EnglishEn todo el mundo, escasamente hay alguien que se refiera a sí mismo como “neoliberal”, y, sin embargo, los neoliberales parecen abundar más que las langostas en Egipto durante los sombríos días de la octava plaga.
En Colombia, en particular, los enigmáticos neoliberales son omnipresentes, y se han convertido en el enemigo común del establecimiento político en todas sus facciones.
Clara López, del socialista Polo Democrático, por ejemplo, se refirió al triunfo del neomarxista partido Syriza en Grecia como “un grito de esperanza de los pueblos contra la ruina neoliberal”.
Al otro extremo del arraigado abanico político, el Centro Democrático, un partido socialmente conservador y económicamente corporativista, liderado por el expresidente Álvaro Uribe, anuncia en su página web que le “apuesta” al “Estado Comunitario”, el cual “se diferencia del modelo neoliberal que descuida el interés por la comunidad y pone más peso en las fuerzas del mercado…”
El problema es que el término neoliberalismo, aunque sea utilizado de manera promiscua, carece de todo sentido
Y finalmente está el presidente Juan Manuel Santos, líder de la Unidad Nacional, la cual incluye al Partido Liberal. En junio del año pasado, Santos invitó a Bill Clinton y a Tony Blair a Cartagena para “relanzar” la Tercera Vía “como alternativa al neoliberalismo”.
Es evidente que oponerse a los neoliberales es la única posición que todo político colombiano puede considerar razonable. El problema es que el término neoliberalismo, aunque sea utilizado de manera promiscua, carece de todo sentido.
Como escribe Mario Vargas Llosa, el neoliberalismo es una “tremebunda entelequia destructora” que se han inventado políticos e ideólogos de toda tendencia —izquierda, derecha y centro—, unidos en torno a “una desconfianza tenaz hacia la libertad como un instrumento de solución para los problemas humanos”.
En Colombia, esa desconfianza hacia la libertad económica e individual es la materia gelatinosa que aglutina a todas las corrientes políticas. En los últimos años, hemos visto una extraña alianza entre Álvaro Uribe y Jorge Enrique Robledo, del Polo Democrático, en respaldo al paro de los cafeteros, cuya industria ha sido una de las más protegidas por el Estado durante décadas.
Mientras tanto, el Gobierno de Juan Manuel Santos ha tomado una serie de medidas proteccionistas —por ejemplo, la arbitraria instauración de aranceles a los textiles importados—, por medio de las cuales el Estado ampara a ciertas industrias y no a otras, en base a lo que parecieran ser cálculos electorales. A esto se suma una reforma tributaria que castiga drásticamente al emprendimiento pues, según la revista Dinero, dejará una “tasa efectiva de impuesto a la renta superior a 43%” en 2018.
Más allá de la retórica política en contra del neoliberalismo, el hecho es que en Colombia rigen el proteccionismo económico que perjudica sobre todo al consumidor, las industrias inmunes a la competencia gracias a sus amigos en el Gobierno, y los impuestos punitivos que alimentan a la burocracia estatal mientras encadenan al creador de riqueza y de empleos reales.
Por estas razones, Colombia ocupa el puesto número 104 entre 152 países en el Índice de Libertad Económica publicada por los institutos Cato de Washington D.C. y Fraser de Vancouver. En otras palabras, Colombia está muy lejos de tener una economía libre y por ende próspera para la mayoría de sus habitantes.
Al mirar hacia el mundo, el lugar común del neoliberalismo resulta ser un telescopio bastante turbio
Mientras el “neoliberalismo” siga siendo, en las palabras de Vargas Llosa, “un chivo expiatorio al que endosar todas las calamidades presentes y pasadas”, en Colombia no haremos la reflexión de que aquí lo que hace falta es, precisamente, libertad. En el ámbito interno, la falta de libertad económica permite la creación de los cárteles y monopolios que, como escribe James Robinson, “son protegidos y a veces blindados por el Gobierno” y reforzados “con comportamientos depredadores e incluso violentos”.
Al mirar hacia el mundo, el lugar común del neoliberalismo resulta ser un telescopio bastante turbio. Si Clara López hubiera prestado atención a la situación en Europa durante la última década, hubiese caído en cuenta de que la oposición más acérrima al tratamiento de Grecia y de otros países periféricos por parte de la Troika —la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional—, ha sido liderada por liberales clásicos y euroescépticos, como el exparlamentario alemán Frank Schäffler y los políticos británicos Daniel Hannan y Boris Johnson.
De hecho fue Margaret Thatcher, la máxima bête noire neoliberal en la imaginación de la intelligentsia izquierdista, quien advirtió en 1990 que introducir la moneda única —el euro— en un territorio con grandes desequilibrios de producción “devastaría a las economías ineficientes¨ de los países más pobres.
¿Pero por qué mencionar que el frustrado proyecto del euro se basa sobre todo en el centralismo político y en el corporativismo, mas no en el verdadero liberalismo económico? Resulta infinitamente más sencillo obviar tales asuntos y recurrir al siempre fiable espantapájaros neoliberal.