English A primera vista, es sorprendente: desde hace más de medio siglo Argentina, un país de amplios y variados recursos naturales y con una población bien educada, enfrenta cada década una crisis económica profunda que la hace retroceder y arroja millones de habitantes a la pobreza. El proceso es bien conocido y se repite con perturbadora regularidad: los precios comienzan a subir, la gente pierde confianza en la moneda local y busca refugio en el dólar para mantener el valor de sus ingresos y sus ahorros, los gobiernos imponen controles a los precios y a la adquisición de moneda extranjera y aumenta el desempleo. Se desata una carrera inflacionaria en la que los sindicatos exigen aumentos de salarios, los productores reajustan continuamente sus precios, el dólar sube y, finalmente, después de algunos meses, se produce una brutal devaluación que licúa los ahorros en moneda local y empobrece a una buena parte de la población.
Este ciclo infernal se está volviendo a repetir ahora, a comienzos de 2014. Desde hace por lo menos dos años se asiste a una escalada inflacionaria que, aunque el gobierno lo niegue, supera todo lo conocido en una década. El precio del dólar ha ascendido vertiginosamente, pues todos buscan protegerse de la inevitable devaluación en ciernes, mientras el gobierno de la ausente Cristina Fernández de Kirchner apela a mil extravagantes medidas para tratar de capear la situación. No es aventurado decir, en vista de los antecedentes históricos que poseemos, que pronto se llegará al fondo de la crisis, con una fuerte devaluación, un retroceso económico notable y un aumento del desempleo y la pobreza. Luego, como siempre, empezará la economía a recuperarse, iniciando otra vez este ciclo después de algunos años de bonanza.
¿Por qué el país sureño, tan bien dotado en todo sentido, padece esta cruel secuencia de eventos que lo ha hecho retroceder, en el concierto mundial, desde los primeros puestos que poseía a comienzos del siglo XX hasta la desmedrada posición que ocupa ahora? ¿Por qué no sigue Argentina el camino más regular y más fructífero que transitan otros países de la misma región? La respuesta, o al menos el punto crucial de la explicación, hay que buscarla en el desmedido gasto público y el brutal intervencionismo estatal. La crisis actual es un buen ejemplo de esto.
Cuando la economía argentina comenzó a recuperarse luego de la terrible crisis del año 2001 y 2002, el gobierno implantó un inmenso programa de subsidios a los más pobres y puso fuertes restricciones al comercio exterior. Argentina empezó a crecer a buenas tasas anuales, pero lo hizo otra vez, como en ocasiones anteriores, con una industria que en buena medida daba la espalda al mercado mundial. Subieron los impuestos hasta hacerse asfixiantes, mientras se aumentaban los programas sociales politizados que daban una apariencia de prosperidad y de reducción de la pobreza. El país crecía, es verdad, pero lo hacía en gran medida gracias a las exportaciones de soja, un producto que China y otras naciones demandaban en grandes cantidades. Apenas la depresión mundial iniciada en 2008 hizo que los precios se debilitaran un poco, el gobierno se vio atrapado en un serio dilema: los ingresos fiscales no eran ya suficientes para alimentar el amplio clientelismo y la burocracia de un estado que consumía enormes recursos; tampoco era ya posible aumentar más lo impuestos a la exportación y a la actividad interna. En esa coyuntura el gobierno adoptó el mismo camino que otros anteriores, de diferente sesgo ideológico, habían seguido en previas ocasiones.
La respuesta ante el problema fue, simplemente, aumentar la emisión monetaria: crear más pesos, artificialmente, para poder mantener el clientelismo, la burocracia y la corrupción. La masa monetaria en circulación aumentó velozmente, sin proporción con los ingresos reales en moneda extranjera y entonces, como es natural, el peso comenzó a debilitarse. Dicho en términos sencillos, al haber un mayor total de pesos frente a la misma (o menor) cantidad de dólares, cada peso comenzó a valer menos y cada producto comenzó a valer más cuando se lo cotizaba en esos pesos devaluados. Pero el gobierno, para que no se disparase la inflación, trato de mantener una cotización del dólar artificialmente baja, imponiendo finalmente un control a todas las transacciones, pero gastando en el proceso las reservas que poseía. Las alarmas se dispararon entre el público que, razonablemente, entendió que algo malo estaba ocurriendo y empezó a comprar dólares.
El proceso, hoy, avanza en la misma dirección de siempre. Es probable que la escalada continúe hasta que el gobierno, finalmente, tenga que ceder y decida abandonar el precio artificial al que vende la moneda estadounidense: no le quedará otro remedio, ya que sus reservas ahora han mermado de modo acelerado. Tendremos otra vez una gigantesca devaluación con su inevitable secuela de estancamiento y pobreza, emigración de talentos, desempleo y retroceso en el concierto mundial.