La innovación es uno de los ingredientes centrales de la economía de mercado. Como ha explicado el célebre empresario e inversor Peter Thiel, podemos concebirla de dos formas: por un lado, la innovación disruptiva, que pasa “de cero a uno” y crea algo completamente nuevo, dando pie a un “monopolio creativo” que intentaremos preservar lo máximo posible para aumentar su rentabilidad; por otro lado, la innovación acumulativa, que va “de uno a infinito” y consiste en introducir mejoras incrementales que, por precio o calidad, superan la propuesta que hasta entonces estaba vigente en el mercado, lo que nos da pie a una “ventaja competitiva”.
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Gracias a la globalización, los países pueden beneficiarse con relativa rapidez de los avances que se van dando en otras partes del mundo. Silicon Valley no deja de ser una pequeña región de California, pero sus innovaciones tecnológicas se propagan rápidamente por todo el mundo, gracias a la integración de mercados y a la aparición de una sociedad de consumo global.
Pero parasitar la innovación solo nos permite alcanzar una parte de sus beneficios, mientras que el verdadero reto pasa por ser capaces de crear esa innovación y recoger todos sus frutos. Y es que, aunque los beneficios de Facebook lleguen a todo el mundo, la economía que más partido saca a la red social de Mark Zuckerberg es la estadounidense, que acumula un mayor stock de capital, conocimiento y sofisticación gracias a la compañía fundada hace algo más de una década.
En este sentido, el cuadro que arroja el último Índice Global de Innovación arroja datos preocupantes para el futuro económico de América Latina. Y es que, en una lista que va de 0 a 100 puntos, todos los países auditados en la región logran notas muy bajas, que se mueven entre los 25,6 puntos del farolillo rojo a los 38,7 que logra el líder regional.
El liderazgo, un año más, es para Chile, que se coloca por delante de Costa Rica (37,1), México (35,8), Panamá (34,9) o Colombia (34,8). En la zona media de la tabla nos topamos con Uruguay (34,5), Brasil (33,1), Perú (32,9), Argentina (32), República Dominicana (31,2) y Paraguay (30,3). Las puntuaciones más bajas son para Ecuador (29,1), Guatemala (27,9), El Salvador (26,7), Honduras (26,4) y Bolivia (25,6). Por falta de datos fiables, Venezuela y Nicaragua no han sido incluidas en la tabla.
Este informe confirma, una vez más, que la clave para que América Latina logre un salto adelante en su modelo de desarrollo económico pasa por combinar el crecimiento con un mayor grado de complejidad empresarial. Pero mientras el discurso anticapitalista siga gozando de popularidad entre los votantes, será más complejo crear un marco para la profundización del mercado, lo que seguirá manteniendo a América Latina en la situación actual.