El espíritu reduccionista, especialmente activo en América Latina, iguala democracia y elecciones. En estas latitudes se ha escuchado poco de la elocuente expresión “dictadura de las mayorías”. Una cómoda tendencia a la simplificación facilita el error, sugiriendo que lo legítimo es, sencillamente, lo que la mayoría prefiera. Siendo así, sorprende poco que la llamada “fiesta democrática” sea una de las banderas más alzadas por el chavismo, aunque cada día menos.
A Chávez le excitaba bastante el sufragio. Sospecho que le hacía sentir querido, le ayudaba a aliviar aquel sabor a derrota y frustración que le acompañó durante toda su vida antes de ser presidente. De paso, secuestraba para su clan uno de los rituales colectivos más arraigados y preferidos de Venezuela. Este detalle no deja de ser meramente anecdótico, lo relevante es que Chávez estaba convencido de que la única manera en la que la gente podía participar en las decisiones políticas es a través del voto, especialmente si estaba seguro del triunfo, razón por la cual en su —muy poco recomendable— Libro Azul, propone procesos electorales como churros, para resolver un disparatado número de conflictos.
Nuevo desprecio a las votaciones
Independientemente de lo desenfocada o pobremente amueblada que fuese la ideología del nefasto patriarca, sus herederos no parecen estar persuadidos de la conveniencia del procedimiento comicial. Sus dudas no se sustentan en querer acompañar al voto de esos otros aspectos que le darían categoría genuinamente democrática, como la alternabilidad o la separación de poderes, algo fuera del radar de sus intenciones. Para las aves de rapiña que hoy controlan Venezuela, las elecciones deben manipularse a priori, lo que resulta cada vez más costoso. Si no se amañan adecuadamente podría reeditarse el escenario del 2015 en el que el chavismo perdió estrepitosamente. Esteril resultado que no logró fermentar cambio alguno, gracias a los poco sutiles procedimientos dictatoriales de la franquicia cubana.
Debe haber un número mínimo de personas que crean que la reciente pantomima tiene alguna función real, distinta a profundizar el atornillamiento del poder dictatorial. La comparsa de cínicos que solicitan que los “resultados” sean reconocidos, tendrán intereses económicos o políticos comprometidos en hacerle publicidad a Maduro, sin embargo, es seguro que no se creen, ni por un segundo, que estas elecciones representan lo que la palabra indica.
Prostituyendo símbolos
Hablamos de una nueva evidencia de que el chavismo se devora a sí mismo. En otro momento he señalado cómo su cúpula se ha esforzado por destruir sus emblemas constitutivos, con tal de conservar el poder sobre las cenizas que producen. Ahora pulverizan, quizás, el último de sus pilares populistas.
Una muestra del deterioro del símbolo la encontramos el mismo 2015, cuando la oposición concentró la mayoría calificada para el organismo legislativo, aún con denuncias de groseras irregularidades y abusos orquestados desde el gobierno central, en la ejecución de los comicios. Los venezolanos votamos, como consecuencia Maduro y sus cuarenta ladrones hicieron todo lo ilegalmente posible por anular el único organismo que no dominaban. Por esa vía, desgastaron la legitimidad de ambas instituciones. Por un lado la de la Asamblea Nacional y, por otro, también lograron la descomposición del propio acto electoral.
La población no concurrió al evento
Pese a las amenazas del aparato represivo, dedicado a subyugar la población para forzar su presencia en esta última e inútil muestra de desesperación chavista, la cuota de participación fue ridícula.
Hay suficiente claridad de que unas votaciones en estas condiciones no cambian nada, no solo porque reconozcamos el talante abiertamente totalitario de “la revolución”, sino porque lo vivimos hace cinco años, cuando un resultado plebiscitario que apuntaba en dirección al cambio, fue aplastado.
Así, el sufragio en el país está muerto hasta nuevo aviso; otro de los fundamentos del socialismo del siglo XXI, carcomidos por los crímenes de sus líderes.
Dividida izquierda internacional
Adicionalmente, resulta incomprensible que movimientos democráticos de izquierda no tomen distancia del madurismo como si de la lepra se tratase. Anacrónicamente, la tragedia cubana parece funcionar todavía como una decadente e imborrable huella, que refuerza la terquedad de respaldar toda represión, abuso y destrucción, siempre que el verdugo sea rojo. Por suerte, no todos le hacen la ola a los carceleros de Venezuela.
Los procedimientos comprobadamente autoritarios, antidemocráticos y esclavizantes deberían recibir voces en contra, como un bloque unitario y desaprobatorio. Quienes optan por lavar la cara del chavismo no logran otra cosa que ensuciar la suya propia, sin conseguir miligramos de legitimidad para una de las más decadentes mafias de nuestro continente.
No descarto la posibilidad de que el peso siga inclinándose a favor de presionar a la dictadura madurista, incluso desde la acera de la izquierda. Mientras tanto, Venezuela, Nicaragua, Cuba y algunas otras cárceles gigantes, mantienen su paciente marcha al infierno en la tierra, gracias al socialismo.