“Si algo no tuvo el juicio que nos hicieron, fue legalidad. Estuvo plagado de todo tipo de ilegalidades. Para empezar, la jueza Maryori Calderón Guerrero, no nos olvidemos de ese nombre, era una pieza clave del chavismo. De hecho, su esposo trabajaba con el régimen. Por otro lado, las manipulaciones que se hicieron (…) y este señor, Amado Molina, fue cómplice de toda esta cuestión. Él mismo dijo que era pagado por José Vicente Ranel, que era parte del Gobierno. La fiscal líder de todo esto era Luisa Ortega Díaz, y la fiscal designada era la hermana de Tarek El Aisami. ¿Cómo puede decir alguien que este juicio estuvo dentro de la legalidad, dentro del respeto a los derechos humanos?”.
Pasar quince años sin andar por las calles tranquilamente es algo que pocas personas han vivido. Suele ocurrir en países con regímenes autoritarios. La propia Venezuela, en varios momentos de su historia, estuvo llena de ciudadanos que no conocían a sus padres hasta después de adultos, pues no los dejaban entrar a las cárceles donde se encontraban por razones políticas. Muchos tuvieron la ruda situación de ver a sus padres como extraños cuando regresaron a casa, luego de largos períodos de cárcel o exilios. Famosa es la anécdota sobre Alberto Ravell (padre de Alberto Federico) al salir de la cárcel. Tanto tiempo estuvo preso reducido al trato vil de las cárceles de Gómez, que no sabía comer con cubiertos, sentarse en una silla o las mínimas normas de aseo. Lo habían convertido en un pobre hombre cavernario.
Hubo madres que no vieron nunca más a sus hijos, hijos que sabían de su padre por leyendas. La historia de Venezuela está llena de niños llorando frente a las cárceles en fechas difíciles, con visitas negadas. Un siglo y medio de presos políticos, de torturados y de verdugos. De carceleros, esbirros y calabozos. De injusticias, de venganzas y de justicia tardía, que es lo mismo que la injusticia.
“Quince años de prisión. Quince años de persecución a mi familia, quince años que me arrancaron, no es fácil. Todavía me despierto de madrugada, repensando lo que pasé, que viví, lo que pasó y vivió mi familia. Igual no soy una persona que mantiene la visión de la vida viendo por el retrovisor, veo hacia adelante”.
De nada sirvió que al llegar cada hegemón político al poder, se dedicara a la tabula rasa histórica del tema, liberando presos del ancien régime y demoliendo las cárceles del oprobio. Demoler La Rotunda de Gómez no acabó con los presos políticos, pues la cárcel El Obispo y La Modelo serían levantadas con los mismos fines de escarmiento. Venezuela tiene una larga historia de demolición de cárceles como intento de borrar la historia que dentro de las paredes de los penales se vivía.
¿Y los verdugos, qué? Pues ahí, siempre. Normalmente, reciclados. Chácharos de La Sagrada, policía represiva gomecista, convertidos en Guardias Nacionales lopecistas. Ejemplo de ello es Pedro Estrada, quien fue director de La Cárcel Modelo en 1941, recién inaugurado el penal. Luego crecería en el escalafón del crimen hasta llegar a ser jefe de la Seguridad Nacional.
Los verdugos en las calles, sus víctimas también
“Me estaba tomando un refresco y tuve la desagradable sorpresa de ver a esta alimaña caminando por las calles de Miami, en chores, relajado. Me le acerqué con el teléfono y le dije: yo tengo que tomarte una foto, yo quisiera saber qué estás haciendo tu aquí. Hubo un intercambio fuerte de palabras. Le reclamé el hecho que él estuviese aquí paseando y haya sido parte de ese juicio nefasto que nos condenó a mí y a otros comisarios y funcionarios a 30 años de prisión por delitos que ninguno cometió. Un tipo que difundió en VTV el teléfono de mi esposa, quien esa noche no pudo dormir de la cantidad de amenazas que le hicieron, esos mismos días le lanzaron una bomba molotov a mi casa”.
Iván Simonovis, quizás uno de los policías más conocidos de Venezuela, incluso mucho antes de asumir la Dirección de Seguridad de la Alcaldía Mayor, en tiempos de Alfredo Peña. No se hace conocido por ese cargo, sino al revés: llega a ese cargo gracias a la fama que le precedía, por sus actuaciones al mando de los comandos de acciones especiales de la Policía Técnica Judicial (la respetada PTJ de otrora, que a pesar de sus falencias, era objeto de admiración en cada “cangrejo” resuelto), como aquel que en los años noventa enfrentó a los comando dirigidos por Simonovis con un delincuente encañonando a una mujer embarazada, rodeado de policías y cámaras, negándose a liberar al rehén, dispuesto a matar al rehén.
Y de esa experiencia, Simonovis habla haciendo la alegoría con la Venezuela hoy secuestrada. Y lo afirma sin problemas: “El secuestrador quiere matar al rehén y debemos detenerlo”. Es interesante saber esa opinión, hoy cuando ha asumido el cargo de consejero en materia de seguridad, adscrito a la embajada de Venezuela en Estados Unidos. Cargo en el que, además, ni desentona ni desafina, sabiendo que es precisamente su conocimiento el que más requiere un interinato con líderes carentes de conocimientos en el tema que él sí domina.
Pero al final, Simonovis es un ser humano también. Con sangre en las venas, con familia, con recuerdos, con traumas que no esconde y que explica con claridad. Y saber que tiene que caminar junto a sus verdugos chavistas por las mismas calles, en el mismo país libre al cual los chavistas llaman “imperio”, no es una tarea fácil. A pesar de su talante.
