English La lección más importante que aprendí de mi reciente campaña por la alcaldía de Bogotá es que la política en Colombia- y seguramente en otros países-, necesita una buena dosis de emprendimiento. Me explico.
Cuando analicé el escenario político colombiano, caí en cuenta que los partidos actuales representan muy poco, en términos ideológicos, y que, en general, no causan ningún tipo de entusiasmo entre el público, particularmente entre los jóvenes.
El Partido Liberal es todo menos liberal, siendo miembro de la Internacional Socialista desde la década de los 90. El partido Conservador, más allá de ser una amalgamación de caciques políticos regionales, propone únicamente una serie de retrógradas medidas sociales. Al menos otros tres partidos viven exclusivamente de los seguidores de un solo caudillo: el Centro Democrático, bajo el ex presidente Álvaro Uribe; el partido de Unidad Nacional, bajo el actual presidente Juan Manuel Santos; y Cambio Radical, bajo el actual vicepresidente Germán Vargas Lleras.
El Polo Democrático Alternativo, y sus satélites de la izquierda estatista, alguna vez representaron una oposición seria al “establecimiento”, pero, tras gobernar Bogotá durante 12 años, dejan detrás de ellos una serie de escándalos de corrupción, y la percepción de una frustrante incompetencia administrativa. Por último, está el partido o Alianza Verde, el cual hace sólo cinco años obtuvo un gran apoyo entre los votantes independientes y jóvenes, al retar a Juan Manuel Santos, el entonces candidato presidencial del establecimiento apoyado por Uribe. Pero la llamada “ola verde” se derrumbó bajo su propio peso, y sus dos líderes principales, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa, ya ni siquiera pertenecen al partido.
Bajo estas circunstancias, no sorprende que, según encuestas recientes, cerca de 80% de los colombianos rechacen a los partidos políticos. Esta cifra es sólo 10 puntos porcentuales menor que el nivel de rechazo de la ciudadanía ante la guerrilla de las Farc, lo cual deja en evidencia que la política colombiana necesita urgentemente algún tipo de renovación.
Sobre todo es necesario, pensé yo, desatar una revuelta ideológica que logre cambiar la dirección del discurso político actual, el cual gira alrededor del Estado como generador de bienestar y como la única solución a los problemas humanos. Concluí que urgía introducir en el debate las ideas que abogan por más libertades económicas y personales, aquellas que le dan más importancia a una ciudadanía activa e independiente, que a los políticos de carrera que se benefician personalmente de una burocracia creciente e ineficaz.
Tales eran los pensamientos que tenía en mente en enero, cuando fui a Guatemala para participar en el fabuloso Foro de Antigua, una “desconferencia” que reúne a promotores del libre mercado involucrados en la política con emprendedores de distintos países.
Como los demás participantes, llegué a Antigua creyendo firmemente en “el poder del ingenio humano y de la libre iniciativa” para incrementar el bienestar de la humanidad. Pero escuchar el punto de vista de los emprendedores me hizo cambiar mi punto de vista, el cual había sido formado más que todo por el lado político de las cosas, donde tienden a predominar la precaución, los cálculos mezquinos y las intrigas.
Cualquier persona sensata no tiene que involucrarse en política durante mucho tiempo para apreciar la sabiduría del Rey Lear, de Shakespeare, quien, al final de la obra, concluye que la política consiste en “pobres pícaros” que “discuten las noticias de la corte: quién pierde y quién gana; quién está adentro y quién afuera”. Es un juego tedioso, y puede que sea mucho mejor hacerse a un lado, y como Lear, sobrevivir a “las manadas y sectas de los poderosos, que cambian como el flujo y reflujo de las mareas con la luna”.
Pero, en Antigua caí en cuenta que uno se hunde en la política como ser humano, sobre todo si juega de acuerdo con las reglas tradicionales, escalando pacientemente la resbalosa ladera de la burocracia del Estado o de un partido establecido. Esta, concluí, es la fórmula perfecta para acabar con todo idealismo e ingenio necesario para promulgar un cambio liderado por la libre iniciativa.
La alternativa podría consistir en entrar al mercado político colombiano, tal como un emprendedor ingresa a un mercado comercial. Esto involucra tomar unos riesgos mucho mayores que los normales, y aprender a considerar el fracaso como una experiencia invaluable.
