Tuve la suerte de conocer a Giancarlo Ibargüen (1963-2016) hace unos años en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, la cual dirigió brillantemente desde el 2003 hasta el 2013.
Para nosotros, los liberales latinoamericanos, la UFM — o “la Marro” — es una especie de santuario en medio de un vecindario regional generalmente hostil a nuestras ideas y a nuestros principios. La Marroquín es un destino de peregrinaje en un lugar quizá inesperado, donde se discute, se practica y hasta se respira plenamente la libertad.
Visitar la Marroquín es una experiencia particularmente grata y refrescante cuando uno viene de Bogotá, donde la Plaza Santander de la Universidad Nacional se ha convertido extraoficialmente en la Plaza (del) Che, pues su principal decoración es el ya emblemático retrato del Che Guevara, cuyo rostro se alza de manera intimidante sobre los transeúntes, con su boina oscura y su fría mirada al horizonte. Para contrastar, en la Marroquín los auditorios son nombrados en honor a Friedrich von Hayek y Milton Friedman, y los estudiantes se pueden congregar en la Biblioteca Ludwig von Mises.
El rostro del Che en su homónima plaza bogotana es sombrío, pero los hombres celebrados en la Marroquín solían sonreír. Y tenían por qué hacerlo: aportaron y siguen aportando infinitamente más a la felicidad humana que un hombre violento — y profundamente equivocado en sus ideas — como lo fue el Comandante Guevara.
También Giancarlo, en gran parte responsable por el éxito de la Marroquín, tuvo por qué sonreír. Como bien escribe Juan Carlos Hidalgo, Giancarlo
“siempre (fue) positivo, incluso en los momentos más adversos… Era la imagen del liberal alegre y siempre optimista hacia el futuro. Nunca lo oí quejarse… Todo lo contrario, él siempre veía en los avances tecnológicos y el progreso humano razones suficientes para esperar con ansias el mañana”.
Vi a Giancarlo por última vez el pasado enero, cuando se convirtió en el primer recipiente de un premio que lleva su nombre, entregado por el Hispanic American Center for Economic Research (HACER). En esa ocasión, Giancarlo pronunció un discurso — a través de su hijo dado su frágil estado de salud — en el que expresó precisamente su optimismo hacia el futuro. Su entusiasmo no era causa de la política ni de los gobiernos, sino de la sensacional ola de avances tecnológicos que estamos presenciando gracias a la innovación humana y al emprendimiento. “El mejor ejemplo del progreso”, argumentó Giancarlo,
nos lo dan empresarios disruptivos, como Travis Kalanick, cofundador de Uber, con apenas treinta y nueve años de edad… Este joven empresario se ha convertido en un héroe para todos los que creemos en la libre empresa. Y ese es precisamente nuestro reto: pensar y actuar disruptivamente, como lo hacen (los) empresarios disruptivos…
Las nuevas tecnologías nos abren campos de acción efectiva, al margen de la política. Lo que Kalanick hace con la industria protegida de los taxis, otros empresarios, también disruptivos como él, lo están haciendo con las industrias protegidas y subsidiadas de la salud, la educación, etc.
Acerquémonos y aprendamos de estos empresarios que están librando la batalla contra las regulaciones estatales y el proteccionismo, utilizando las nuevas tecnologías. Cambiemos nuestra agradable mentalidad de “pensar-pensar” por una mentalidad retadora de “hacer-hacer”.
Giancarlo estaba convencido de la solidez teórica de la filosofía de la libertad, pero a la vez entendía que, por causa del mal diseño de las instituciones políticas, pero también por deficiencias de los mismos liberales, nos cuesta mucho situar nuestras ideas “a nivel del suelo y ponerlas en práctica con más efectividad”. Por eso hizo tanto énfasis en el hacer.
Para mí, su gran enseñanza fue que los liberales, usualmente idealistas y propensos a la teoría, debemos pasar de las aulas, bibliotecas y conferencias al campo de la acción. Al descender de un cómodo Olimpo teórico a las calles y barrios de nuestras ciudades, nos encontramos a los ciudadanos que más necesitan la libertad de un Estado ineficiente, corrupto y retardatorio. Nuestro compromiso realmente es con ellos.
Primero, sin embargo, debemos adoptar una mentalidad retadora. Debemos llenarnos de coraje.
Giancarlo fue el creador del magnífico Antigua Forum, un evento anual en la majestuosa ciudad colonial guatemalteca que reúne a “reformadores políticos con emprendedores de distintos países”, congregando a personas que “creen en el poder del ingenio humano y de la libre empresa para mejorar el bienestar de las personas”. No se trata de una conferencia académica con largas presentaciones y discusiones teóricas; el Antigua Forum es una “desconferencia”, donde es esencial formular un plan de acción concreto para lograr un cambio real en algún país determinado. Lo indispensable es “aprender a pensar como un emprendedor”.
Gracias a la invitación de Giancarlo, participé en el Antigua Forum del 2015, donde solicité la ayuda de los participantes para diseñar un plan que conllevara a la legalización de las drogas en Colombia. Giancarlo me apoyó firmemente con este proyecto, pues estaba convencido de que la prohibición de la cocaína y otras drogas era una de las causas principales de la violencia actual y reciente en Centroamérica y en el resto de América Latina.
Meses después del Antigua Forum, cuando tuve que tomar la decisión de lanzarme como candidato a la alcaldía de Bogotá, enfrenté todo tipo de críticas de personas — inclusive cercanas — que decían que sería “una locura” aspirar al segundo cargo político más importante de Colombia, y que no tendría ningún chance de impactar mínimamente una campaña dominada por caimacanes de la política nacional como Enrique Peñalosa, Clara López o Rafael Pardo.
Afortunadamente, en medio de las dudas siempre tuve presentes las palabras de Giancarlo y su reto de “pensar como un emprendedor”. Esa fue la inspiración de una campaña que, con un mínimo de fondos y contando sobre todo con el entusiasmo de magníficos voluntarios y de la tecnología digital — sin cuñas radiales, volantes o propagandas televisivas — “sembró las semillas de un futuro movimiento en el más difícil de los escenarios: la contienda por la alcaldía de Bogotá”, como concluyó La Silla Vacía.
Así que gracias, Giancarlo, infinitamente por la motivación que nos diste a tantos. Sobre nosotros cae el deber de seguir actuando para que jamás muera tu ejemplo.