Corrían los días finales de aquel partido de masas que era Copei. En medio de la conmoción por la partida del líder fundador, Rafael Caldera, de la que nunca se recuperaron, ocurría algo aún mucho peor. En ese país criado por el Miss Venezuela, habíamos llegado al llegadero de la desgracia social, colocando en la palestra como candidatos preferidos a una ex Miss Universo y a un exmilitar golpista. Y Copei, participaba en ese tinglado.
Verde oliva el militar y verde Copei, partido donde su padre Hugo de los Reyes militó toda la vida. Una operación urdida por el inefable infame Enrique Mendoza y por el mercader de la política Donald Ramírez, pondrían el partido al servicio de la candidatura de Irene Sáez, que no militaba en sus filas.
Eso era lo importante. En 1998 los partidos, enfrentados al descrédito nacional por su desgaste y falta de relevo, decidieron mimetizarse antes que renovarse. Con caras prestadas, sin arraigo en su militancia ni revisión alguna de la idoneidad de los postulados, se lanzaron por el barranco del irenismo, del chavismo o del simple oportunismo. Lo mismo daba. La política convertida en negocio dio paso a cosas “más importantes” que la democracia, esa democracia en riesgo, que al caer, arrastró consigo a la República.
En medio de eso, los socialcristianos se debatían entre Irene Sáez y Eduardo Fernández. Una Miss y un “Tigre”, de cuya catadura moral hemos conocido en los últimos años.
En medio de eso, sorprende un emergente de prestigio. Intachable, reconocido. Por segunda vez, Humberto Calderón Berti se presenta como precandidato presidencial. Ya lo había intentado en 1993, en medio del desmadre por el cisma calderista, el ocaso eduardista y la emergencia oswaldista. Pasó desapercibido entonces. No así esta vez.
En medio de la convención copeyana, se echó a rodar una particular propaganda a favor de Calderón: partidarios de su candidatura, repartían tubos de un pegamento tipo “soldimix” con su nombre. “Calderón nos unirá”, era uno de los lemas.
Un partido roto al menos dos veces. Con más enemigos internos que externos. Y con la disolución en marcha. Y en medio de todo eso, Calderón Berti encaró a la militancia presente, donde estaba en desventaja y preguntó “¿quién gana si nos desunimos? ¿Quién gana si el partido se rompe?”.
En efecto, el partido se desunió y se rompió. Desunidos y rotos se decantaron por Irene Sáez, a quien a la postre le retirarían el apoyo, más rotos aún, para apoyar in extremis a Salas Römer. A los pocos años, de Copei solo quedaba el recuerdo.
Todo eso vino a mi mente hoy, 30 de noviembre de 2019, 21 años después de los hechos. Estaba en aquel entonces fuera de lote un Calderón Berti que venía de ser ministro de dos gobiernos distintos y ampliamente respetado dentro y fuera del país como experto en el negocio petrolero. Estaba fuera de lote cuando lo fueron a buscar para encargarse de la embajada en Colombia. Y está fuera de lote hoy, cuando da clases de ética frente a una clase política y periodística que no sabe si la ética es esdrújula o aguda.
A estas horas, el gobierno interino luce caído. La implosión que la corrupción escandalosa de sus miembros ha ocasionado, no tiene parangón en la historia reciente de los escarceos de la oposición falsaria y prostibularia que dirige pro tempore Juan Guaidó. Por momentos, el interinato luce como un “Carmonazo” en versión long play. O quizás, no es el interinato otra cosa más que una reedición, incluso con actores repetidos, del carro bomba del año 1993, cuando unos bribones se metieron a terroristas para jugar en la bolsa con la conmoción que el hecho causó. Más o menos así, vemos como unas bandas mafiosas decidieron crear el fenómeno del interinato para cobrar deudas, pasar facturas, trancar a competidores o mejorar sus posiciones en el tablero del chavismo.
Padrino y Maikel Moreno son grandes ganadores de esta etapa, gracias al gobierno interino. Sus posiciones se fortalecen al mostrarse como indispensables para la permanencia o el desplazamiento. González López, Ceballos Ichaso, Jorge Rodríguez, Delcy y Tarek William, lograron desplazar a El Aisami, Iris Varela, Fredy Bernal y Elías Jaua del tablero principal. EL gobierno interino los empoderó, queriendo o sin querer.
Y Diosdado, como el dinosaurio de Monterroso, todavía está allí.
Guaidó y su interinato seguirán caminando, aún muertos. Podrá ser reelecto como presidente de la AN y podrá seguir con su obra teatral, por momentos opereta, por momentos monólogo.
Pero allá, en el fondo, queda todavía una reserva. Gente como Calderón Berti, capaz de decirle al país: todavía nos quedan razones para luchar. Todavía podemos actuar. No nos podemos cansar.
¿Quién gana si la lucha por la libertad se rompe? Sus enemigos. Y el régimen, junto a esa oposición diseñada a su medida, es enemigo de la libertad de los venezolanos.
Otra vez, frente al desastrre inminente, se ignora la sensatez de gente como Calderón Berti, advirtiendo lo obvio.
Solo nos queda preguntar ¿Se pueden pegar aún los mil pedazos en los que se rompió nuestra República?.Creo que sí. Ojalá no sea un sueño como los del otro Calderón, pues a veces toda la vida es sueño, pero los sueños, sueños son.