la izquierda radical vemos que las CUP culpan de los ataques al capitalismo o que Podemos se mantiene fuera del pacto antiyihadista suscrito por PP, PSOE y Ciudadanos. Semejante impostura no debe bloquear al resto de partidos, que deben tomarse los atentados de Cataluña como acicate para multiplicar los esfuerzos contra el yihadismo.
En el plano informativo predomina un relato políticamente correcto que compagina el impactante testimonio de quien presenció los atentados con afirmaciones un tanto buenistas sobre cómo la sociedad española “se levanta” y “sigue adelante”. Y sí, quizá todo eso es necesario. Pero hace falta abordar el debate de fondo.
Porque el reto que enfrentamos tiene nombre y apellidos. Y si el yihadismo está librando una guerra abierta y cruel contra las libertades y el pluralismo de Occidente, tendremos que decir las cosas por su nombre y alzar la voz sin tibieza alguna en defensa de nuestra civilización, nuestros valores y nuestro modo de vida.