En agosto del año pasado, el presidente Maduro aseveró en cadena nacional que lo que estaban haciendo “no estaba en ningún libro de economía”, y el tiempo le ha dado la razón. Con el pasar de los días los superlativos en la medición del descalabro monetario que experimenta el país se quedan cortos, mientras se superan cotas en materia de duración severidad y persistencia de lo que tal vez es la primera hiperinflación digital de la historia. Si es que el lector considera que el solo título del artículo es un oxímoron incomprensible, es porque efectivamente lo es, y porque el país se encuentra envuelto en un remolino de oxímorons.
La desmonetización tradicionalmente se refiere a la acción y al efecto de abolir el uso de un metal para la acuñación de una moneda. También puede referirse a quitarle a un papel moneda su valor legal. Esto último se ha hecho con el bolívar fuerte en menos de 10 años, y para efectos prácticos (sino legales), con el bolívar soberano en menos de seis meses. En el país que aún no permite la libre circulación de monedas que conservan su valor (como el dólar, el euro, o el peso colombiano) se puede decir que la creación desaforada de dinero sin respaldo (que no se paró en seco como se anunció en agosto) ha logrado el milagro de desmonetizar al único medio de pago legal existente.
En efecto, según el BCV, la liquidez monetaria aumentó 112,00 % tan solo en el mes de diciembre, un aumento comparable al que nuestros países vecinos experimentan en dos décadas. En todo el año 2018 el aumento ha alcanzado la delirante suma de 66.670,00 %. Visto de otra manera, amigo lector, de cada 1000 de los bolívares soberanos en su cartera o en su cuenta bancaria, 550 fueron creados de la nada en ese mes; y 99,9% de los que hoy circulan ¡no existían en enero del año pasado! Hace un año la situación era grave, pero era tal vez apta de ser revertida de manera gradual – pues en el 2017 la liquidez había aumentado un 1.125,00%, cifra que nos llevó a la hiperinflación, pero era 60 veces menor que la que hoy se experimenta.
Ante esta realidad sorprende que todavía hay quienes digan que si se deja flotar el bolívar y si tímidamente se flexibilizan los controles de cambio, todo se resolvería. Lo cierto es que el río se ha salido de cauce en unas magnitudes en que esas medias tintas no tendrían efecto práctico alguno si se relacionan con una moneda totalmente desvalorizada. El gobierno parece admitirlo a medias cuando decreta que los impuestos sobre transacciones que está autorizado pactar en euros o dólares se cobren en esas monedas y no en una cuya tasa de conversión cambia de manera horaria. Pero, de nuevo, esa es solo una medida puntual con visos de desespero.
Pareciera que nos acercamos al momento en el que la única opción de política monetaria es permitir lo antes posible la libre circulación de dólares y euros para darle soporte real a las transacciones financieras y liquidez efectiva al sistema monetario. Claro que esto por sí solo no reactivará la economía. Para eso harán falta ingentes recursos de inversiones, créditos privados nacionales y extranjeros, y una revisión y recorte del deficitario gasto público. Después de todo, lo que ha desmonetizado el circulante es pretender cubrir el déficit emitiendo cada vez más dinero con cada vez menos respaldo. A su vez, para que eso se materialice, hará falta un vuelco dramático en el marco institucional que nos ha traído a esta situación de indefensión nacional. La alternativa es que nos conformemos con una economía de trueque propia de las sociedades primitivas.