Las palabras, como lo sabe cualquiera que no sea un purista, evolucionan. Los significados —es decir los conceptos— a los que se refieren, cambian con el tiempo y el contexto. Y para juzgar la intención y el carácter moral de quien las utiliza, esto último es tal vez más importante que lo que dice el diccionario oficial de la lengua.
El Mundial se vio envuelto en un embrollo político-lingüístico la semana pasada por un cántico de la hinchada de México, que por lo visto tiene la costumbre de gritar “puto” cuando el arquero del equipo contrario se dispone a ejecutar el saque de meta. El objetivo es obviamente sacarle la concentración para que cometa un error (aunque no parece ser una estrategia muy efectiva contra países que no hablan español).
La FIFA entonces abrió una investigación por discriminación al equipo mexicano, ya que la organización había decidido aplicar para este Mundial una política de “tolerancia cero” a los actos de discriminación racial, sexual o de orientación sexual.
Las respuestas de los hinchas mexicanos y de la blogosfera no se hicieron esperar. Un buen número de comentaristas angloparlantes reprocharon el cántico y parecían más preocupados por la corrección política que por juzgar si verdaderamente quienes lo dijeron eran homofóbicos. Lo que fallaron en ver, si se hubiesen preocupado en consultar a cualquier mexicano o latinoamericano, o incluso a cualquier descendientes de hispanos en EE.UU., es que la palabra, que desde épocas del Quijote significaba “prostituto masculino”, ya no está vigente, o por lo menos está en desuso.
La transformación probablemente se consolidó en los años 90 y una buena muestra de la transición conceptual es la popular canción del grupo mexicano Molotov, quien también respondió a la FIFA. Como señala la letra de la canción, “puto” puede referirse a: Alguien que te quiere joder (perjudicar), un cobarde, un idiota, un traidor, o alguien que se niega a acompañar al grupo. El uso reciente de la palabra como adverbio se asemeja al de la multivariada expresión inglesa fuck.
Es cierto que en algunos países de habla hispana la palabra sigue siendo usada para denigrar a los homosexuales, pero no significa que siempre sea así, y con seguridad este no es el caso en cuanto al uso que le dan los hinchas mexicanos. El fútbol no está exento de machismo, racismo ni discriminación. Pero apresurarse a la censura antes de verificar la intención y el contexto demuestra más una preocupación por la corrección política que por la justicia. El hecho de que algunas personas pudieran sentirse ofendidas no es suficiente.
Finalmente, ayer se descartó sancionar a México, pero el caso revela cómo muchas veces el ahínco por erradicar prácticas discriminatorias se vuelve absurdo, y llama a cuestionar hasta qué punto es efectivo y cuándo se convierte en una restricción de elementos de la cultura, como el idioma.
Más bien la FIFA debería pensar en estrategias para promover la tolerancia en Rusia, país al que otorgaron la sede del próximo Mundial y donde sí existe una abierta persecución a la comunidad LGBTQ.