El “Plan País” de la Asamblea Nacional es claro en varios aspectos de materia económica. “La hoja de ruta contempla subsidios a sectores específicos, el anclaje del bolívar con respecto al dólar y la inversión privada en los servicios públicos, entre otras cosas”, reza el mencionado documento. Pero, concretamente ¿qué significa anclaje cambiario? Como tantas otras cosas, depende del cristal con que se le mire, porque hasta Maduro habló de anclaje cuando fijó la tasa de cambio en 60 bolívares el pasado agosto, para que en solo seis meses llegara a los 3,297 bolívares al que está hoy. ¡Vaya anclaje!, se podría decir.
Dejando a un lado ideas fantasiosas como anclarlo a un instrumento fantasioso como el petro, hay varias formas de anclar la moneda local para que no pierda valor y no pulverice los ahorros de los venezolanos.
La primera, y la preferida por la mayoría de los economistas venezolanos es un esquema de flotación libre con bandas (superior e inferior). Al llegar cerca de esas bandas, el Banco Central interviene comprando o vendiendo la moneda local según el caso. En economías estables con inflaciones inferiores al 5% como las de nuestros vecinos y con un banco central totalmente independiente de las presiones políticas, este sistema funciona muy bien por la flexibilidad que da ante shocks externos e internos. En situaciones extremas como la que vivimos, sin embargo, su capacidad para eliminar la hiperinflación de manera inmediata es limitada. Quienes lo recomiendan hablan de un período de más de uno o dos años para llegar a inflaciones de 5%.
Del otro lado de espectro está la dolarización, como la que hizo Ecuador. Así, se frenará la hiperinflación de raíz y de manera inmediata, y termina teniendo apoyos populares de hasta 95% que hace políticamente difícil revertirla. Quienes adversan esta solución, advierten que cuando la economía crezca, algunos sectores pueden perder competitividad internacional. Equiparan la dolarización con un carro sin amortiguadores ante shocks externos, lo cual puede ser cierto en el largo plazo. Pero como dicen algunos, ojalá nosotros llegáramos algún día a tener ese problema.
Un mecanismo intermedio es la caja de conversión o junta monetaria, aplicada con éxito por muchos países de Europa Oriental a la caída del comunismo, y en Argentina en 1990. En este sistema, el banco central renuncia a su potestad de emitir bolívares, y los que entran en circulación son iguales a las reservas de la moneda de conversión. Esa moneda puede ser el dólar, el euro o el yen. Estamos como estamos en el área del dólar en términos de intercambio, entre otras cosas, porque las transacciones petroleras son en esa moneda, que debería ser la nuestra. Al igual que la dolarización, la caja de conversión corta la hiperinflación de raíz, y en menos de un mes baja alrededor de un 2% anual; es decir, una estabilidad absoluta que contribuye a recomponer el equilibrio de los precios relativos, y de paso a aumentar el caudal político del gobierno que la aplique. Por otra parte, en el mediano plazo la caja de conversión permite la migración a un sistema de bandas cuando la economía, y la madurez institucional del país estén listos para ello.
Tal vez la mejor opción sea una caja de conversión de inmediato, dejando abierta la posibilidad que la misma evolucione hacia una flotación con sistema de bandas, pero una vez que haya habido, por lo menos, dos años ininterrumpidos de inflaciones entre 2 y 3% anual, y el riesgo país haya descendido a 150 puntos básicos. Hacer cualquier cambio antes de eso es arriesgar volver a las de devaluaciones e inflaciones que nos ha acompañado por décadas y nos trajeron hasta esta pesadilla hiperinflacionaria que ha desgarrado a la nación.