EnglishSe sabe que la demagogia, el uso del relato oficial, y la coerción es el modo que encontró el Socialismo del Siglo XXI para gobernar. Encontró eco hace unos días en El Salvador, hace unos años en Ecuador, en Brasil, y en la Argentina. Pero sobretodo encontró en Chávez y ahora en Maduro, su figura en carne y hueso para aplicar las medidas socio-económicas de planificación de la vida de quienes dicen representar.
Las protestas anti-gobierno que suscitaron en Caracas y en el interior de Venezuela en el último mes representan sin más, una luz de esperanza. Constituyen el resultado de una cadena de advertencias que fue imprimiendo la sociedad a lo largo de los últimos diez años. Hay una parte de la comunidad bolivariana que no esta dispuesta a verse atropellada por los caprichos de un gobernante que no respetó jamás los derechos individuales de los venezolanos.
Esas miles de personas que salen a protestar hicieron oír sus reclamos quemando la estatua del dictador Hugo Chávez Frías en la misma semana que la mitad de América Latina lo homenajeaba. Quizás, siendo bastante optimistas hasta podría emularse con la caída de la estatua de Stalin en Praga en 1962.
Son estos los líderes-próceres que creen llevar a su país al paraíso y los arrastran en la más profunda corrupción (todas las relaciones político-económicas se miden por el grado de amiguismo). La dedocracia está al orden del día y el respeto por las instituciones republicanas se ve reemplazada por la suma del poder público. Favorecidos por el sistema presidencialista de gobierno, la tradición virreinal, y el miedo al vacío de gobierno de la población, el presidente-dictador escribe con promesas grandilocuentes su futuro inmediato.
Los caudillos latinos existen en países que poseen instituciones débiles. Donde hay Democracia pero no República. Oprimen a los opositores, crean para sí una nueva versión de la historia y abusan del sistema electoral a través del fraude. Utilizan para sí y para sus protegidos una abultada y arbitraria propaganda oficial.
Varios han dicho «alto» a la personalización de la política. Los individuos que marchan anhelan libertad. Desean un sistema que termine con el control de precios que no hace otra cosa que provocar escasez, que se ponga fin al estricto control de cambio que lejos de estimular el aparato productivo, lo empobrece y crea más corrupción, y que detenga la inflación, que ya está por las nubes dado el irresponsable financiamiento del gasto publico. Un país donde se respire respeto por la propiedad.
La libertad es un ideal por el que vale la pena luchar, protestar y patalear. Por suerte hay individuos en Venezuela y en las principales ciudades de Latinoamérica que están dispuestos a defenderse de las atrocidades del populismo porque, como dice Cervantes “por la libertad así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.