Una vez más la Universidad Central de Venezuela (UCV), “la Casa que vence la sombra”, ha sido víctima de la brutalidad de colectivos armados, afectos al gobierno de Nicolás Maduro. Como estudiante de esta casa de estudios he visto de cerca la violencia que hoy muchos medios internacionales muestran; sin embargo, el día de ayer fue diferente. La polarización de la sociedad derivó en otro tipo de violencia, una en donde no habían reglas ni garantías, completamente amparada por las fuerzas de seguridad del Estado, quienes miraron hacia el otro lado frente al salvajismo que estaba ocurriendo.
El movimiento estudiantil de la UCV había convocado a una marcha que saldría de Plaza Venezuela. No obstante, un excesivo contingente de la Guardia Nacional y de la Policía Nacional Bolivariana se aseguró de que la marcha ni siquiera pudiera salir de la casa de estudio. ¿La razón? Los estudiantes no tenían “el permiso” del alcalde chavista Jorge Rodríguez para entrar al municipio que él rige, Municipio Libertador. Lo único que los estudiantes aspiraban era ejercer su derecho de protestar pacíficamente y exigirle al Gobierno Nacional una respuesta ante la crisis económica que consume los bolsillos de los venezolanos. Pero, en Venezuela, ir en contra del régimen es un crimen, y como tal, debe ser castigado. El día de ayer, Maduro se aseguró de que pagaramos la penitencia.
En el momento que ocurrían los disturbios, actos de graduación se desarrollaban en el Aula Magna. Estudiantes escuchaban discursos sobre su futuro y su nueva responsabilidad como egresados de la UCV para construir un mejor país; mientras que a un poco más de 200 metros, jóvenes estudiantes comenzaban a ser brutalmente reprimidos. Este paralelismo dejó al descubierto tres cosas: (1) el futuro que le espera a los jóvenes de este país si el Gobierno no cambia, (2) la débil base cívica del chavismo y (3) el concepto de diálogo que Maduro tanto alardea ante la comunidad internacional.
La escuela de Trabajo Social en la UCV se ha convertido en un nicho de grupos violentos del Gobierno con un único fin: amedrentar cualquier protesta estudiantil crítica al régimen. Son todo, menos estudiantes. Cada vez que hay una concentración, ellos se acercan y esperan, cual hienas, su momento para arremeter.
Los colectivos armados llegaron al mejor estilo del lejano oeste, montados en motos disparando armas de fuego al aire, todo para crear pánico entre los presentes. Propinando salvajes palizas, desnudando a estudiantes y despojando de sus equipos a los corresponsales de prensa, su naturaleza de sádica violencia quedó al descubierto. Lo lamentable es que estudiantes, cuyas únicas armas eran sus pancartas se enfrentaban a bombas lacrimogenas, perdigones, y agua de las ballenas de las fuerzas de seguridad del Estado, y por el otro, golpes y tiros de los colectivos. Los estudiantes estaban acorralados. ¿Quienes son los terroristas entonces?
La sociedad venezolana se conmovió con las numerosas imágenes y vídeos que evidenciaban los sucesos. Sin embargo, parece que esto no fue suficiente para el Estado, quien hasta ahora, no se ha pronunciado para condenar los crímenes cometidos por los colectivos e iniciar las investigaciones correspondientes. Las evidencias están ahí, ¿qué espera Maduro?
El Gobierno en cambio ha optado por ignorar las numerosas evidencias que ruedan por las redes sociales, e insistir que quienes causan la violencia son los mismos estudiantes de la oposición. Durante una entrevista, la diputada Tania Diaz (del partido de gobierno PSUV) intenta desligar al gobierno de estos grupos violentos alegando que no sabe quiénes son, aunque existan pruebas que demuestren lo contrario.
Lo ocurrido el día de ayer en la UCV fue distinto a todos los otros enfrentamientos que se han desarrollado con grupos chavistas. Lo que presenciamos fue una advertencia de un próximo estallido social.
Actos como los vividos ayer de desnudar y golpear a tu adversario, en un intento no solo de amedrentar, sino de humillar y violar psicológicamente a otro por ser diferente eran comunes en la Alemania Nazi, en Ruanda con los Interahamwe, y hoy en día en la República Centroafricana como una práctica común entre los Seleka y los Antibalakas. Cada día más lejos del diálogo, los niveles de violencia política escalan en Venezuela. El Gobierno puede creer que le conviene por ahora como una distracción a su propia ineficiencia, pero está muy equivocado, porque una vez que la bomba de tiempo explote, no habrá vuelta atrás.