Son bien conocidas las noticias y los videos que muestran de un modo rotundo la pobreza en la que se ha sumido el pueblo venezolano. La escasez de alimentos y medicinas –de todos los productos básicos para una vida normal, en realidad- son patentes y abrumadoras.
La calidad de vida del venezolano ha descendido de un modo abismal: en el recuerdo ha quedado esa Venezuela que conocí en 1974, donde todo abundaba y en la que siempre algo sobraba del sueldo al llegar al final del mes. No solo eso, sino que las carreteras, las calles, los edificios, los vehículos y los puertos están ahora en un estado de tremendo deterioro debido a la completa falta de mantenimiento.
Lo mismo ocurre con gran parte de las empresas productivas, que no pueden realizar las mínimas inversiones que necesitan para mantenerse al día. PDVSA, la petrolera estatal, produce cada vez menos y es, a esta altura, una empresa en ruinas, una verdadera vergüenza nacional. Pero en medio de la catástrofe social que viven los venezolanos hay diferencias sociales muy marcadas que el lector debe conocer para comprender mejor el funcionamiento del régimen.
En ese “paraíso” socialista no todos sufren por igual. Hay, por lo menos, tres sectores sociales bien diferenciados: los llamados “boliburgueses”, lo que resta de la que fuera un amplio estrato medio y, por último, el sufrido pueblo.
Los nuevos “burgueses” forman la pequeña minoría de los privilegiados por el régimen: son los políticos chavistas, los altos funcionarios públicos, los dueños de empresas que realizan importaciones con el dólar oficial, los altos mandos militares y algunos otros pequeños grupos de gente ligada al sistema. Todos ellos viven en la opulencia, obtienen con facilidad todo lo que necesitan y, con el excedente, van engrosando las cuentas que tienen en el exterior, ya sea en dólares, en euros o en otras monedas confiables.
Existe por otra parte un sector social -que algunos calculan en un 30 % de la población, pero que a nuestro juicio no rebasa el 20 %- que logra también acceder a los productos básicos de la vida civilizada y hasta un poco más. Su vida ya no es la de otros tiempos, claro está, pero al menos pueden comer todos los días, vestirse, viajar de vez en cuando y tener una vivienda confortable.
Son las personas que poseen cuentas en dólares en el exterior y van adelgazándolas poco a poco para cambiar sus divisas en el mercado local, los que reciben buenas remesas de familiares que viven en el extranjero, los que realizan actividades remuneradas en dólares que les son depositados en cuentas bancarias fuera de Venezuela. Son lo que queda de esa llamada clase media que, hace décadas, era el orgullo del país.
Se trata por lo general de profesionales o empresarios en pequeña escala y sobreviven gracias a cambiar sus dólares por los devaluados bolívares, que día a día pierden valor. Una familia puede sostener todavía una existencia digna con apenas USD $300 o $400 al mes, una cifra pequeña para los estándares internacionales, pero inmensa cuando se la cambia en bolívares, pues se convierte en cientos o miles de millones.
Luego, por supuesto, está el pueblo llano, el inmenso pobrerío que come cuando puede, viaja hacinado en sucios camiones, carece de medicinas y sufre de enfermedades que no puede curar. Esa es la gente que inunda las fronteras terrestres del país, que se agolpa en los puestos fronterizos, que viaja con lo puesto y vive en medio de la angustia y la desesperación.
Estas divisiones son de una importancia enorme para los amos del poder. Igual que en Cuba gobiernan sobre una población depauperada, que solo puede luchar para sobrevivir hasta el día siguiente y que, por lo tanto, es incapaz de emprender ninguna lucha política de significación. La minoría que vive en condiciones mejores no tiene ni la organización ni la capacidad de hacer mucho más, pues su existencia no deja de ser precaria en medio del mar de pobreza e inseguridad en que sobrevive.
Esto es el socialismo, apreciados lectores: sin máscaras, sin la palabrería de los discursos oficiales, sin la retórica marxistas de los privilegiados que dicen defender al pueblo. Un sistema que arroja a la impotencia a la mayoría de la población, un régimen de diferencias sociales rígidas muy semejante al de las antiguas monarquías absolutas.
Un retroceso evidente de más de dos siglos. No nos engañemos: la Venezuela del siglo XXI muestra el verdadero rostro del socialismo, un sistema de brutal opresión, de miseria para la mayoría, donde gobierna una minoría dispuesta a todo para sostenerse en el poder.