Las hiperinflaciones tienen mucho en común, pero cada una tiene sus especificidades. Eso se desprende de los estudios del Profesor Steve Hanke, PhD, titular de economía aplicada de la Universidad John Hopkins, y director del Proyecto de Monedas en Problemas, del Instituto Cato de Washington. Hanke es autor de la Tabla Hanke-Krus de la Hiperinflación Mundial en la que cataloga las 57 economías que han entrado en hiperinflación en los pasados cien años, la última de las cuales; Venezuela, según él entro en hiperinflación el 3 de diciembre de 2016, situación de la cual ocho meses después aún no encuentra la forma de salir. Es importante notar que de las 56 hiperinflaciones anteriores más de la mitad duraron menos que eso.
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En el caso de Venezuela y siempre según Hanke;
“[…] la falta de una cifra oficial de inflación confiable es un problema que se puede resolver. El precio más importante en una economía es su tasa de cambio con la moneda reserva del Mundo, el dólar. Siempre que haya un mercado negro (léase libre) con datos disponibles los cambios en esa tasa pueden ser transformados en estimados precisos de la tasa de inflación nacional. El principio económico de Paridad del Poder de Compra (PPP) permite esta transformación y el estimado preciso de inflación del país”
En los seis meses subsiguientes al 3 de diciembre, el dólar paralelo aumentó 40 %, otro 25 % en el mes de junio y el 143 % en julio del cual 82 % ha sido en la última semana, hasta el momento de escribir estas líneas, porque el valor cambia casi por hora. Parte de ese acenso vertical puede ser atribuible a la grave crisis política que atraviesa el país, cuyo eventual desenlace aun esta por vislumbrarse, aumentando fuertemente la prima de incertidumbre.
Pero el peso principal de ese desplome monetario no se debe a la incógnita política. Como hemos venido advirtiendo desde nuestro artículo “El BCV acelera la maquinita” del 11 de noviembre pasado, ese desplome es directamente atribuible a la emisión descontrolada de circulante que ha llegado hasta 10 % en una sola semana. Ambos aumentos, el del dólar y el del circulante, se retroalimentan entre sí de tal manera que los agentes económicos no saben que precio ponerle a sus bienes y la moneda local tiende a un valor cero. Es ahí donde surge la necesidad imperiosa de una unidad de cambio de valor constante para que la economía pueda funcionar.
En este entorno de acenso vertical, resultan patéticos los intentos de controlar precios de servicios como el transporte. Los transportistas llevaban meses pidiendo un aumento a Bs 300, que el gobierno limitó a Bs 150 ¿Cómo adquieren cauchos para rodar, a esos precios cuando el costo de estos se duplicó o triplicó mientras el gobierno los entretenía? Algo similar acaba de suceder con las tarifas de telefonía celular, congeladas a valores irrisorios que prácticamente presagian el final de ese servicio esencial.
Una hiperinflación no se compagina con el lento ritmo de toma de decisiones, de una burocracia que se niega a admitir que su modelo de controles de precios y cambios múltiples hace tiempo que hizo agua y está naufragando en la tormenta. El riesgo que se corre, si la situación no se enfrenta es que la economía, o lo poco que queda de ella, tomará la decisión por sí sola, buscando alguna unidad de intercambio que tenga un valor constante.
En este sentido Venezuela está en desventaja con países de la región que salieron de la hiperinflación. En estos ya había una cantidad de dólares físicamente circulando en la economía, en algunos casos en montos comparables con los billetes de moneda local. Ese no es el caso aquí, si bien muchas transacciones se denominan en dólares, no hay como materializarlas en esa moneda, sobre todo por las restricciones penales del control cambiario. Si esas restricciones no se levantan pronto, la economía corre el riesgo de una parálisis aún mayor de la que ahora sufre.