En los países de Cristina Kirchner y Nicolás Maduro los problemas se solucionan de manera muy fácil. Al sol se lo tapa con las manos y al aumento de precios se lo combate con las políticas de precios máximos y leyes de abastecimiento.
Argentina y, en mayor medida, Venezuela combaten al fuego con gasolina y miran para otro lado. Mientras tanto, los empresarios que fueron forzados a acordar con el Gobierno, en las sombras, —ya sea por presión o por ventajas— improvisan trucos de magia para hacerle frente a las políticas de precios máximos que instruyen desde la cúpula gubernamental.
Los kirchneristas presentaron hace unas semanas un proyecto de ley de estilo soviético al Congreso que permitiría al Gobierno controlar qué producir, cuánta cantidad y a qué precios ofertar.
Estos precios son impuestos o acordados desde el Gobierno por debajo del precio de mercado. El Gobierno jamás va a poner, como explica muy bien el profesor Jesús Huerta de Soto, un precio máximo sobre un precio más alto que el precio del mercado, pues no tendría sentido.
En Venezuela a los precios máximos se los conoce como “precios justos“, mientras que en Argentina se los reconoce como “precios cuidados“.
Los trucos de magia empresarial
Los empresarios Copperfield son aquellos que deciden hacerle frente a las políticas de precios máximos disminuyendo la cantidad de un producto.
De esta manera el “truco” se logra achicando los envases, reduciendo la cantidad de unidades, disminuyendo el tamaño de lo que se venda, y bajando la calidad del envoltorio.
Los casos de las galletitas Melba u Oreo en Argentina son un claro ejemplo, que hoy en día son relativamente casi la mitad de lo que eran años atrás. Los paquetes de papas fritas o de nachos vienen casi con el paquete medio vacío y algunos aceites han reducido el tamaño de sus envases.
Otras empresas deciden directamente eludir los precios máximos disminuyendo la calidad de sus productos. Por ejemplo, las aguas saborizadas tienen cada vez más gusto a agua y menos a los sabores que proclaman.
Algunas marcas sacrifican algunos productos —es decir, producen a pérdidas o al costo— compensando con la suba de otros bienes. Sacrifican por ejemplo el precio de la lavandina, pero aumentan el producto de lavandina en gel o desinfectante en aerosol.
Por esto, muchas marcas han optado por agregarle a los envases propiedades que quizás antes también tenían, pero no publicitaban, con el objetivo de poder aumentar su precio, o hacerlo un producto premium. Como ejemplo, podemos citar el lanzamiento de los huevos con Omega 3.
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Consecuencia de los precios cuidados, justos o máximos
Estos son fenómenos que suceden como síntomas previos a la escasez de un determinado producto. Son señales que hacen de alarmas en el sistema productivo. Avisan diciendo “ojo que esto no está funcionando”. Siempre que haya imposiciones cohercitivas sobre el precio de un bien, habrá faltante de ese producto.
Entonces, estamos en condiciones de afirmar que la consecuencia de asignar un precio arbitrariamente será la escasez y una merma en la calidad de los productos que termina afectando al consumidor.
Ahora el más veloz se lleva el producto, ¿pero después?
Por ahora el Gobierno argentino ha tomado como estrategia de asignación de los “productos cuidados” a las primeras personas en llegar a las góndolas de los supermercados.
Es decir, el que llega primero, se lleva el producto.
Sin embargo, si se persiste con esta metodología en el tiempo, la economía deberá asignar los productos a través cartillas de racionamiento (o a través de huellas dactilares, como ahora será en Venezuela), o mediante prebendas y favores.
No hay que ser vidente para saber lo que sucede cada vez que el Gobierno asigna arbitrariamente el precio de un bien. Es un hecho absurdo, injusto y demagógico, y es increíble que en pleno siglo XXI todavía haya individuos que crean en la ilusión del control de precios.