Los fenómenos complejos, aquellos que se engendran por la concurrencia de diversos nexos causales, ponen en evidencia que la mente humana es capaz de inventar las más disparatadas especulaciones en su afán de esclarecer enigmas o desentrañar situaciones.
Tal parece ser el caso del tema más candente de nuestro país, Argentina, y que ocupa la atención de analistas y diversos medios de difusión masiva: escritos, radiales o televisivos. Me refiero, para quienes aún se encuentren desprevenidos, a la actual situación económica a la que nos vemos enfrentados.
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A riesgo de ser incluido en las especulaciones del primer párrafo, propongo una idea teórica y sistemática cuyo objeto material es el hombre y su enseñanza, de orden puramente lógico y formal. Conforme a esta última aclaración, los problemas que enfrenta nuestro país, como pasa con todo tipo de problemas, solo podrán resolverse cuando se adopten medidas tendientes a deshacer las causas que dieron origen al fenómeno, y no, por ejemplo, como ocurre con la inflación, si se persiste con controles y restricciones destinados a mitigar los efectos o consecuencias del suceso.
Sin ánimo de ser exhaustivo, sino informal y desregulado, enunciaré las principales preocupaciones del quehacer económico que aquejan a los argentinos:
El déficit fiscal. La intervención por acción del gobierno produce un estado de cosas que es peor que el que habría prevalecido sin intervención. La carga tributaria del Estado argentino, en todos sus niveles de gobierno, evidencia un crecimiento sostenido desde hace más de una década, lo cual condujo a la hipertrofia del gasto público que vuelve inviable cualquier emprendimiento privado. La creación de nuevos impuestos, subas de alícuotas, y la falta de adecuación de ciertos parámetros de cálculo al contexto inflacionario, son algunos de los elementos que explican que la presión tributaria argentina se encuentra hoy en niveles máximos históricos. Ya nadie cree en la gravosa carga impositiva —la cual resulta insuficiente, a pesar de ubicarse por encima del 50 % y de representar una de las presiones tributarias más altas del mundo—, ni en las promesas de endeudamiento para seguir financiado los excesos; todas las deudas, tarde o temprano, quedarán impagas, pues solo se busca mejorar las condiciones de los deudores presentes con cargo a futuros.
Salarios más altos que la productividad (en franca contradicción con los hechos y la teoría): un símbolo del populismo que no hay manera de pagar, y su inmediata consecuencia, el desempleo. Empleo público estéril y desproporcionado con el propósito de suplir la destrucción de puestos de trabajo. Por su parte, las denominadas conquistas sociales —de carácter compulsivo— solo sirven para generar confusión masiva, pues cualesquiera que sean las ventajas que otorguen al obrero, este es quien paga y financia dichos “beneficios”. Otro golpe a los vapuleados jornales del trabajador.
El ámbito empresarial. Las empresas de países con cierto orden macroeconómico, cuando tienen éxito, obtienen rendimientos acordes a las tasas de corte, que tienen que ver con un premio por sobre tipos de interés del mercado; hoy el tipo de interés de algunas economías desarrolladas, como la de Japón, tiene valores negativos. En Argentina, en cambio, cualquier evaluación de proyectos debe cotejarse contra tipos de interés exorbitantes, lo que eleva al imposible los altísimos costes financieros.
La inflación, o la emisión monetaria por causas exógenas, consiste en la expansión de medios fiduciarios por encima de la demanda del mercado. Después del incremento de existencias de dinero el mercado queda trastocado, pero es equivocada la expresión del alza o baja del nivel general de precios, ya que el proceso provoca distorsión de precios relativos, es siempre desigual y escalonado, asimétrico y deforme.
Para finalizar, sin dejar de mencionar los subsidios y otras inequidades, quedaría incompleta la intervención del Estado sin referirse a la corrupción, pues en todo intervencionismo habrá, necesariamente, corrupción, cualesquiera sea su clase.