En la década de 1980, Suecia era una de las economías más intervencionistas de Occidente. El viejo modelo de mercado que enriqueció al país escandinavo en la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX quedó relegado a un segundo plano tras décadas de predominio socialdemócrata.
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Para la izquierda, Suecia se convirtió en un mito, en un modelo incontestable. Aún hoy, en 2017, nos topamos con muchos analistas que creen que el éxito socioeconómico de esta monarquía se debe a las ideas del intervencionismo. Pero la realidad es muy distinta. Suecia lleva décadas replegando el peso del Estado y, de hecho, se ha convertido poco a poco en una de las economías más liberales del mundo.
¿Cómo se consolidó este cambio de rumbo? Stefan Fölster ha escrito un interesante trabajo en el que desgrana los ingredientes de las reformas suecas:
Control del gasto público. La deuda del Estado llegó al 80 % del PIB a mediados de los años 90, pero hoy se mueve en el entorno del 30 % del PIB. De los déficits crónicos, Suecia ha pasado al superávit presupuestario. En suma, el peso del gasto público sobre el PIB llegó a rondar el 70 % pero hoy se sitúa por debajo del 50 %.
Reforma de las pensiones. Para evitar la quiebra del sistema de reparto, se introdujo una regla matemática que ajusta las pensiones según la evolución de las contribuciones, para evitar desequilibrios. Además, Suecia introdujo un pilar de capitalización que, siguiendo el modelo chileno, permite que el 20 % de la pensión venga de un fondo que es propiedad del propio trabajador.
Recorte de los impuestos. El tramo más alto del Impuesto sobre la Renta se acercaba al 90 % en pleno apogeo socialdemócrata, pero en los años 90 se aprobó una primera ronda de rebajas fiscales que redujo al 30 % la fiscalidad directa soportada por la mayoría de los suecos y dejó el tramo superior en el entorno del 55 %. Para las empresas, el Impuesto de Sociedades cayó del 50 % al 28 %.
Desregulación de los mercados. Energía, finanzas, telecomunicaciones, transporte… ¡Hasta las tiendas de alimentación estaban controladas por el Estado! Sin embargo, Suecia dio un giro de 180 grados a su política estatista y apostó poco a poco por devolver al sector privado su papel protagónico. Una amplia agenda de privatizaciones y liberalizaciones permitió que el sector privado aumentase su peso sobre el PIB en más de veinte puntos.
Estabilidad monetaria. Las políticas inflacionistas de la era socialdemócrata quedaron atrás con un cambio de política por parte del Banco Central, que logró fortalecer la corona a base de subir los tipos de interés y combatir el aumento de los precios.
Libertad de elegir. Siguiendo las recomendaciones de Milton Friedman, Suecia introdujo un “cheque escolar” para permitir que los contribuyentes elijan si llevan a sus hijos a un colegio público o privado. Lo mismo ha ocurrido en la sanidad, la dependencia o la búsqueda de empleo, donde un sistema de “cheques” permite elegir entre proveedores públicos o privados.
Las reformas han dado muy buenos resultados. Suecia creció al 1,6 % entre 1976 y 1995, pero avanzó al 3,1 % entre 1996 y 2005. De hecho, entre 2006 y 2012, el PIB aumentó a un ritmo medio del 1,9 %, mientras la Eurozona crecía al 0,7 %, aquejada por una Gran Recesión que no tuvo un gran impacto en Suecia.
Ahora, si nos fijamos en el Índice de Libertad Económica que publica la Fundación Heritage, vemos que Suecia ocupa el puesto 26, con una nota de 72 puntos sobre 100. En 1995, la primera edición del informe otorgaba al país escandinavo unos 61 puntos, lo que hoy equivaldría al puesto 84 de la lista. ¡Y aún hay quienes siguen hablando de Suecia como un modelo intervencionista!