El nepotismo, la preferencia de los funcionarios para nombrar familiares en empleos públicos, tiene igual cantidad de años que la historia. Esta arbitraria forma de designar cargos no tiene en cuenta los méritos de la persona sino su vinculación sanguínea, su lealtad o alianza política.
¿Pero cómo podemos los ciudadanos de a pie combatir esta enfermedad burocrática?
Entre los casos más famosos de la reciente historia podemos nombrar el caso de Napoleón que colocó a su hermanó José como Rey de España. Ya con las democracias modernas el nepotismo, lejos de desaparecer, floreció.
Cuánto más grande el Estado, más casos y ejemplos aparecen. El último en generar polémica fue el flamante nombramiento de Delfina Rossi, la hija del ministro argentino de Defensa, Agustín Rossi, como integrante de la junta directiva del Banco Nación.
Las críticas a su nombramiento iban desde su edad (26 años), su insuficiente currículo (sin experiencia en el mundo financiero) y el hecho de que fuera la hija del ministro. Otros, los más cautos, pedían que el cargo no fuera nombrado a dedo sino que se abra a concurso y que lleguen al puesto los más aptos para esa profesión.
“Tengo un año más que los necesarios para ser diputada y desde esa banca una puede modificar la vida de los 40 millones de argentinos. No tengo títulos de parentesco sino académicos. No entiendo el ataque de las usinas mediáticas”, se defendió Rossi de la prensa inquisidora.
Todo eso es verdad. ¿Pero, cuál es el problema con su nombramiento? El directorio del Banco Nación, el ente financiero más grande de Argentina en términos de préstamos, depósitos, empleados y número de sucursales, es un puesto político antes de ser un puesto gerencial.
El problema no es el nombramiento en sí de Delfina Rossi sino que el problema es que exista un banco estatal. Ciegos por la omnipotencia del Estado no ven la verdadera raíz del problema.
Me dirán que la eliminación del banco central y de los bancos estatales no es posible en un futuro cercano y que eso no está en la agenda política. Los bancos estatales seguirán limitando y regulando la liquidez, los encajes bancarios, los préstamos, y las tasas de interés.
Entonces, propongo como un desesperado grito de auxilio que nosotros, los ciudadanos de a pie, nos enfoquemos en revitalizar la importancia de la virtud del funcionario en su deber público. Condenemos socialmente los abusos a los que los políticos nos tienen sometidos diariamente.
El caso de Rossi no es el único. Estamos en una pecera llena ejemplos como esos. Busquemos que sean los familiares nombrados a dedo los que quisieran enterrar sus cabezas debajo de la tierra al ser descubiertos por la sociedad. Busquemos que ellos deseen desaparecer de la faz de la tierra. Busquemos eso tanto que hasta les dé vergüenza siquiera salir de su casa a comprar una lechuga.
Porque la condena social es el poder que nos queda frente a políticos que nos avasallan, cómplices de un sistema y de un Estado burocrático enorme que lo permite y les da luz verde.
Cilia Flores en Venezuela es otro típico ejemplo de la impunidad con la que juegan los políticos de nuestra amada región. El caso de la mujer del presidente Maduro fue tan notorio que cuando ella era presidenta de la Asamblea Nacional tenía a toda la familia trabajando con ella allí. Se escuchaba decir entre las paredes que la Asamblea era el jardín “de los Flores”.
Pero Venezuela y Argentina no son la excepción. Esto pasa con mayor o menor medida, en el resto de los países de América Latina.
Por que el problema no es, finalmente, que se nombre a un familiar en un puesto, sino que se lo nombre para un cargo público, cuyo sueldo sale de los bolsillos de todos los contribuyentes y cuyo deber es servirnos ellos a nosotros y no al revés.