English“¿Nos están siguiendo?”, pregunto con voz temblorosa, pero sin avergonzarme por ello: Estoy en La Habana, Cuba, en un auto color blanco, de algún año de la década del 80. Al lado mío viajan tres activistas de la Unión Patriótica de Cuba (Unpacu), entre ellos José Daniel Ferrer, el coordinador general de la organización y sin dudas el hombre más temido por la dictadura.
Ferrer es un hombre serio que vivió toda su vida bajo el régimen castrista. Lejos de caer en el adoctrinamiento comunista, lucha desde hace años por una democracia plena y de Derecho en la isla. Cree que el hombre nace libre y que todos los cubanos tienen derecho a expresarse sin temor a represalias.
“Nos siguen con la intención de saber a donde voy y donde estoy, con quién me reúno o qué pensamos hacer. Nuestra organización es una de las que se caracterizan por hacer más acciones en parques y lugares públicos”, expresó.
En el auto me relata las próximas actividades de la Unpacu. Parece todo muy normal, pero detrás nuestro en otro auto nos acechaban agentes de la seguridad del Estado. Yo grabo en video, todavía asustada.
“Las principales actividades son a favor de la libertad de Zaqueo Báez Guerrero, Ismael Bonet Reñé y la también destacada Dama de Blanco María Josefa Acón Sardiñas. Los tres activistas que se acercaron al Papa Francisco acá en la plaza José Martí en la capital”, explica.
Estos activistas están detenidos, explica Ferrer, y en huelga de hambre en una la unidad policial. Ahí están desde que los detuvieron en huelga de hambre y dejaron de tomar agua. “Están en una condición muy preocupante”, se limita a decir.
Lo invito a almorzar a una pizzería que ofrecía pescados. Se me sienta al lado, habla en voz baja y muy cerca mío. Mientras esperábamos la comida me cuenta que estuvo cara a cara con la muerte.
“Me iban a fusilar. Me pusieron a un hombre en mi celda para que intentara converncerme de que me fuera del país de lo contrario me fusilarían. Yo les dije ‘adelante, mátenme’”.
Es mucho más que un opositor a Castro. Él fue uno de los 75 activistas que resultaron presos en la Primavera Negra el 18 de marzo de 2003 por promover el Proyecto Varela, una iniciativa popular para transformar el país en una democracia.
Siete años después, y en medio de una férrea presión internacional para que lo hiciera, desestimó la opción de abandonar Cuba y exiliarse en España. En 2011 fue uno de los dos últimos del grupo de los 75 presos de conciencia liberados por el régimen.
Hoy lo que más quiere es llamar la atención del Papa Francisco por los tres detenidos por acercarse al pontífice.
“Les han dicho a la familia que los están procesando por violar la seguridad en torno al Papa. La intención de ellos fue, precisamente, llamar la atención sobre las violaciones a los derechos humanos y sobre el incremento de la represión contra las damas de blanco y contra miembros de nuestra organización y otras agrupaciones de Cuba”, continúa.
Le pregunto si esperaban algo del mundo fuera de la isla y me responde: “necesitamos del mundo libre solidaridad y apoyo internacional”.
Con respecto a las relaciones con Estados Unidos explicó que buscaran actualizarles y repetirles la información sobre la situación de los presos políticos aunque advirtió que los funcionarios estadounidenses “ya saben” cuál es esa realidad.
“Queremos que lo escuchen de nuestra boca”, precisó.
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En Santiago de Cuba, su ciudad y donde la Unpacu pisa con más fuerza, cuenta que diariamente activistas de su organización reparten discos y octavillas (volantes) de mano en mano a la población local.
“Abajo el hambre. Abajo la represión. Por libertad y democracia. Eso es lo que repartimos por las calles de oriente”, repitió casi de memoria. Me miró a los ojos y me dijo “basta de los Castro, quiero Cuba libre”.
Antes de pagar e irnos, me muestra el video de uno de los miembros de Unpacu, que también está preso por armar un mensaje con piedras a la vera de una carretera que decía “Viva la Unpacu”.
Salimos del restaurante y nos abruma el calor. Nos esperaban afuera otros dos miembros de la Unpacu. Ambos tenían una sed por contar sus historias que no salen en ningún diario cubano.
No hay dudas de que tiene su teléfono intervenido pero atiende todas las llamadas que le entran mientras conversamos. Esta atento a la situación legal de todos sus compañeros en la disidencia. O como él los llama, sus “hermanos en la lucha”.
El día recién empezaba para ellos. Quedaban por entregar varios panfletos en las calles habaneras como parte de la campaña de liberación de sus compañeros. Me despide con una sonrisa tal que se le forman arrugas en los ojos. Un hombre que nunca perdió la esperanza.