Una huelga general ha paralizado a toda Venezuela en repudio al régimen dictatorial del chavismo y sus intenciones de convocar a una Asamblea General Constituyente (ANC). Son millones los venezolanos que piden la salida del presidente Nicolás Maduro y que se oponen a su dictadura, son miles los que se enfrentan en las calles a la brutal represión, conformando una resistencia que está dispuesta a luchar hasta el final para cambiar el destino del país sudamericano. Pero la situación política no es clara y plantea al observador infinidad de interrogantes que no dejan lugar para el sano optimismo.
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La oposición política, nucleada en la MUD (Mesa de Unidad Democrática) está conformada por una multitud de grupos y partidos que tienen visiones muy diferentes acerca del momento crucial que ahora se vive. Pero la mayoría de sus dirigentes piensa que, si Maduro triunfa en su proyecto de instalar la ANC, “se perderá la república”. Por eso centran sus críticas en esa iniciativa de la dictadura e insisten en señalar que una nueva constitución consolidara definitivamente al régimen actual.
Es cierto que la constituyente que el gobierno ha convocado viola todas las reglas de un mínimo proceso democrático, pues desconoce la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, se organiza del modo corporativo propio del fascismo y viola el derecho al voto secreto y universal; es cierto también que una nueva constitución consolidaría “legalmente” al sistema socialista actual. Pero lo que no es cierto es que con estas acciones se vaya a perder la república: la república, es lamentable, ya se perdió hace mucho tiempo.
La constitución actual, la de 1999, es un adefesio jurídico que se aprobó violando todas las normas constitucionales que en ese momento estaban vigentes. Pero a lo largo de las dos décadas siguientes Chávez, y su continuador, Nicolás Maduro, se encargaron además de pasarla por alto una y cien veces cuando ello convenía a sus intereses. Los órganos que controlan los procesos electorales han impedido que se realizasen comicios limpios y no han convocado a las elecciones parciales que debían efectuarse el año pasado; los poderes del congreso y de los alcaldes opositores han sido eliminados a discreción; hay cientos de presos políticos a los que incluso se tortura abiertamente y el poder judicial está en manos de genuflexos e incapaces que acatan todo lo que el poder les ordena… ¿de qué república, entonces, estamos hablando?
La convocatoria a esta Asamblea Constituyente ha sido una hábil maniobra de Maduro y sus secuaces que ha servido para desviar la lucha de su objetivo más importante, que no puede ser otro que el fin de la dictadura. Si la convocatoria se lleva a cabo y se instala ese cuerpo –totalmente fiel a los gobernantes- la dictadura se habrá consolidado. Pero si la oposición triunfa y el régimen echa marcha atrás, nada, en realidad, se habrá ganado: continuará el despotismo de quienes no respetan ninguna ley, seguirá apresándose a los opositores por razones políticas, no se cambiarán las políticas socialistas ni cesará la corrupción que han llevado a la crítica situación económica actual, caracterizada por la más terrible escasez y la inflación más descontrolada.
La salida política a la crisis venezolana no reside, por esto, en impedir que se apruebe una nueva constitución o en entablar diálogos que solo darán más tiempo a un gobierno con muy escaso apoyo, como pasó ya a finales del año pasado. La solución a la encrucijada actual pasa, en cambio, por la salida del presidente Maduro y el fin del régimen actual, por una lucha sin concesiones, por la desobediencia civil que –ahora mismo- muestran los valientes muchachos de la resistencia. Y lo peor de todo es que la MUD, con su temor al conflicto y su trasnochado pacifismo, está abriendo el camino en realidad para lo contrario, para una solución violenta: al no asumir el liderazgo que la situación requiere dejará el control de la lucha a quienes, ya desesperados, no vacilarán en recurrir a la violencia. Porque, o se consigue terminar con el proyecto socialista que padece Venezuela hoy o se terminará desembocando en una guerra civil que nadie desea. El ejemplo de Siria está a la vista.