Por lo general, los políticos se aferran a ciertas leyes promulgadas, impulsadas y especialmente aprobadas para sustentar sus demagógicos y grandilocuentes discursos. El gobierno argentino no es, fue, ni será la excepción que confirma la regla. Cuando se presentó ayer en el Congreso el proyecto de la Ley nacional de danza, lo que más me sorprendió no fue el hecho (ya bastante sorprendente) en sí mismo, sino lo que significaba en cuanto a eso de que “la historia no deja de repetirse”.
“No puede ser”, pensé. “No puede ser”, repetí en voz alta. “Otra vez lo mismo”. Y recordé los libros que leí sobre la primera presidencia de Perón y el aumento exacerbado del gasto público. Hacer, hacer y hacer, siempre con plata ajena perteneciente a los contribuyentes. Este caso de la ley de danza es un ejemplo más de la metodología de ampliar derechos positivos a costa del resto que no le interesa financiar por ningún motivo una actividad como la danza, el fútbol, la música o el cine.
Ante cientos de bailarines y coreógrafos que se congregaron frente al Parlamento argentino, se entregó por segunda vez este proyecto (ya lo habían hecho sin éxito en 2012) para que se trate en las comisiones legislativas. La ley contemplaría la creación de un Observatorio Nacional de la Danza (más burocracia).
Eugenia Schvartzman y Mariela Ruggeri, dos de las promotoras de esta ley, manifiestan que “Hay que formular un plan estratégico, a corto, mediano y largo plazo que garantice el desarrollo de la actividad y por ende, el acceso a los bienes culturales, en este caso la danza, en todas sus manifestaciones. Es la obligación del Estado”.
La letra chica que no te están leyendo, pero que te puedo garantizar que existe, es que el Estado no saca sus pesos de un árbol del que crecen mágicamente, por lo que tendrá que sacárselos a los contribuyentes (a vos y a mí) para poder financiar este “observatorio” con todo los gastos que éste conlleva. Te guste o no te guste la danza, algunos de los pesos que te arrebata el Estado se dedicarán a “promover la actividad”.
Ya vendrán los progresistas y pseudocomunistas a criticar mis posturas indiferentes a la cultura. Pues nada más alejado que eso. Valoro la danza, pero creo que es impúdicamente inmoral obligar a todos los argentinos a aportar recursos para esta actividad.
“Es un bien cultural intangible, llevado a cabo por artistas con una vida útil muy corta. Debe ser susceptible de cuidado y ayuda por parte del Estado”, aseguran las bailarinas Ruggeri y Schvartzman.
Para ellas, la ley debe “hacer algo” con respecto a la formación. Dicen: “En Argentina tenemos muchísimos problemas al respecto y de alguna manera hay que avanzar para resolverlos. Arribar a un plan de estudio común, capacitar a los docentes permanentemente… Y no hablamos sólo de técnicas corporales, necesitamos profundizar la formación teórica, la reflexión y el pensamiento crítico”.
La iniciativa fue apoyada por grandes bailarines argentinos de la talla de Julio Boca y Maximiliano Guerra y acompañada de talleres, charlas y stands frente a los palacios legislativos de varias ciudades del interior del país.
El flagelo del gasto público
La primera mandataria argentina ha insistido varias veces en declararse peronista. De hecho, en los actos oficiales la acompañan fotos del Pocho (apodo del expresidente) y de Evita. Y es que tiene más cosas en común con el peronismo de lo que usualmente se reconoce.
Tienen exactamente el mismo concepto en cuanto al rol del Estado: Un Estado interventor en la vida y problemas de sus ciudadanos. Ambos implementaron una reforma comercial, financiera y asumieron un rol en el contexto social. Los tres grandes pilares del peronismo fueron: justicia social, independencia económica y soberanía política.
Para mantener el actual Estado Elefante es necesario un aumento exponencial del gasto público. La gran expansión del gasto empezó en el período peronista (1946-1952) con US$433.754 y alcanzó un pico de US$1.013.811 en 1948. El gasto estaba enfocado principalmente en la obra pública y en el empleo público. Ambos presidentes glorifican al Estado.
El proyecto de la Ley Nacional de Danza implica un nuevo paso para seguir agrandando el Estado. Una excusa para su demagogia discursiva pero una piedra más en el zapato del trabajador. No me sorprendería que el oficialismo y parte de la oposición voten este proyecto ridículo sin siquera pestañear.
Así, además de pagar subsidios para películas que quizás nunca llegue a ver, aportar para la creación de CDs que quizás jamás llegue a escuchar y contribuir a obras de teatro que prácticamente nadie recuerda, tendré que contribuir ahora a otra actividad en la que posiblemente jamás vaya a participar.
Quizás el único beneficio artístico de este despilfarro bochornoso del dinero de los contribuyentes argentinos, será servir algún día de inspiración para la obra de un segundo Pirandello…