EnglishLa semana pasada, el Departamento de Vehículos Automores de Virginia (DMV) envió cartas a Uber y Lyft, dos empresas de coches compartidos contratados a través de aplicaciones móviles, exigiéndoles que dejen de ofrecer sus servicios. El anuncio provocó que hordas de “yuppies” en Washington, D.C. entraran en pánico preguntándose cómo harían para trasladarse sin ayuda de estas aplicaciones al sur del río Potomac, el cual divide al estado con Virginia.
El comisionado de la DMV, Richard Holcomb, afirma que las dos compañías “no son servicios de coches compartidos tal como lo define la ley de Virginia”, ya que sus conductores reciben una remuneración, por lo que no están exentos de regulaciones.
Si bien la mayoría de los comentarios de los últimos días se ha enfocado en el valioso servicio que brindan las compañías, puede que lo verdaderamente rescatable de esta historia sea la fuerte indignación que ha causado.
A las pocas horas del envío de las cartas de la DMV, Uber mandó un correo electrónico masivo en el que aseguraban a sus usuarios que continuarían brindando el servicio, además de solicitarles que expresaran su desacuerdo con el Comisionado Holcomb por correo electrónico, teléfono y Twitter, usando el hashtag #VAneedsUber. La última campaña se convirtió en un treding topic en Twitter en el área de Washington D.C.
A Uber no le son desconocidos los problemas legales. Es más, en el pasado, han utilizado con éxito la indignación popular como herramienta para defenderse de los ataques regulatorios. Han logrado repeler con éxito la furia burocrática en la mayoría de las grandes ciudades donde se han instalado, como Washington D.C., San Francisco, Los Ángeles, Chicago y Nueva York, por mencionar algunas.
En ciudades donde sus servicios son ilegales debido a reglamentos anacrónicos, Uber ha trabajado con los legisladores locales para facilitar regulaciones más amigables. Tal es el caso de Colorado, que se convirtió en el primer estado que aprobó la semana pasada una ley que explícitamente regula el servicio de coches compartidos mediante aplicaciones móviles.
Pero incluso en ambientes más hostiles, Uber ha avanzado con su negocio a pesar de las protestas gubernamentales. Tal es el caso de Austin, Miami y Orlando, donde el servicio fue lanzado la semana pasada a pesar de las advertencias locales de que éste es ilegal.
¿Por qué Uber va a la ofensiva contra el gobierno mientras que la mayoría de empresas se acobardarían? La compañía, que desde su nacimiento ha luchado contra los conflictos regulatorios, hasta bautizó a sus tácticas con el nombre de “El libreto de juegos”. Como su presidente ejecutivo y fundador, Travis Kalanick, explicó el otoño pasado a Inc., “los usuarios de Uber son las personas más prósperas e influyentes en sus ciudades. Cuando llegamos a una masa crítica se hace imposible pararnos”.
La declaración de Kalanick dice mucho más sobre el poder de la “economía del compartir” que lo que podría desprenderse de cualquier otro análisis. Las barreras regulatorias contra la competencia no son nada nuevas. Desde los conductores de taxis que cabildean por un sistema de emblemas para el registro de los automóviles, a los restaurantes tradicionales que abogan por regulaciones estrictas para los camiones móviles de comida, los grupos organizados se han dedicado a restringir la competencia durante décadas.
En la mayor parte de la historia política reciente, este clientelismo ha sido ampliamente ignorado debido al carácter concentrado de los beneficios que genera, y por el contrario, por lo muy dispersos que son los costos de oponerse a él.
Por ejemplo, sería más conveniente para los consumidores tener más taxistas en las calles en lugar de que las legislaciones municipales implementen cuotas de nuevos conductores, como se hace con el registro mediante emblemas. Sin embargo, el usuario promedio no dedica mucho tiempo a pensar sobre las políticas que regulan a los taxis, aparte de la corta e incómoda conversación que que sostienen con el taxista que los lleva al aeropuerto.
Pero ahora, en la era de las redes sociales, expresar el desacuerdo con las políticas es tan fácil como redactar un correo electrónico de 100 palabras o un tuit de 140 caracteres. Precisamente por este motivo es que compañías como Uber no tienen miedo a ser audaces. Tienen de su lado el poder digital de la población de una manera que hace unos años era imposible imaginar.
Por eso la emergente “economía del compartir” podría significar un importante cambio de paradigma, no solo respecto a cómo los consumidores comparten la propiedad privada, sino cómo evitan las regulaciones gubernamentales. A los reguladores entrometidos les será más difícil asfixiar servicios innovadores como Uber, que cuentan con clientes tan leales y expresivos de su lado.