EnglishAsistir a conferencias de economía puede sonar como la forma más aburrida posible de pasar el día. Sin embargo, un congreso de economía austríaca como el realizado en Rosario, Argentina, nunca es solamente sobre economía; uno puede estar seguro de que saldrá del evento sabiendo algo más sobre política, derecho, historia, filosofía e incluso literatura. Es que para esta escuela de pensamiento iniciada en Viena, la economía es indisociable del resto de la acción humana; a las personas no les interesa el dinero o el trabajo lucrativo en sí, sino como medios para satisfacer sus diversos intereses y necesidades.
En este sentido, el V Congreso Internacional “La escuela austríaca en el siglo XXI” organizado por Fundación Bases, bajo los auspicios de la Fundación Naumann, encarnó la advertencia del nobel Friedrich Hayek: para ser un buen economista, uno no puede saber solamente de economía. El espíritu de interdisciplinariedad se manifestó en cada una de las ponencias, pero en particular en la de quien sospecho es el intelectual liberal más influyente de Latinoamérica: Alberto Benegas Lynch (h).
Si en el mundo anglosajón libertario el cliché es “todo empezó con Ayn Rand”, para un gran porcentaje de jóvenes —y no tan jóvenes— latinoamericanos la ruta de la libertad se inició con el sacudón mental que le produjo alguna filosa reflexión de este economista argentino. Desde el derecho, pasando por la epistemología y hasta la filosofía del derecho, Benegas Lynch ofreció una apasionante conferencia sobre el libre albedrío y el igualitarismo, esa bien intencionada tendencia a querer lograr una justicia “social” que tiene consecuencias desastrosas.
Lamentablemente el diálogo entre las tradiciones de economía austríaca practicadas en ambos hemisferios del continente muchas veces se ve limitado por el idioma y barreras ideológicas. En América Latina los investigadores están bastante al tanto de los últimos trabajos presentados en los centros de producción intelectual (EE.UU. y Canadá), pero son casi inexistentes las referencias a importantes trabajos fuera de ellos, salvo cuando los “austríacos latinoamericanos” van a universidades del norte.
(…) la escuela de Chicago y la de Viena son en realidad como primos hermanos que tienen más qué ganar si dejan de pelearse
Por ejemplo, se hace imperiosa la traducción de los trabajos del filósofo Gabriel Zanotti. A pesar de retomar un proyecto iniciado hace décadas por el fallecido economista de la Universidad George Mason, Don Lavoie, los brillantes artículos de este epistemólogo argentino recién están cruzando las fronteras sudamericanas. Me temo que aún pasarán varios años hasta que se dimensione el potencial de su reinterpretación de Ludwig von Mises para reubicar a la disciplina sobre cimientos más sólidos (o si se quiere, menos frágiles).
El mayor contacto que ha tenido la academia latinoamericana con la tradición continental de la filosofía puede aportar respuestas que probablemente se han estado buscando en lugares poco fértiles –siempre y cuando exista la predisposición a ver el puente que Zanotti sencillamente trata de hacer visible, pues es uno que siempre estuvo ahí: los orígenes de la economía austríaca tienen mucho en común con el pensamiento europeo de la intencionalidad, de la hermenéutica. Precisamente la ponencia de Gabriel Calzada, rector de la Universidad Francisco Marroquín, demostró la gran influencia de pensadores alemanes en la obra principal de Carl Menger, el padre de esta tradición.
No obstante, pude observar que cada vez más hay señales de apertura en varios frentes. Las ponencias de los economistas mexicanos Luis Sánchez-Mier y Fernando Valdés respectivamente resaltaron las coincidencias entre la teoría general del equilibrio y el paradigma austríaco; y la necesidad de fusionar las justificaciones que dan los economistas y los filósofos a favor del libre mercado. También recordó Adrián Ravier a los asistentes que la escuela de Chicago y la de Viena son en realidad como primos hermanos que tienen más que ganar si dejan de pelearse por rencillas creadas por sus padres hace demasiado tiempo.
Se hizo presente en la conferencia el reclamo de que los austríacos tienden a exagerar sus diferencias con el mainstream de la profesión. Ya Peter Boettke señaló cómo buena parte de su corpus teórico ha sido adoptado por los economistas contemporáneos. Incluso ha habido victorias recientes de los austríacos sobre disputas de larga data. Todos celebramos el anuncio que hizo el analista económico Mark Skousen: nada menos que una nueva forma de medir la economía de un país —basada en la teoría de Friedrich Hayek—, y que puede llegar a reemplazar al Producto Interno Bruto, será publicada regularmente por el órgano oficial de estudios económicos de EE.UU.
Es saludable ver que cada vez más los economistas austríacos están dejando atrás el atrincheramiento ideológico interno y externo
Este nuevo indicador impulsado por Skousen desde los años 90, llamado Gross Output (GO), revela el verdadero peso del sector privado en la producción de riquezas y ayudará a desechar un omnipresente mito desde la aparición del keynesianismo: que el consumo —y no el ahorro invertido— es lo que mueve a la economía de un país.
Una señal aún más alentadora de la aceptación e incursión de la economía austríaca en el mundo intelectual fue la charla que dejó a todos más incómodos. Los liberales, y los austríacos en general, siempre han asumido que debe existir un Estado central, pero limitado, que posibilite la cooperación y el orden. Sin embargo, Ben Powell, avanzando las teorizaciones de Murray Rothbard, expuso el fecundo campo de investigación empírica de los “pedazos de anarquía”: circunstancias de la historia en que arreglos sociales funcionaron y funcionan mejor sin un Gobierno centralizado.
Así como el comercio internacional se realiza sin ninguna autoridad supranacional, los estudios de Powell, Edward Stringham y Peter Leeson muestran que en ciertas situaciones, tener un Estado no solo no es necesario, sino que produce menor cooperación y peor calidad de vida. El economista argentino Martín Krause expuso –aunque sin relación aparente con la exposición de Powell—uno de estos casos: investigó cómo en Rosario los clubes naúticos organizaron los servicios de navegación en la bahía con la instalación de boyas que permiten la orientación de los botes; instalaron bienes públicos por iniciativa privada, sin ayuda estatal.
Es saludable ver que cada vez más los economistas austríacos están dejando atrás el atrincheramiento ideológico interno y externo, y buscan construir puentes de entendimiento entre distintas disciplinas. Esto no es de extrañarse, puesto que quién mejor que los discípulos de Hayek para entender que la arrogancia intelectual puede llegar a ser fatal.