
A hurtadillas y entre gallos y medianoche, sin decir “esta boca es mía”, colocando los datos sigilosamente y como si nada hubiera pasadoen sus hojas de Excel, el Banco Central de Venezuela actualizó las cifras de las cuentas nacionales, luego de un lustro -para decirlo coloquialmente-, haciéndose el loco. Lo publicado confirma que todos los venezolanos de carne y hueso, salvo los que habitan Miraflores y quienes forman parte de su Corte, sabían por sufrirlo en carne propia: Venezuela ha sufrido quizás la contracción económica más severa de la historia mundial sin que haya existido un conflicto bélico de por medio.
Olvídense de la Gran Depresión de la década de 1930 del siglo pasado u otros fenómenos meramente económicos similares: todos ellos palidecen ante la catástrofe venezolana, que tardía y solapadamente reconoce el BCV, al admitir que la economía se redujo a menos de la mitad y sigue palo abajo mientras sigan los mismos con las mismas políticas que nos han traído hasta aquí.
La razón que más fuerza parecía cobrar por tan demorado acto de contrición aparentemente era responder a la solicitud de sus acreedores chinos de restablecer cierto viso de legitimidad del BCV ante el Fondo Monetario Internacional (FMI). Si esa era efectivamente la intención, no llegó muy lejos, porque el FMI no demoró en responder con un escueto comentario de que hacía años que no tenía noticias del BCV, y habría que ver de qué sostenibilidad y credibilidad pudieran gozar las cifras recién actualizadas. Más o menos en el mismo tenor fueron recibidas las cifras tanto por los principales mercados financieros y los demás acreedores.
Otra razón que seguramente impulsó al BCV a actualizar sus cifras, es el hecho que otro organismo oficial, con credibilidad en los países democráticos y los mercados financieros, la Asamblea Nacional, tuvo la iniciativa de empezar a publicar las cifras de inflación mensual, acumulada, y anualizada con regularidad. Las cifras de la AN no son sacadas del aire, se preparan de acuerdo a las normas y metodología del propio BCV, y según se rumora son alimentadas en parte por técnicos del propio BCV.
Pero aun con esos dos antecedentes, quienes nos han traído a este estado de colapso económico en que se encuentra la nación no resistieron la tentación de maquillar las cifras. Reconocen la existencia de una hiperinflación, pero la reportan inferior a la que ha reportado la AN y estimado del FMI partiendo de fuentes secundarias. Estas manipulaciones no son nuevas: fueron las que utilizaba el BCV hasta 2015, que hizo a los economistas publicar y acuñar el término de “inflación subyacente” para poder decirles la verdad a los agentes económicos. Por demás, la manipulación pareciera ser uno de los deportes favoritos de quienes presumen de ser socialistas. El gobierno de Cristina Kirchner en Argentina se caracterizó por reportar inflaciones que eran la mitad de la verdadera durante todo su mandato.
Esto no sucedería si quienes así pretenden engañar a sus ciudadanos se dieran cuenta de que en un mundo globalizado no hay cómo esconder la verdad. Cuando las cifras no existen o se manipulan como hace el BCV, tanto los analistas como inversionistas asumen que las cosas están mucho peor de lo que se admite, y se inhiben de invertir en un país con semejante cultura oficial.
Si Venezuela va a revertir el espiral descendente en el cual la presente forma de conducir política económica lo ha colocado, necesitará masivas cantidades de inversiones de capital. Esas inversiones no vendrán si quienes deberían ser los guardianes de la transparencia de las cuentas nacionales, siguen actuando en sentido contrario al que le exige su investidura.