“Ahí estaba él, asustado, como una hormiguita. Gritando que yo lo quería matar, ¡por favor! Ni me interesa”.
El personaje al cual se refiere Simonovis es Amado Molina, abogado chavista puesto al servicio de José Vicente Rangel, entonces vicepresidente de la República, para actuar como acusador privado en el caso seguido contra los comisarios de la Policía Metropolitana y Simonovis. El sujeto, que paseó por todos los programas de VTV dando cátedra de derechos humanos, fue confrontado en las calles de Miami por una de las víctimas del juicio más infame que se haya visto en la historia de Venezuela. Si toda la historia fuese escrita por un guionista, sería el momento cumbre perfecto: el hombre que actuaba dentro del tribunal como abogado de las víctimas, pero que al salir del tribunal actuaba como jefe de las bandas criminales que hostigaban a los abogados de los acusados, al pasar del tiempo, creyéndose a salvo, se cruza en la calle con uno de esos acusados falsamente, escapado del país y ahora con responsabilidades políticas que le permiten ser ahora quien aplica la ley. Y no cualquier ley: la de los Estados Unidos en cuanto a personeros del régimen chavista.
“Él aduce que está en Estados Unidos resolviendo un problema familiar. Yo estaba muy molesto y exaltado, varias personas intervinieron para que yo me calmara. Aprovechando eso, se desapareció del lugar. En medio de los gritos, él me retaba diciendo ‘Sí, habla con Trump para que me saque, no me he ido porque no consigo pasaje de regreso’, ante lo cual le dije: ‘Sí te van a sacar, pero con las esposas puestas como debes estar tú, porque eres un delincuente'”.
A nombre del gobierno interino, Simonovis informó a las autoridades de los Estados Unidos, según nos indicó, sobre la presencia del personaje en el territorio de ese país. Pero el asunto es sintomático, pues no es el único verdugo que anda en el mundo libre, caminando confundido entre las calles por donde caminan también sus víctimas. Lorent Saleh vive en un país donde se refugia la Defensora del Pueblo que se negó a defenderlo de las torturas de las cuales era víctima. La mujer que pide respeto a su condición de mujer luchadora caída en desgracia, Gabriela del Mar Ramírez, es la misma que se negaba a atender la lucha de Yamile Saleh por el respeto a los derechos de su hijo.
Los que robaron, los que mataron y los que persiguieron y en todos los casos, se arrepintieron, andan tranquilos, supuestamente “colaborando” con investigaciones. No sabemos qué tal van esas investigaciones, ni conocemos las condiciones que amparan a muchos de los “arrepentidos”.
Pero hay casos de casos. Si revisamos el caso Simonovis, los principales participantes en el linchamiento judicial del que fue víctima, están caídos en desgracia dentro del chavismo y algunos mostrando arrepentimiento. Luisa Ortega Díaz, fiscal General actuante en su contra; Amado Molina, acusador privado; Isaías Rodríguez, exfiscal general bajado del barco chavista recientemente, todos mostrando recelo. Juan Barreto, otro perseguidor de su familia, igualmente se pasea por Venezuela diciendo ser opositor. Esbirros y jefes de esbirros, como Manuel Christofer Figuera, Eladio Aponte, Rafael Isea, Hebert García Plaza y otros más, están refugiados en Estados Unidos, donde también está Simonovis. Siente o podría sentir cualquier observador del hecho, que la impunidad ha ganado y, tomando en cuenta las expresiones del Gobierno interino llamando a la paz y a la reconciliación con chavistas, podría hasta afirmarse que la justicia no les llegará a los verdugos ni resarcirá a las víctimas. Simonovis, ante eso, lo deja claro: no se irán lisos ninguno de los verdugos.
“Christofer Figuera ha pedido disculpas, no así Luisa Ortega, Maryori Calderón o Gabriela Ramírez. Luisa Ortega Díaz, por ejemplo, bienvenida si en algún momento se dio cuenta de que todo en lo que participaba era ilegal, si ahora quiere contribuir a que todo esto termine. Pero ella en ningún momento, que yo sepa, ha reconocido que fue parte institucional como Fiscal General de la Nación en el gobierno de Chávez, en el enjuiciamiento o parte de las acusaciones que se le hicieron a personas que eran totalmente inocentes. Yo digo que con esa actitud, con el arrepentimiento, solo están reduciendo el número de años que les corresponde por los delitos que cometieron. Yo digo que esto será como Nuremberg. En algún momento los enjuiciadores serán enjuiciados. Tendrán que rendir cuentas por las decisiones que tomaron en el momento que estaban en el gobierno. A algunos les tocará menos años, otros quizás serán absueltos. Eso ya corresponderá a la justicia que nos corresponda en el futuro tener. Cada quien en su momento tendrá que rendir cuenta de sus acciones, quiéranlo o no”.
Queda en mi mente el símil que el comisario Simonovis hace para explicar el asunto: un ladrón puede entregarse y arrepentirse, pero sigue siendo un ladrón, debe ser juzgado y debe cumplir su pena. Reducida por el arrepentimiento y la entrega, pero siendo un criminal, no se salvará del castigo.
Eso lo entendió Simonovis después de quince años de oprobio. Solo queda saber si veinte años después, la sociedad venezolana también lo entendió. Si la respuesta es positiva, al cese de la usurpación, lo acompañará el cese de la impunidad.
Caso contrario, en menos tiempo del que esperamos, los verdugos impunes gobernarán, otra vez.