EnglishEl plan parecía perfecto: Organizar el Mundial en casa, ganar la sexta copa del país y aprovechar la euforia popular para asegurarse la reelección. Pero la presidente Dilma Rousseff subestimó la ineficiencia del estado para concretar obras de gran envergadura dentro de los plazos de la FIFA, así como la frustración de la clase media por la crisis económica y el oportunismo de los distintos gremios para chantajear al gobierno con paralizaciones.
Desde el año pasado se vienen organizando manifestaciones de miles de personas de todas las convicciones ideológicas en contra del despilfarro de dinero público que en el mejor de los casos permitirá tan solo una reactivación económica a medias. Por otro lado, el gobierno que se dice progresista, está aplicando medidas para contener la presión social que recuerdan a tiempos autoritarios, desde peligrosas leyes que aplican penas de terrorismo a manifestantes durante el evento deportivo, hasta lo tragicómico con la prohibición de usar gorros en las calles de Río de Janeiro.
En medio de abusos policiales, persecución a periodistas y criminalización de las protestas, Amnistía Internacional lanzó una campaña reprochando al gobierno brasileño. Insta a los visitantes a “sacar la tarjeta amarilla” al gobierno por todos los abusos cometidos.
De hecho, poco está resultando como lo había planeado el gobernante Partido de los Trabajadores (PT), que apenas salió de un escándalo de corrupción que mandó a varios de sus legisladores a prisión y ya se encuentra salpicado por otro que esta vez afecta a la propia Rousseff.
Como dice una frase que recorre las redes sociales brasileñas y que cada vez cobra mayor vigor: Habrá Copa, pero no reelección. Lo más probable es que Rousseff se lleve la tarjeta roja del pueblo brasileño.