Estamos ya en abril y la situación de Venezuela sigue sin resolverse, después de tres meses de incertidumbre. El país se cae a pedazos: el sistema eléctrico ha colapsado, falta agua aún en Caracas (a la que siempre el régimen trata de mantener en calma), la economía está virtualmente paralizada y la hiperinflación devora los ingresos de todos, pues hasta muchos de los productos que están dolarizados la sufren. Pero Maduro sigue allí, y allí también sigue Guaidó: uno desde el poder, el otro desde tribunas improvisadas, frente a multitudes desesperadas e impacientes, pero que todavía creen en él. La situación es insólita y confusa, pero hay algunos puntos claros y evidentes que vale la pena examinar con calma. Veamos lo que sucede con los tres hombres alrededor de los cuales gira el torbellino de los acontecimientos.
Quien tiene el panorama más claro, seguramente, es el actual dictador de Venezuela, Nicolás Maduro. Él sabe muy bien que no puede renunciar, porque de hacerlo, a pesar de todo lo que puedan prometerle, afrontaría un destino oscuro e incierto. El exilio, en el mejor de los casos, la cárcel, hasta la muerte, todo podría sucederle, porque entonces ni sus más exaltados partidarios querrían defenderlo. Maduro debe aguantar las presiones, esperar que la situación mejore, que la oposición se desinfle y que pueda seguir gobernando con el apoyo de los cubanos. Solo ante la fuerza se irá, eso está claro, porque no tiene otra salida, no tiene vía de escape y las mieles del poder son, sin duda, muy dulces.
El otro protagonista es Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos, que ha reconocido valientemente al presidente provisional Juan Guaidó y se ha comprometido a acabar con la tiranía de Maduro y sus secuaces. El gobierno estadounidense ha escalado las sanciones contra el régimen procomunista de Venezuela y trata de lograr, por este medio, un cambio profundo hacia la democracia. Pero no puede actuar decisivamente y por su cuenta, mediante una acción armada, por varias razones. Primero, porque la acogida de una posible invasión depende de los venezolanos, de que ellos emitan un llamado a intervenir loud and clear, nítido y explícito. Pero además porque tiene que justificar ante su pueblo el envío de tropas, de soldados que tal vez tengan que enfrentarse a una resistencia desesperada, algunos de los cuales de seguro morirán en acción. ¿Qué decir, entonces? ¿Cómo justificar esa pérdida de vidas ante sus electores? El problema para Trump, pienso yo, es que está atrapado: si interviene enviando una fuerza militar puede ser acusado de imperialista, de ser un hombre desenfrenado y agresivo que pasa por encima de todos los convenios internacionales; pero si no interviene, por otra parte, puede perder su prestigio de gobernante duro y decidido, puede aparecer como el jugador de póker que eleva la apuesta sin tener cartas que lo respalden. Como un charlatán, para decirlo sin ambages.
Guaidó, por su parte, es quien se encuentra en peor situación de los tres. Tiene el respaldo popular, es cierto, pero ese es un respaldo condicionado, que no puede durar eternamente y que puede disiparse por completo si la gente llega a la conclusión de que nada puede cambiar con los métodos de lucha que emplea. Uno de sus grandes problemas es que los políticos que conforman la oposición no están unidos y que buena parte de ellos rechaza en absoluto cualquier solución de fuerza, incluida por supuesto la invasión de tropas extranjeras. Guaidó debe mostrar un liderazgo fuerte, debe arriesgarse, pero no está claro qué acciones decisivas puede emprender para no quedar en una especie de limbo político que acabaría por completo con su liderazgo y le acarrearía el exilio, la prisión o la muerte.
Estos tres hombres tienen, pues, en sus manos, el destino de la atribulada Venezuela. Pasan los días, las semanas, y nada parece cambiar, pero se trata de un estancamiento ilusorio. Guaidó tendrá que moverse hacia adelante, so pena de desaparecer; Trump no puede dejar que su imagen se desvanezca y deberá que seguir presionando, aumentando la apuesta; Maduro algo tendrá que inventar, pues un país entero no puede moverse sin electricidad y sin agua. Los venezolanos, por su parte, seguirán buscando una salida, cada vez más desesperados ante un deterioro que parece irreversible, escapando de su país cuando pueden y ejerciendo así, una indudable presión sobre Colombia, Brasil y el resto de la región latinoamericana.
Algo tendrá que suceder pero la historia, maestra de vida, nos enseña que no podemos por ahora preverlo. Y es muy probable, lo sentimos, pero ese “algo” al que aludimos será casi seguro violento, inesperado y probablemente cruel. Ojalá me equivoque.