El nuevo invento del gobierno es el “noticiero de la verdad”, una “nueva modalidad de comunicación” anunciada por Nicolás Maduro el pasado 10 de septiembre. El espacio de radio y televisión será de transmisión obligatoria por parte de medios privados y oficiales dos veces al día. Hay que ser bien prepotente –por decirlo menos- para autocalificarse como el poseedor absoluto de la verdad.
Vale la pena preguntarse qué es la verdad… Si tomamos el diccionario de la RAE, encontramos que “verdad” en sus primeras acepciones es: 1. Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. 2. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. 3. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. 4. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente.
En otras palabras –y para no entrar en honduras filosóficas de las que no saldríamos nunca- la verdad no es otra cosa que la adecuación de los sentidos a la realidad de cada individuo.
Recuerdo que mi tío, Pedro Centeno Vallenilla contaba que cuando estudiaba Derecho en Roma, durante una cátedra de Derecho Penal en la que el profesor argumentaba sobre las fortalezas y fragilidades de los testigos, dos hombres interrumpieron la clase en un aula tipo anfiteatro, corriendo uno detrás del otro. El profesor les hizo señas a los estudiantes de que no hicieran nada.
Cuando los hombres salieron, les pidió que escribieran lo que habían visto. No hubo dos testimonios que coincidieran exactamente: cada quien vio lo que estaba preparado para ver, por sus circunstancias de vida, sus experiencias, hábitos y pericias.
Los gobiernos totalitarios son especialistas en erguirse como los únicos que saben qué es lo que debe difundirse. El control de los medios es vital para controlar a la población; pero el precio es alto, de hecho altísimo.
Vale recordar la patética experiencia de la explosión del reactor nuclear de Chernobyl. El 26 de abril de 1986 se produjo en la Unión Soviética el accidente más catastrófico de la historia de la energía nuclear: un estallido en la planta atómica, situada entre Bielorrusia y Ucrania, que liberó 500 veces más radiación que las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki.
Al cabo de unas horas, varias estaciones de control de radiactividad en Suecia, Alemania y Finlandia detectaron el polvo altamente radiactivo, que provenía justamente de Chernobyl. Esto puso al mundo entero en alerta y obligó al gobierno soviético a pronunciarse. El comunicado que se emitió la noche del lunes 28 de abril no evidenciaba la gravedad de lo ocurrido:
“Ha ocurrido un accidente en la planta de energía de Chernobyl y uno de los reactores resultó dañado. Están tomándose medidas para eliminar las consecuencias del accidente. Se está asistiendo a las personas afectadas. Se ha designado una comisión del gobierno”.
Esta forma de actuar de las autoridades soviéticas se ha repetido en todos los regímenes totalitarios: aun conociendo las terribles consecuencias que podía tener -y tuvo- el accidente, se reservaron la información. Habiendo podido evitar miles de afectados y muertes, no lo hicieron.
Por eso es necesaria la voz de los medios independientes. En Chernobyl fue necesario que otros países dieran la voz de alarma para que el hecho fuera difundido. En el mundo se conoció toda la magnitud de la tragedia a las pocas horas de haber ocurrido, pero en Chernobyl y sus alrededores, tomó semanas.
¿Es eso lo que queremos, enterarnos de los Chernobyles cuando ya sea demasiado tarde? La “verdad oficial” alegó razones de “seguridad” para no difundir información sobre la magnitud del accidente sino hasta cuando el efecto de la radiación había causado estragos. Las cifras son dantescas.
Por eso hablar de “verdad” es tan delicado y sentirse poseedor de ella tan peligroso. Prefiero que hayan centenares de medios de comunicación informando “a su manera” y tener yo la libertad de decidir qué creo y a quién le creo, que tener una sola verdad… de acuerdo al gobierno.
Cuando Poncio Pilato le preguntó a Cristo “quid est veritas”, Cristo no le respondió… De haber vivido en aquella época, de seguro Maduro y su combo le hubieran respondido.
El artículo original se encuentra en la página del El Universal.