La amnesia nacional, siempre presente, hizo que se olvidaran muchas cosas. Periodistas con años de ejercicio profesional, políticos con más de tres décadas en la palestra, ciudadanos consumidores de noticias: todos asumen que el narcoestado venezolano arrancó con Chávez.
La culpa es de Chávez, porque permitió que el narcotráfico penetrara las estructuras del Estado.
“Esto antes no era así”, “éramos felices y no lo sabíamos”, “el chavismo destruyó el país” son frases de la mitología nacional, que se niega a asumir que el chavismo no es otra cosa que la suma de todas las taras nacionales, de todos los vicios venezolanos, de todas las vergüenzas del país. Sumadas, magnificadas y convertidas en los antivalores sobre los cuales se levantó ese proyecto de destrucción llamado república Bolivariana de Venezuela.
El chavismo no quería acabar con los vicios que destruían a la nación, sino servirse de esos vicios para capturarla, tomando por asalto las estructuras del Estado. En eso estamos, desde 1998.
El narcotráfico no llegó con el chavismo. Más bien, el chavismo llegó entre otras cosas, a través del narcotráfico. Uno de los grandes vicios que ya tenían a la república infiltrada por todos los sectores: militares, banca y finanzas, sector inmobiliario, ganadería, medios de comunicación, periodistas, artistas, policías y, por supuesto, políticos.
Pues claro que sí. Políticos. Altos jefes militares y policiales. No fue en el chavismo que se descubrió que el jefe antidrogas y Comandante de la Guardia Nacional General Ramón Guillén Dávila, traficaba con drogas. Era el hombre de confianza de la CIA en Venezuela para efectos de narcóticos y quien sabe qué más. Y puso todo su poder al servicio de los carteles colombianos. Y no le quedó más que confesarlo ante sus superiores, confrontado con la evidencia.
No fue una excepción: su sucesor, Orlando Hernández Villegas, también cae preso en 1993 por traficante. Allí, se desataron las peores suposiciones posibles, hechas realidad: en todos los cuerpos policiales se estaba traficando con drogas. Por eso, se expulsó en 1991 de la dirección de la DISIP a Raúl Jiménez Gainza, en medio del escándalo por la desaparición de alijos decomisados a carteles de la droga. Fueron los tiempos en que empezaron a aparecer narcotraficantes y delincuentes de toda laya con credenciales de la DISIP. De eso sabe mucho el periodista Arturo Vilar, hoy encumbrado en cargos diplomáticos del “gobierno interino”, pues ostentó en la gestión de Jiménez Gainza el rango de “comisario Jefe”, sin haber pasado jamás por una escuela de formación policial. ¿Por qué? ¿Para qué? No lo sé.
La narcopolítica puntofijista
Jugando con la amnesia nacional, la clase política falsaria, prostibularia y narcocomplaciente, sale públicamente a gritar contra un narcorégimen al que en 22 años no ha denunciado. Han sido incapaces de abrir una sola investigación en los entes parlamentarios donde han estado. Han gobernado estados fronterizos y en esos estados el poder del narcotráfico nunca ha sido denunciado por ellos.
Pero no son tampoco narco complacientes hoy, en medio de la narco República Bolivariana. no. Lo eran desde mucho antes. Desde que Adolfo Ramírez Torres, ex vicecanciller de Lusinchi y ex gobernador del Distrito Federal fuese capturado y condenado por narcotraficante, junto a su pareja colombiana Gloria Anchique. Dirigía una banda de mulas, integrada por cierto por muchachitos de la alta sociedad caraqueña. Sus andanzas lograron sacar de Venezuela más de tres toneladas de drogas. Pero nadie sabía. Nadie veía. Hubo que hacer público el video del señor negociando un cargamento, para que en su partido, Acción Democrática, decidieran expulsarlo.
Y claro, ya la política en Venezuela estaba en medio de la dinámica “yo sí soy, pero tú eres más”. Señalada AD por tener un narcotraficante en sus filas, todos a matarse: los copeyanos pidiendo que AD explique cómo hay narcos en sus filas. Los adecos contraatacando, vinculando al gobernador Aldo Cermeño de ser financiado por el narcotraficante convicto Damiano Díaz Piazzola.
Los masistas gritando “¡Qué horror! ¡Adecos y copeyanos son narcos!”. Y terminan saliendo a flote las acusaciones contra empresarios aragueños, vinculados al gobernador Tablante, quien a pesar de dichas acusaciones logró ser, nada más y nada menos que ministro Antidrogas del segundo gobierno de Caldera. Hoy, por cierto, milita en el partido Voluntad Popular, el mismo de Guaidó.
