Una cuestión improcedente suele producir una reacción mínima —como la típica torcedura de ojos del adolescente—, junto con el inmediato abandono de la propuesta. El hecho de que las respuestas sean desmesuradas no le da mayor validez al planteamiento original, evidentemente, pero sí delata la presencia de un fenómeno añadido del que no teníamos conocimiento.
Es comprensible que la posibilidad de pensar en la división territorial de Venezuela suponga tocar teclas sensibles. Que una porción de los lectores prefiera ignorar el fundamento para contentarse con su propio disgusto no es del todo sorprendente, aunque sí nos habla de una sobrecarga emocional del tema político y, una vez más, de los elevados niveles de intolerancia y crispación, ya crónicos, de la sociedad venezolana.
Sin duda, la sugerencia logró su cometido, fomentando alguna reflexión y abriendo el camino a considerar opciones diferentes que no ven la luz cuando nos quedamos con el desértico panorama que ofrece el chavismo.
Un ruido que cuenta poco
Que una política tan compleja como la división de un territorio se intente poner en práctica no depende del escándalo que producen quienes ocupan las gradas o se desahogan por twitter. Un movimiento de tal envergadura tendrá alguna relevancia si forma parte del cálculo o de las intenciones de los actores involucrados.
Resulta entre halagador y espeluznante, dado el nivel de incomprensión que delata, que alguien suponga que el autor sea capaz de imponer o adelantar en solitario medidas de esa naturaleza. En cualquier caso, cuando el asunto llegó a ojos chavistas su nerviosismo quemó la posibilidad de intercambio civilizado. Lo más curioso es que la mayoría de los comentarios desfavorables conseguirían su justa respuesta en la lectura de la columna original, pero es evidente que hay momentos en los que no se trata de debatir, sino de hacer catarsis.
La pregunta sigue sobre la mesa: ¿Por qué la sola posibilidad de pensar opciones diferentes, como la separación territorial de Venezuela, produce desesperación y la vivencia subjetiva de estar siendo atacado o insultado?
El hueso del fanatismo
No es conveniente dejarse tentar por las simplificaciones que explican el extremismo como mera estrechez de mente. Cuando las reacciones ante la abierta exposición de ciertos temas se salen de proporción, de poco servirá catalogar la situación como producto del fanatismo. Obviamente es así, sin embargo, en el caso que nos compete, una primera hipótesis de trabajo va en la dirección de asegurar que la unidad territorial del país está cargada con elementos de identidad personal; es decir, un grupo de personas está íntimamente apegado a la imagen que tiene de Venezuela, de manera que cualquier proposición de cambio resulta subjetivamente parecida a la amputación de un miembro.
Sin intención de elaborar un juicio de valor al respecto, tal parece que un sector tiene su propia esencia amarrada a aspectos nacionales, lo que le hace contestar con un vigor innecesario a la posibilidad de transformación, dejando de lado la realidad y las formas para defenderse de un ataque que no existe.
Un elemento de indagación adicional es que la evidencia de desbordamiento emocional no se limitó al ámbito chavista, del que estamos acostumbrados a recibir sinsentidos, injusticias o atolondramiento. Una parcela opositora tuvo una respuesta equivalente, por lo que podemos conjeturar un proceso de identificación nacionalista semejante.
Por añadidura, este dato nos permite profundizar un poco en la psicología de las relaciones simbióticas de abuso, típicas de algunas parejas enfermizas, pero no exclusivas de ellas.
No todos los divorcios son malos
Siempre me ha sorprendido que las separaciones de pareja se asuman como un fracaso. Una postura que deja de lado los muchos matrimonios que se mantienen destructivamente, haciendo daño a los involucrados y a todo testigo que tenga la mala fortuna de presenciar el penoso espectáculo.
El solo atisbo de desunión es, para empezar, doloroso y la primera respuesta que le acompaña es negativa. No obstante, algunos divorcios son beneficiosos, en especial si terminan con los inútiles temores que mantienen un vínculo envenenado. Las relaciones que no se sustentan sobre buenas razones, lo hacen sobre patologías personales que se acoplan y complementan.
Faltaría dilucidar si el chavismo y algún sector de la oposición venezolana conforman un matrimonio psicopatológico, es decir, si se necesitan mutuamente para conservar su círculo vicioso y seguir estancados en la situación de miseria en la que se mantiene toda la nación.
En primera instancia, esta pregunta parece gratuita: ¿Quién elegiría el sufrimiento en lugar del bienestar? El escalofriante peso de la realidad nos invita a abordarla, especialmente cuando estas trágicas uniones perjudican a millones de personas, que se ven aprisionadas por procedimientos violentos para mantener condiciones de deterioro colectivo.
Venezuela suplica un esfuerzo diferente
La reflexión acerca de la división de Venezuela no es un llamado a la guerra, no representa el abandono de otros tipos de lucha o resistencia, es más bien una invitación a no dejar de pensar en soluciones que hasta ahora no imaginamos.
Aunque a varios les asuste la simple exposición de una idea, lo apremiante de la situación venezolana borra el lujo de censurar opciones, como si tuviéramos demasiadas, solo por el hecho de que pueda herir los sentimientos de algunos. En el punto de deterioro en el que nos encontramos es necesario atender diligentemente toda propuesta.
Si, tras una revisión pormenorizada resulta que la cuestión no es conveniente, se puede descartar sin mayores complicaciones, pero no sobre la base de arranques de malcriadez o histeria, sino porque otras alternativas son mejores.
No dejo de lado la esperanza de que sea posible debatir tranquilamente cualquier planteamiento, también los que producen pánico. Seguramente será necesario, para ello, continuar con la investigación de esta herida que apenas ha sido tocada.