Aunque la Gran Recesión fue un golpe para toda la economía europea, no todos los países sufrieron de igual modo las turbulencias financieras de 2008. En España el impacto fue notable, ya que el pinchazo de los mercados coincidió con el estallido de una burbuja crediticia volcada en el sector inmobiliario pero presente en todos los sectores de la economía española.
Bajo el modelo de crecimiento de los cuatro años anteriores a la crisis, la economía registraba un punto de crecimiento por cada tres puntos de endeudamiento. El paro caía, pero de manera lenta y con niveles artificiales de ocupación en el sector de la construcción. El fracaso escolar batía niveles récord, pero la euforia económica tapaba esas carencias y asimilaba incluso a quienes llegaban al mercado sin la más mínima preparación. La balanza por cuenta corriente arrojaba un déficit cercano a los EUR€100.000 millones, equivalente al 10% del PIB.
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Todo eso se vino abajo como un castillo de naipes en 2008, pero el gobierno socialista se negó a tomar medidas de calado hasta 2010, permitiendo una sangría laboral que convirtió a España en una de las economías más golpeadas por la crisis. Nuestro mercado de trabajo nunca había funcionado bien, ya que solo creaba empleo con tasas muy elevadas de crecimiento y tendía a destruirlo cada vez que la economía se enfriaba. Sin embargo, las dificultades de las décadas anteriores no eran nada comparadas con el hundimiento de la actividad que sufrió España a partir de la Gran Recesión.
A nivel internacional, la mayoría de titulares sobre España se centraba en denunciar el escandaloso problema de desempleo que hay en nuestro país. El paro, que apenas superaba el 10% a comienzos de la crisis, llegó a rebasar el 25%. Esa espiral destructiva supuso pasar de 2,5 a 6 millones de desempleados, un aterrizaje forzoso que dejó al desnudo el modelo económico del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero.
Su relevo en el cargo, el aún presidente Mariano Rajoy, aprobó en 2012 una reforma laboral que atajó de raíz los males de nuestro mercado laboral. Por un lado, se redujo el coste de despido, lo que al mismo tiempo redunda en un abaratamiento de la contratación. Por otro lado, se redujo el peso de la negociación sectorial, tumbando el enorme poder de influencia de los sindicatos en la negociación de los salarios.
En mi próximo libro, “Por qué soy liberal”, explico que, de haberse aplicado una reforma así en 2008, España habría evitado la destrucción de dos millones de puestos de trabajo, de manera que el paro habría tocado techo en el 18%, ocho puntos por debajo del 26% que llegó a registrarse. La falta de libertad en el mercado de trabajo ha sido letal para España.
La reforma estabilizó el mercado de trabajo en apenas dos años y, a partir de 2014, las tasas de desempleo empezaron a reducirse a un ritmo vertiginoso. De hecho, el desempleo ya se sitúa en el 18% y el número de ocupados ha crecido hasta recuperar uno de cada dos puestos de trabajo perdidos con la crisis.
El buen bagaje que ha arrojado esta reforma liberal ha ido de la mano de la recuperación del crecimiento económico. De hecho, prácticamente todo el aumento del PIB se está traduciendo en creación de puestos de trabajo, como muestran las cifras de 2014, 2015 y 2016.
Los enemigos de la libertad criticaron primero la reforma afirmando que no crearía empleo. Ante la abrumadora evidencia, han cambiado de discurso y ahora dicen que el empleo es precario. Sin embargo, las cifras son claras. El 75% de los españoles tiene un contrato indefinido y casi la mitad del aumento de la ocupación se basa en acuerdos fijos. Además, los sueldos de los nuevos contratos han subido un 9% y el porcentaje de asalariados con un contrato de menos de tres meses no llega al 5% de toda la fuerza laboral.
Pero no todo es de color de rosa. A medio plazo, la reducción del paro puede estancarse. Esto se debe a la baja preparación que tienen 2,5 de los 4 millones de españoles que aún están desempleados. Sería inteligente potenciar la formación profesional para ayudar a estos trabajadores, ya que un simple cheque asistencial puede aliviar su situación personal pero no va a facilitar la reincorporación al mercado. También aquí se empiezan a plantear soluciones liberales y cada vez hay más voces a favor de dejar la formación en manos privadas, lejos de unos sindicatos que nunca habían contado con tan poco respaldo social.