
Dejando atrás confrontaciones inútiles, la Argentina celebró, en un clima de alegría y concordia, los doscientos años de su declaración de independencia. Ausentes estuvieron los discursos que fomentaban las divisiones y la lucha entre los mismos argentinos, como ocurría durante los doce años en que Néstor Kirchner y su esposa gobernaron la nación.
- Lea más: Argentina: Macri acusó al Gobierno Kirchner de recibir coimas para importar gas
- Lea más: Argentina: Conozca a los funcionarios más ricos del Gobierno de Macri
Desde la llegada de Mauricio Macri al poder hace unos pocos meses, ha cambiado por completo la atmósfera en que se desarrolla la vida cotidiana y el escenario político del país sureño. Argentina, por fin, parece alejarse de esa manera de gobernar que tantos daños le ha ocasionado: eso que llamamos populismo, aunque la palabra a veces resulte imprecisa, y que se instaló con Juan Domingo Perón en la década de los cuarenta del siglo pasado. Y por dos cosas, entre otras, se caracterizó ese populismo del que hablamos: por la manera dispendiosa en que se gastaron los recursos de la nación y por ese discurso que proclamaba y fomentaba las divisiones, las oposiciones entre distintos sectores sociales y políticos.
La forma en que los Kirchner utilizaron los recursos públicos llevó al país a una crisis que ahora Macri tiene como tarea resolver. Se endeudó a la Argentina, se gastó más de lo que existía en caja, se vaciaron los fondos de pensiones y se elevaron los impuestos para dar al gobierno el dinero necesario como para comprar voluntades a lo largo y ancho del país. Se daban subsidios, aunque parezca increíble, a los jóvenes que no trabajaban ni estudiaban, se movilizaban multitudes pagando su presencia en tomas de carreteras y manifestaciones, se subvencionaba a la factura de electricidad mientras se creaba una crisis energética de enormes dimensiones. Este profundo desequilibrio entre ingresos y gastos llevó al control de los intercambios en moneda extranjera, a la devaluación y a la inevitable inflación que ahora el nuevo gobierno tiene que enfrentar.
La política de incentivar las divisiones sociales y políticas llevó a los Kirchner a enfrentar a la iglesia, a los medios de comunicación, a los empresarios y a los agricultores. Nada bueno podía salir de esa manera de exacerbar las naturales diferencias de intereses que existen en toda sociedad. Y nada bueno resultó. Después de tantas disputas inútiles los argentinos parecen haber reconocido, por fin, que no es luchando contra sí mismos que pueden hacer progresar a su país y que se necesita crear un clima de paz para favorecer el desarrollo económico y la convivencia social.
Asistí hace unos años a un acto de una embajada argentina en la que su titular, un hombre político y no de carrera diplomática, recordaba el pasado enarbolando esas mismas banderas de la lucha de clases y hacía constantes alusiones a los conflictos internos. El diplomático, si así puede llamárselo, evocaba las penurias que pasaron los inmigrantes al llegar al suelo americano, desvalorizaba la independencia y parecía decirnos que solo con la llegada de Perón se había alcanzado la justicia. Era un enfoque sesgado y politizado del pasado, una visión de la historia que, en definitiva, justificaba el populismo de Perón y endiosaba a los guerrilleros urbanos que, en la década de los setenta, ensangrentaron al país llevándolo a una lucha absurda que solo trajo penurias y rencores.
Se olvidaba, en ese discurso tan propio del kirchnerismo, que en este mundo no hay países independientes en lo económico y que no es el aislacionismo, sino la inserción en los mercados mundiales el “modelo” que lleva al crecimiento económico y social; que las inversiones extranjeras colocaron a la Argentina en el concierto mundial y la hicieron, hace cosa de cien años, una potencia estimada y respetada por todos; que los inmigrantes –unos más y otros menos- pudieron prosperar y afincarse en la tierra que les dio acogida. Y, para no olvidar lo principal, que el gobierno de Perón no respetó ni las libertades públicas ni la institucionalidad democrática y que agotó las reservas monetarias que tenía el país sin dejar, ni mayor igualdad entre sus habitantes, ni obra que pueda ser recordada y apreciada por las futuras generaciones.
Es por eso que envío mi saludo a esta nueva Argentina que, hoy, parece levantarse otra vez. Sin odios, sin rencores y valorando las libertades que son la clave para el progreso nacional y el bienestar personal de sus ciudadanos. Ojalá sea ejemplo también para otros países latinoamericanos.