Pensar como emprendedor no implica llevar a cabo un cambio desde el sistema. Más bien significa darle al sistema mismo una dosis de terapia electroconvulsiva
Pensar como emprendedor no implica llevar a cabo un cambio desde el sistema. Más bien significa darle al sistema mismo una dosis de terapia electroconvulsiva. Aprendí que los mejores emprendedores no sólo mejoran las condiciones de un mercado con sus productos, sino que sacuden el mercado mismo con una innovación tan completa que altera las reglas originales del juego.
Estas reflexiones me hicieron rechazar las sugerencias de los expertos, quienes recomendaban que aspirara al Concejo de Bogotá como candidato por un partido político tradicional, y necesariamente estatista, una ruta obvia, aunque no necesariamente segura, en cuanto a las probabilidades de una victoria.
Decidí, junto a un equipo de rebeldes con ideas afines, crear el nuevo e independiente movimiento Libertario, y aspirar a la Alcaldía de Bogotá, el segundo cargo político más importante del país.
Desde el inicio, los obstáculos fueron considerables. Para registrar nuestra candidatura independiente, el Estado nos exigió entregar al menos 50 mil firmas válidas de ciudadanos que apoyaran nuestro movimiento. En la práctica, esto significa obtener al menos 100 mil firmas ya que muchas de ellas no son válidas. Por ejemplo, aquellas de firmantes que no tienen su cédula (tarjeta de identificación nacional) registrada en la ciudad. Un reto aún mayor es conseguir los 128 millones de pesos colombianos (US$44.000) que le exige el Estado colombiano a una candidatura independiente como póliza o garantía bancaria, suma que pierde el movimiento si no logra 4% de la totalidad de los votos en las elecciones.
Mi primera impresión, que aún mantengo, es que la política colombiana funciona de manera similar a la economía nacional: necesariamente, ambas actividades terminan en la cartelización, pues las barreras de entrada al mercado son extremadamente altas. El requisito financiero resultó ser una carga especialmente pesada para nosotros, porque la suma de 128 millones de pesos era mucho mayor de lo que pretendíamos gastar en la campaña misma. A la vez, nos dimos cuenta que obtener decenas de miles de firmas ciudadanas en pocos meses es una hazaña extremadamente difícil para un grupo independiente de jóvenes sin ningún tipo de estructura política establecida.
De alguna manera, logramos sobrepasar ambos obstáculos iniciales, tras sufrir numerosos contratiempos, entre ellos el retiro de mi padre como miembro clave del equipo de campaña, después de que él sufriera un ataque cardíaco, del cual afortunadamente se ha recuperado.
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Una vez que logramos registrar nuestra campaña, logramos competir en el mayor escenario de estas elecciones con algunos de los políticos más curtidos de Colombia: el antiguo alcalde de Bogotà, Enrique Peñalosa; el antiguo vicepresidente Francisco Santos, el antiguo ministro de Defensa Rafael Pardo, la ex candidata presidencial Clara López. Aparte de mi exclusión de ciertos debates televisivos y radiales, y sin contar la inmensidad de fondos que utilizaron las campañas tradicionales, en comparación con nuestros escasos recursos, la competencia se llevó a cabo bajo una relativa igualdad de condiciones.
Esto nos permitió introducir las ideas liberales clásicas o libertarias al debate político colombiano, por primera vez desde el final del siglo XIX, tal como explica el profesor de Eafit Luis Guillermo Vélez en su blog. Al mismo tiempo, logramos convertirnos en una especie de movimiento juvenil con gran apoyo en las universidades, algo que contribuyó en gran medida a los más de 20 mil votos que nos respaldaron finalmente en las urnas.
También utilizamos las redes sociales y la tecnología digital con gran eficacia, convirtiéndonos en la primera campaña en Colombia que hace uso del financiamiento colaborativo (crowdfunding) para recaudar fondos. Esto significó que no dependimos ni del Estado, ni de sindicatos, ni de grandes intereses económicos. A diferencia de los partidos tradicionales, nuestro compromiso fue con los ciudadanos que hicieron pequeños aportes a nuestra causa.
Todo lo anterior debe servir como prueba de que las ideas de la libertad tienen un gran potencial político en las Américas, y a través del mundo, un potencial que se puede cumplir, siempre y cuando los liberales clásicos y libertarios empecemos a pensar no tanto como políticos tradicionales, sino más bien como los emprendedores que defendemos con tanto entusiasmo.