EnglishHe tenido la oportunidad de visitar Venezuela en estos días y he quedado impresionado por la intensidad de la crisis que vive ese país. No solo porque la protesta continúa, imperturbable, a pesar de la dura represión, sino porque no se vislumbran por ahora salidas fáciles a un enfrentamiento radical mientras la situación económica se deteriora sin pausas.
Los estudiantes, en toda Venezuela, son los que mantienen viva una lucha en la que se arriesgan a ser heridos, detenidos y torturados, o a morir por obra del aparato represivo que en forma despiadada los ataca. Pero ellos, como dicen los representantes de la Junta Patriótica Estudiantil y Popular ‒uno de los grupos en que se han comenzado a organizar‒ están firmemente dispuestos a conquistar la libertad en las calles. Tienen una voluntad inquebrantable y entienden con lucidez la encrucijada en que viven, pues saben que de ellos depende, fundamentalmente, que en Venezuela no se consolide una dictadura totalitaria como la cubana. Son miles, de todas las universidades, y se han establecido también en campamentos en que permanecen día y noche desde hace semanas: campamentos ordenados, limpios, de centenares de jóvenes, abastecidos por los vecinos que los apoyan, en plena ciudad de Caracas y en varias otras del interior. El gobierno y los grupos paramilitares los atacan, aunque se cuidan de hacerlo cuando no hay cámaras de corresponsales extranjeros que puedan registrar su brutalidad.
La protesta, en realidad, es espontánea, volátil y difícil de reprimir por su versatilidad y su originalidad: los estudiantes son el sector más activo, pero hay ciudadanos de toda condición, incluyendo a los más pobres, que detienen el tránsito o salen con cartelones y pancartas y se paran en cualquier esquina o cruce, denunciando la escasez tremenda de alimentos, la inflación, la corrupción y la muerte que siembra la Guardia Nacional: ya van 41 muertos y casi 100 torturados, pero las cifras aumentan todas las semanas.
Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, sabe que está en una posición de debilidad. Aconsejado por el régimen cubano, reprime, pero selectivamente, tratando de evitar repercusiones internacionales negativas para su gobierno, todavía apoyado o tolerado por casi todos los de América Latina, con la honrosa excepción de Panamá. Para lavar su imagen, ha llamado a un diálogo con la oposición, agrupada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), un movimiento conformado por partidos de todas las tendencias, aunque con predominio de corrientes socialdemócratas. Los dirigentes de la MUD han concurrido a esas conversaciones, que no parecen tener ningún destino práctico y solo sirven –creemos‒ para legitimar al gobierno. Solo unos pocos dirigentes políticos comprenden que la lucha solo puede ganarse en las calles y que no se trata de llegar a acuerdos con la dictadura, sino de presionar incansablemente para lograr que quede aislado y tenga que abandonar el poder. Ellos son Leopoldo López, detenido actualmente, Antonio Ledezma –alcalde metropolitano de Caracas‒ y la valerosa diputada María Corina Machado, a quien han quitado arbitrariamente su curul en el congreso.
Ellos, lo mismo que los estudiantes, han rehusado sentarse a conversar con el gobierno y exigen que, para hacerlo, éste debe cumplir algunas condiciones preliminares que darían sentido a las conversaciones: desarmar a los “colectivos” de paramilitares que en motocicleta recorren la ciudad sembrando el terror, liberar a los presos políticos y cesar con las torturas que se aplican a los detenidos. Pero es obvio que Maduro, y sus “asesores” cubanos, no van a ceder en estos puntos, pues, con menguantes apoyos, saben que solo la violencia garantiza su permanencia en el poder. Y la ciudadanía, en general, se siente cada vez más alarmada y molesta por una inflación que es muy superior a la que registran las cifras oficiales, por los estantes vacíos de todo tipo de comercios, por la inseguridad que reina en un país en que la delincuencia se mueve libremente y por los nuevos intentos del gobierno de convertir a la educación en puro adoctrinamiento político, como en Cuba.
¿Triunfarán las protestas que, de modo tan espontáneo, perduran ya desde hace más de dos meses? ¿Podrán los ciudadanos desarmados derrotar a un gobierno que no tiene ética y sabe que su supervivencia depende del uso descarnado de la fuerza? Creo que sí, que es imposible mantenerse en el poder cuando el deterioro es tan grande y que de nada sirve la represión cuando se tiene ante sí a personas que saben que deben luchar hasta el final para lograr su libertad. Pero la lucha será cruel, posiblemente prolongada, erizada de dificultades y de trampas. Aun así, pienso que es imposible detener para siempre los anhelos de un pueblo que repudia la dictadura y está dispuesto a todo por su libertad.