EnglishEn la edición de la semana pasada de The Spectator, el filósofo inglés Roger Scruton argumentó que, cuando el Estado tiene el monopolio de la educación, por lo general uno termina con un modelo impuesto que refleja los puntos de vista de la izquierda o de la derecha tradicional, dependiendo de quién esté en el poder.
El primero, tiende a ver la igualdad de resultados como fin último de la educación y a ésta “como una forma de ingeniería social”. El segundo, se refiere a la educación, con frecuencia, como una cuestión puramente utilitaria siendo el objetivo vital el crecimiento económico de una nación. En cualquier caso, debe ser eliminado el conocimiento que “se interpone en el camino” del objetivo ideológico. Así, el Estado, mediante la imposición de un modelo educativo por decreto en el conjunto de la sociedad, obstruye la colaboración natural que debe tener lugar entre el profesor y el estudiante.
La escuela, según Scruton:
es un paradigma del “pequeño pelotón” elogiado por Edmund Burke. Debe ser un lugar de libre cooperación … un lugar de equipos, clubes y experimentos, de coros y bandas y juegos de acción, de la exploración, del debate y de la investigación. Todas esas cosas ocurren de manera natural cuando los adultos con conocimientos entran en contacto con los niños ávidos de ella…. Y es cuando la escuela puede fijar su calendario, su presupuesto y sus objetivos educativos que surge una ética de compromiso.
En Inglaterra, la “revolución de las escuelas libres” desatada por el actual gobierno liderado por los conservadores —más conocido como escuelas charter en América del Norte— ha revivido la noción de Burke de escuela como pelotón. Según informa la BBC, las escuelas libres son “financiadas directamente por el gobierno central, pero configuradas y ejecutadas por organizaciones sin fines de lucro”, por grupos de padres, maestros, organizaciones benéficas, empresas, universidades, fideicomisos, grupos religiosos o voluntarios”.
Entre 2010 y 2013, Michael Gove, el secretario de educación conservador, aprobó y supervisó la apertura de más de 170 escuelas libres. Su autonomía se basa, según describe la BBC, en su independencia de las autoridades locales y el “mayor control sobre su plan de estudios, la remuneración, las condiciones de los docentes, y la duración de los períodos escolares”.
En mi experiencia, los autodenominados zurdos suelen sorprenderse —quizás indignarse sería mot juste— cuando se enteran que la inspiración de Gove para crear las escuelas libres fue el “modelo sueco”. Como explica Fraser Nelson, editor de The Spectator, los miembros del Partido Conservador inglés “tomaron este sistema no de uno de los muchos estados americanos que tienen escuelas de vouchers, sino de Suecia”.
Aunque el estado-niñera y la sociedad socialista sueca sigue siendo el objeto de zurdas visiones utópicas en Latinoamérica, Suecia, de hecho, se sobrepuso a sus problemas financieros de la década de 1990 con un vigoroso e inesperado giro hacia el “individualismo radical, con presión para obtener presupuestos equilibrados y una política de descentralización” (lea el artículo de Nelson sobre el libertario ministro sueco de Finanzas, Anders Borg).
Bajo el nuevo modelo sueco, escribe Nelson, es la creatividad la que determina la política. Esto significa que las empresas privadas administran “hospitales, el metro y hasta escuelas (con cheques estatales)”. Esto ha existido en Suecia desde 1994 y puede ser llevado a cabo por “prácticamente cualquiera que cumpla los estándares básicos para abrir una nueva escuela y aceptar niños a expensas del estado”, como informa The Economist.
Aunque no se cobra —la municipalidad paga al proveedor el equivalente a lo que costaría educar a cada estudiante en el sector estatal por año— se permite al proveedor obtener un beneficio siempre y cuando los alumnos sean admitidos “en orden de llegada“. El resultado ha sido la aparición de cadenas de escuelas libres, que se vieron favorecidas por padres que evitan las escuelas administradas por estatales. Estas escuelas ya educan al 20 por ciento de los estudiantes secundarios suecos .
Bajo el modelo de Gove, las escuelas libres inglesas aún no tienen permitido obtener rentabilidad. No obstante, gracias a este programa se crearon instituciones como West London Free School en Hammersmith. Fundada por el periodista Toby Young, la escuela ofrece a los niños de todos los sectores una educación liberal clásica que incluye una formación musical intensiva y Latín obligatorio hasta los 14 años de edad.
Escuelas como estas están demostrando que, siempre y cuando no sea el Estado quien administre, una educación de calidad elite puede ser accesible a todos.
Tanto en Suecia como en Inglaterra, el aspecto verdaderamente innovador de la revolución de la escuela libre ha sido la transferencia de poder de la burocracia del Estado a la ciudadanía. Los padres han financiado la educación estatal con sus impuestos ya por mucho tiempo, pero ahora tienen la opción de elegir con fondos públicos una escuela libre dirigida por un administrador privado, contando con muchas más opciones a la hora de decidir el tipo de educación para sus hijos.
Las escuelas libres suecas e inglesas están lejos de la perfección pero, en gran medida, encarnan el ideal de Scruton. Las escuelas, explica, “deben ser liberadas de los políticos y ser devueltas a la gente”. En una sociedad libre, los ciudadanos, y no aquellos que empujan subsidios con su pluma, son los que deben determinar si un niño recibe una educación clásica, religiosa, profesional, o natural basada en la ciencia, o cualquier otra forma de educación financiada por el Estado.
De vuelta a este lado del océano, en la capital de Colombia, 25 escuelas libres o con vouchers escolares (colegios en concesión) han funcionado con éxito desde el año 1999, pero están en peligro de reversión de las manos de la sociedad civil a las garras de políticos estatistas y los grupos de presión sindicales. Ahora que Gustavo Petro fue destituido oficialmente de su cargo como alcalde de Bogotá por transgresiones disciplinarias (dura lex sed lex, digo yo), mantenemos la esperanza de que logren sobrevivir.
Me extenderé sobre esto en mi próxima columna.
Nota bene: Perdí mi primera elección por el Parlamento de Colombia con 3.328 votos (necesitaba 11.000 para ganar). La derrota siempre es amarga, pero al menos sabemos que hay más de 3 mil bogotanos dispuestos a votar a favor de la libertad. Sin duda, este es un buen punto de partida.