EnglishLa historia se desarrolla en San Pedro de los Saguaros, un pueblo ficticio de México; pero bien pudo tratarse de cualquier villa rural en América Latina. Están presentes todos los elementos: el alcalde que maneja la ciudad como su feudo, una población sometida e ignorante, el contratista extranjero cómplice, el burdel a la vez denunciado y frecuentado por todos, y la iglesia local tan o más corrupta que los políticos.
El film mexicano La ley de Herodes, dirigido por Luis Estrada y producido por la irreverente Bandidos Films, denuncia sin muchas sutilezas el sistema político que imperaba en el país norteamericano en 1999 —particularmente la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que desde 1929 estaba en el poder, y al que el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa una vez calificó como “la dictadura perfecta“.
Irónicamente, el Gobierno mexicano intentó impedir la difusión del largometraje ganador de varios premios internacionales, ya que se avecinaban unas reñidas elecciones federales. Coincidencia o no con el éxito en las taquillas de México, en julio de 2000 el PRI perdió la presidencia por primera vez, tras 71 años. Asumía el candidato del tradicional Partido de Acción Nacional y del Partido Verde, Vicente Fox.
O te chingas o te jodes
Esta comedia negra se desarrolla en 1949, en lo más profundo de la decadencia moral del Gobierno de Miguel Alemán (1946-1952). Luego de que los pobladores de San Pedro de los Saguaros decapitaran a su alcalde, por haber esquilmado los fondos públicos, los líderes del partido necesitaban colocar a alguien a cargo de la ciudad hasta que llegaran las elecciones. Encontraron en Juan Vargas al fiel idiota útil para ejercer interinamente la presidencia del municipio. Era un simplón funcionario del vertedero, y orgulloso militante del PRI.
El idealismo y la emoción de Vargas —quien soñaba con ser diputado Federal— se desvanecieron rápidamente al mudarse con su esposa Gabriela al pueblo de mala muerte, donde sus 100 habitantes apenas hablaban español, no había ni luz ni escuela (ni dinero para repararla), y hasta el cura párroco cobraba por confesar a sus feligreses. Solo contaba con un funcionario municipal: Pek, su asistente. El primer día, debieron enterrar juntos a un poblador asesinado en el burdel del pueblo (el sacerdote cobró cinco pesos por oficiar el entierro).
Desesperado por cumplir los ideales de “justicia social” del PRI, y “traer la modernidad”, el payasesco Vargas acude al secretario de Gobernación, “el licenciado López” para que le otorgara fondos con los cuales cumplir el mandato que le fue dado, o bien para que lo cambiara de ciudad.
¡De ninguna manera! A Vargas le tocó “la Ley de Herodes: O te chingas, o te jodes”, amenaza el líder partidario. Tiene que cumplir lo que se le ha encargado, por su propio bien.
López lo manda de vuelta a San Pedro de los Saguaros con una pistola y una copia de la Constitución Federal mexicana. “Ya verás cómo a todo el mundo le puedes sacar algo: entre multas, impuestos, licencias… Si usas la ley a tu conveniencia, ya está todo listo”. Así explica a Vargas cómo conseguir el dinero que necesita. “Recuerda: en este país, ¡el que no tranza, no avanza!”
La dictadura perfecta
Vargas aprende el juego del Estado como botín, y pronto está disfrutando de las mieles del poder. Con un impuesto al almacén, una licencia al burdel, una multa al borracho del pueblo, recauda lo suficiente para invitar a los hombres notables a cenar, y ganarse su voto de confianza.
El momento más simbólico del film es la cena donde están sentados a la mesa los actores nacionales: Vargas (PRI), el doctor Morales (político opositor del PAN), el sacerdote (la Iglesia), el almacenero (el empresariado) y un codicioso estadounidense con el que el alcalde negoció repartirse una obra de tendido eléctrico.
En un momento, Morales pregunta a este último si Estados Unidos cree que la democracia es la solución para países como México. “No, no”, responde el gringo, “a nosotros los estadounidenses también nos gustan las dictaduras como la de ustedes”. Todos explotan de risa y añade el almacenero: “¡La dictadura perfecta!”, frase que daría pie a una película en 2010 de la misma productora.
Vargas se apresura a justificar la “revolución” del PRI: “En este país, el voto se respeta. No es nuestra culpa que la gente siempre vote por mi partido”.
Luego de un efímero prestigio, Vargas cae en desgracia cuando la dueña del burdel (la mayor fuente de ingresos del municipio) se rehúsa a seguir pagando impuestos. El aprendiz de político entonces decide “ejercer la autoridad”, y la asesina de varios balazos.
Disfruta del poder absoluto hasta que, cansado de su tiranía, Pek acude al secretario López, quien llega al pueblo para poner la casa en orden. Vargas también lo asesina, pero lejos de ser castigado, el PRI decide premiarlo con una banca en el Congreso, porque eliminó a una facción disidente del partido que lideraba López. El más inepto de todos termina triunfando.
La Ley de Herodes retrata con claridad la verdadera naturaleza del Estado: expoliación e impunidad. Como la definió el teórico libertario Murray Rothbard, esta institución no es “una amigable, aunque algunas veces ineficiente, organización para el logro de fines sociales” como se cree comúnmente, sino ” la sistematización del proceso predatorio sobre un territorio determinado”.
Sin poder, los brutos bienintencionados como Vargas raramente pueden ocasionar estragos. Un sistema que es capaz de convertirlos en brutales opresores está irremediablemente podrido.