
La vía a partir de la cual Marx aseguraba que el comunismo sería el destino mundial no podía ser más incorrecta. En su propuesta, muy resumidamente, la sistemática pauperización de las sociedades desarrolladas abonaría las condiciones para la constitución de una suerte de ejército del proletariado que tomaría el poder, ocuparía los medios de producción y, tras un período indeterminado de revolución sangrienta, aparecería una utopía en la que toda satisfacción estaría garantizada.
Desde luego, lo único sistemático ha sido la refutación del apocalipsis predicho, que se sostenía en una aproximación disparatada al fenómeno económico o, bien, en pura y simple deshonestidad intelectual. En todo caso, nadie imaginaría que el ejército industrial de reserva aparecería en uno de los estamentos más privilegiados y, además, por las razones menos revisadas hasta el momento, las emocionales.
Los fantasmas del resentimiento y la violencia
Bien visto, el marxismo no proporciona un punto de vista teórico para explicar la realidad social, sino un esqueleto de fingida solidez intelectual para sostener y desarrollar la lucha. La gasolina para esa contienda es la decepción, el resentimiento y la envidia.
Es alrededor de este tipo de experiencias que la doctrina comunista amalgama a la mayoría de sus seguidores, alimentando la convicción subjetiva de incontables injusticias sociales que deben ser remediadas —sin duda, muchas existentes— y además, lo más importante de todo, promoviendo la violencia como uno de los elementos constitutivos e inevitables del cambio.
De este modo, asistimos al resurgimiento de ideas y prácticas probadamente nefastas, en el estrato social más despreciado por el propio marxismo: la clase media.
¿Por qué crece la insatisfacción en sectores sociales no empobrecidos?
Hemos venido consiguiendo una paradoja difícil de digerir que apunta a que, bajo ciertas circunstancias, el bienestar material trae consigo una importante dosis de menosprecio por el mismo. Entre otras cosas, esta paradoja se fundamenta en dos grandes problemas de razonamiento:
- Una severa incomprensión con respecto a la naturaleza y funcionamiento del dinero.
- La gratuita suposición de que el gobierno central es capaz de realizar cualquier cosa, incluyendo las más alocadas fantasías.
Hay otro aspecto, no exactamente erróneo, aunque complementa lo anterior añadiendo disgusto, y es la triste constatación de que cierto confort material no trae consigo la satisfacción de la idea de justicia que anida en las fértiles mentes de los indignados de siempre.
Pactos temporales
El panorama completo es confuso porque, además de la identificación inconsciente con el rencor, la movilización socialista actual no cuenta con una perspectiva coherente que la cobije. Movimientos no particularmente afines como marxismo, una forma de feminismo y otra de ecologismo cierran un pacto pragmático para luchar contra el enemigo simbólico que se han inventado, aproximadamente representado en cualquier idea cercana al libre mercado, toda corporación transnacional y los gobiernos de algunos países. La tendenciosa desfachatez es tal que aberraciones autoritarias chinas y rusas, por ejemplo, son frecuentemente silenciadas, porque alguien podría leer en sus denuncias una mínima simpatía por el enemigo central.
Numerosos y desternillantes reclamos, como el recientemente expuesto por Alexandria Ocasio-Cortez, abogando por cheques de estímulo, alivio hipotecario, condonación de alquileres, apoyo para pequeñas empresas y demás quimeras, funcionan como ejemplo de lo mencionado: una completa incomprensión del dinero, la idea de que todo lo imaginable se puede alcanzar con el chasquido de los dedos y la engañosa certeza de que la razón para no lograr esas maravillas no es su intrínseca inviabilidad, sino la crueldad de un sector que las bloquea para salvaguardar sus ventajas. Desde luego, quien expresa estos delirios se empeña en demostrar lo buena gente que es y su supuesto afecto por los desprotegidos.
Que alguien más pague
Como hemos visto, el mágico recipiente en el que son depositadas estas imágenes de omnipotencia es el gobierno. Desde la desenfocada perspectiva socialista vigente, si él quisiera nadie sería pobre, no habría hambre, problemas climáticos, sufrimiento o injusticias. Una concepción que se estrella con la realidad de que todas esas contrariedades se profundizan en sistemas más colectivistas.
Se trata de un género de pensamiento infantil que es posible conseguir hoy tras cada esquina. El sustrato emocional que le da empuje no es diferente al que llevó a Marx a incitar cualquier cantidad de crímenes, siempre que fuera para alcanzar su utopía, y se ve sumariamente explicado como una elevada intolerancia a la frustración, acompañada de la crónica incapacidad para lidiar con ella de modo constructivo y pacífico.
La reciente e insidiosa rebelión de un extenso grupo de jóvenes privilegiados en varios países desarrollados, dispuestos a todo por desmontar el “capitalismo”, nos dice que una sociedad global parcialmente libre sí crea el caldo de cultivo para su propia destrucción. Pero no por la vía supuesta por Marx, sino a partir de la prosperidad que ofrece, dado que ésta termina luciendo gratuita y sus sub-productos innecesarios, sin valor, o despreciables trampas. Es así especialmente para este grupo de confundidos activistas que, a pesar de sus arriesgadas aseveraciones, se niega ferozmente a desprenderse de esas mismas comodidades de las que se queja, contentándose con violentas pataletas que claman una justicia que no es tal.