Solicitas una visa de residencia para intentar una nueva vida en los EE.UU.. Pides el mismo documento para tu hijo pequeño, para que, naturalmente, pueda inmigrar contigo —y la ley explícitamente lo permite para tu “niño” (child).
Luego de esperar 21 años a que tu nombre llegue al tope de la lista, te encuentras con la sorpresa amarga de que las autoridades te otorgan el permiso a ti, pero no a tu hijo, bajo el tecnicismo legal de que ya no es un “niño”, sino mayor de edad. Es decir, tiene que empezar el proceso desde cero; y te enfrentas ante el dilema de abandonarlo en el país de origen y nuevamente esperar quién sabe cuánto tiempo, o bien no inmigrar.
Es lo que le sucedió a Norma Uy, una de las demandantes en el caso Scialabba v. Cuellar de Osorio et al, que llegó hasta la Corte Suprema de los EE.UU. y el lunes tuvo un veredicto. En una votación cerrada de 5 a 4, los jueces decidieron ratificar la interpretación de la agencia migratoria de rechazar la visa a los hijos que adquieren la mayoría de edad durante la solicitud. Esto a pesar de que miembros del Congreso estadounidense enviaran una aclaración a la Corte Suprema de que la intención y el lenguaje de la ley “Child Status Protection Act” que ellos aprobaron era precisamente el de prevenir que las familias sean separadas por el estatus migratorio dispar de padres e hijos.
El escándalo moral que hoy en día constituyen las barreras migratorias es uno de los asuntos más acuciantes de la era moderna. No solamente porque los economistas estiman que con eliminarlas prácticamente se acabaría con la pobreza mundial, sino además por la dignidad humana pisoteada por fronteras imaginarias.
Nada ilustra mejor este punto que el nuevo documental que lanzó esta semana el reconocido periodista José Vargas:
Vargas, de 33 años, se había estado ocultando (y mintiendo) desde el momento en el que se enteró de que no era tan estadounidense como alguna vez creyó serlo. Se enteró repentinamente de que era un inmigrante indocumentado a los 16 años; intentó sacar su licencia de conducir, pero le dijeron a secas que sus documentos eran falsos y que, esencialmente, no pertenecía al país. “Estoy cansado de huir”.