EnglishAl tomar un taxi en Bogotá uno suele descender al mundo de lo picaresco.
Primero que nada, el solo hecho de montarse al vehículo requiere habilidades avanzadas en el arte de suplicar, ya que por lo general el conductor le pregunta al potencial pasajero hacia dónde se dirige y no le permite ingresar al vehículo si considera que su destino es inconveniente.
Para los pasajeros que sí logran abordar el vehículo, a menudo tras un solemne acto de proskynesis, el trayecto suele ofrecer múltiples sorpresas. Y muchas de ellas son desagradables, sobre todo a la hora de pagar la tarifa, determinada por una esotérica tabla de precios exhibida sobre la parte trasera del asiento del pasajero delantero. La regla consuetudinaria es que los “gringos” —un término que hoy en día se aplica a casi cualquier extranjero— paga por lo menos el doble que un pasajero local.
Sin embargo, la mayor sorpresa surge cuando tras un inesperado frenazo en la mitad del viaje, un par de bandidos armados entra forzosamente a la parte trasera del taxi, uno por cada lado. Inmediatamente el pasajero, atrapado entre dos malandrines, debe ceder sus bienes.
Los corsarios callejeros que perpetran el llamado “paseo millonario”, buscan no sólo arrebatar las joyas o el dinero en efectivo que lleva la víctima: Les interesa sobre todo vaciar sus cuentas bancarias. Así que la conducen a través de la ciudad, parando en varios cajeros automáticos, donde es obligada a retirar fondos hasta que sus cuentas quedan tan vacías como las iglesias en Escandinavia.
Al final del viaje, los rapaces ladrones usualmente se deshacen de su presa en un potrero o algún otro lugar remoto, desde donde la víctima debe emprender su odisea a casa. Digo “usualmente” porque hay excepciones: Un compañero del colegio que sufrió el paseo millonario recientemente fue dejado cerca de donde vive en el norte de Bogotá, y los bandidos le dieron 20.000 pesos (aproximadamente 10 dólares) para que tomara otro taxi a casa. Qué cortesía.
Pero no todos los paseos millonarios terminan de una manera tan feliz. En junio del año pasado, un estadounidense, agente de la Administración para el Control de Drogas (DEA), tomó un taxi en la calle y, al intentar resistir los esfuerzos de unos atracadores determinados a saquear sus posesiones, fue apuñalado a muerte por varios de ellos.
Lógicamente, no todo el mundo está dispuesto a experimentar secuestros al mejor estilo de Patrick Leigh Fermor a la hora de tomar un taxi hacia un consultorio médico o a la casa de los suegros. Hasta hace poco, pedir un taxi registrado oficialmente por teléfono era considerado lo más seguro, sobre todo de noche. El problema es que las líneas telefónicas de las compañías de taxi están casi siempre ocupadas durante las horas pico, cuando las probabilidades de encontrar un taxi vacío son tan buenas como las facultades de biología marina en las universidades bolivianas.
Esta situación cambió drásticamente con la tecnología digital y las aplicaciones para teléfonos móviles, varias de las cuales se han creado para facilitar considerablemente el proceso de viajar en taxi sin mayores incidentes.
Una compañía digital que ha sido muy exitosa en el mercado del transporte en Bogotá es Uber. Basada en San Francisco, California, Uber opera en la capital colombiana desde el pasado septiembre, y ya tiene cerca de 500 vehículos afiliados a su servicio. Como saben muchos lectores, los clientes de Uber descargan la aplicación en sus teléfonos y, tan sólo con tocar el teclado, pueden pedir un taxi que los recoge rápidamente donde estén. La firma, que está presente en más de 100 ciudades en 40 países, acepta únicamente pagos con tarjeta de crédito.
El éxito de Uber en Bogotá se debe no sólo a su eficiencia y a la comodidad que ofrece: El pasajero rara vez espera más de 10 minutos para ser recogido, y los autos de Uber son de una calidad mucho mayor a la de los taxis amarillos tradicionales. Uber también ha prosperado gracias a la seguridad que les ofrece a sus clientes.
De hecho, la firma examina cuidadosamente el pasado judicial de todo conductor potencial, minimizando así el riesgo de que sus pasajeros se encuentren con asaltantes de caminos tipo Falstaff en su viaje al aeropuerto.
Uber brinda un ejemplo quizá inigualable de cómo la libre empresa puede ofrecer soluciones creativas a los problemas cotidianos de la gente. Sin embargo, el Estado picaresco de Colombia tiende a no tolerar las transacciones voluntarias entre individuos que, de alguna manera, logran superar el control del mercado por parte de un gremio poderoso.
Por lo tanto, la industria de los taxistas, ansiosa por expulsar a cualquier competidor de la contienda, ha desencadenado a sus grupos de presión, los cuales alegan frente al Distrito de Bogotá y el Ministerio de Transporte que Uber está incurriendo en competencia desleal. Desde la semana pasada, la policía ha parado a numerosos vehículos de Uber en retenes especiales y obligado a los pasajeros a bajarse de ellos. Según la compañía, esto ha ocurrido bajo la presencia y con la incitación de taxistas tradicionales.
Si Uber de hecho es obligada a cerrar sus operaciones en Bogotá por medio de la intervención estatal, el de los taxistas no será el único gremio beneficiado a costa de la pérdida de cientos de empleos.
Dado que el consejo que suele darse a las víctimas es que colaboren con los atracadores para no sufrir la misma suerte que el agente de la DEA asesinado, los bancos colombianos comenzaron hace algunos años a ofrecerles a sus clientes un seguro contra el paseo millonario. Un buen ejemplo de la colaboración innovadora entre las industrias, pero en ese caso a costa del consumidor en lugar de en su beneficio.