Si a algo nos hemos acostumbrado en las campañas políticas latinoamericanas, es a la ausencia de debates programáticos y discusión de ideas. La obsesión sobre la vida personal de los candidatos y escándalos irrelavantes a la solución de problemas nacionales son la comidilla de medios tradicionales y nuevos durante meses.
Colombia, que irá a las urnas este domingo para elegir al próximo presidente, no es la excepción. Tal como escribe Javier Garay para PanAm Post:
La campaña se ha convertido en un lamentable espectáculo de acusaciones, mentiras y contra-acusaciones. Los dos candidatos punteros, el actual presidente Juan Manuel Santos y el representante del expresidente Álvaro Uribe Vélez, Oscar Iván Zuluaga, se han enfrascado en una espiral de escándalos hasta tal punto que pareciera que de lo que se trata no es de elegir presidente, sino de un concurso para determinar cuál de estos individuos tiene el prontuario criminal más elaborado. Los demás candidatos intentan presentar sus propuestas en los pocos espacios a los que tienen acceso. Y en medio de todo este escándalo, la ciudadanía, que obnubilada por la carnicería de los punteros, profundiza aun más la polarización, escogiendo a quién odiar y a quién defender.
El último escándalo en lo que ya está etiquetada como la campaña más sucia de la historia colombiana, es la revelación la semana pasada de un vídeo donde se ve a Iván Zuluaga hablando con Andrés Sepúlveda, asesor y supuesto hacker quien habría conseguido información confidencial de las Fuerzas Armadas colombianas. Estos datos luego habrían sido utilizados por la campaña del opositor para interferir con las negociaciones de paz que el actual presidente Santos inició con las FARC en La Habana.
Lo notable es que los propios candidatos compiten por quién desprestigia más al otro en lugar de tratar de superarse mediante mejores propuestas.
Los debates reales no existen porque no son ideas las que movilizan a los partidos y facciones políticas en América Latina, sino la defensa corporativa de los intereses a quienes representan. Mientras la cultura subyacente siga favoreciendo al caudillismo y la servidumbre, seguiremos viendo más de lo mismo, estatismo y sed de poder con sus aderezos conservadores y socialistas.