Y así, empezó a quedar en evidencia que ya estábamos tomados por todas partes cuando el comisario Osmeiro Carneiro se presenta al Congreso de la república a denunciar lo que ocurría, con pruebas y dispuesto a declarar al respecto. No hubo manera de que la comisión investigadora avanzara, pues por donde caminaban, había una traba. Se cerró el caso y el denunciante debió huir del país, muriendo autoexiliado.
Cuando estalló el caso de Justo Pastor Perafán, narcocolombiano mudado a Venezuela donde fue bien recibido por todo aquel a quien tocó la puerta, ya todo estaba consumado. Eso fue en 1997. Entre las fotografías con artistas y modelos, le hallaron también una credencial de Acción Democrática, como delegado a una convención.
Como nadie se acuerda de estas cosas, como nadie osa comentarlas, ahora se pone de moda el cuento del narcoestado construido por el chavismo.
No amigos. El narcoestado ya estaba. Gracias a él llegó el chavismo. Y gracias a él, se mantiene el cautiverio de toda la nación.
Combatirlos a todos es la consigna
El narcoestado silente, creció y capturó al Estado institucional, al que debía combatir la criminalidad. Lo hizo gracias a una serie de renuncias, declinaciones, silencios, complicidades y coparticipaciones. El sector político, la clase política falsaria, prostibularia y narcocomplaciente permitió que todo esto ocurriera y acudió alegre al festín de los narcos. Así como hubo políticos, partidos y empresarios capaces de codearse con Pablo Escobar, de la misma manera políticos, empresarios y representantes de toda la sociedad fueron a Miraflores, convertida en la versión venezolana de la “Hacienda Nápoles”. A nadie le dio asco entrar en la casa de los narcos y abrazarse con ellos. ¿Por qué tendrían que sentirse mal? ¿Por qué Claudio Fermín y Rafael Marín, que fueron compañeros de partido del narcotraficante convicto Ramírez Torres, se sentirían mal con el narco Nicolás Maduro? Ya tienen experiencia en eso. No tiene por qué darle asco a Henri Falcón, nacido en las entrañas de esa organización criminal que es el chavismo, entrar en Miraflores y, además, servir de portero a otros miembros del falsariato opositor.
Capriles estaba listo para entrar a Miraflores, otra vez. Ramos Allup siempre está dispuesto, siempre que le den el micrófono para soltar tres palabrejas sacadas del español antiguo. Y Guaidó, de cuya suerte ya ni él mismo dispone, debe tener varios días rezando frente a la virgen del Valle, agradecido porque la medida llegó antes de que se le ocurriera claudicar a las pretensiones de sus jefes, Leopoldo, Henry, Julio y Rosales. Porque querían ir a un arreglo con el chavismo y aún lo quieren. Por eso lanzan la idea de un “gobierno de emergencia” ofreciéndole al narcochavismo participar en condiciones de paridad, a pesar de que durante los últimos cinco años se ha demostrado que no controlan políticamente ni el 30% del total electoral del país, aun con trampas.
El compromiso, la imposición del arreglo con una organización criminal, es la estrategia hoy y ha sido la estrategia siempre. El sistema chavista se ha impuesto y la oposición falsaria, prostibularia y narcocomplaciente forma parte de ese sistema. Cualquier fórmula de arreglo que no pase por la expulsión del chavismo del poder, la captura de sus principales cabecillas y la prohibición del chavismo en todas sus formas, es claudicar al poder del crimen.
La prueba mayor es sencilla: en 22 años haciendo oposición, jamás han denunciado el narcotráfico desde las instancias de poder en las cuales han estado por bondad de los narcotraficantes que rigen el Estado.
En 22 años, nos hemos enterado de las andanzas del narcorégimen gracias a acusaciones de sistemas judiciales ajenos a Venezuela. Gracias a medios y periodistas honestos, la mayoría de ellos fuera de Venezuela. El manto de silencio sobre el tema, es la prueba fundamental.
Solo queda una esperanza: que los ciudadanos venezolanos entiendan que la tolerancia no es posible en este momento. Sin medidas draconianas y radicales que corten de cuajo todos los miembros gangrenados, se eterniza el estado criminal, con otros actores.
Se perfumarán, se presentarán con otro rostro, con otro partido y con otras consignas. Pero serán representantes de la misma criminalidad que campea en Venezuela desde hace más de treinta años.
Hay que salir de todos. Antes que ellos salgan de nosotros.