En los años ochenta, las investigaciones de mercado realizadas por Motorola concluyeron que los teléfonos celulares serían un pésimo negocio. Quienes presenciamos su lenta adopción, podemos recordar las primeras reacciones de rechazo. Aquellos pioneros, hablando a través de un móvil-ladrillo color crema, lucían fuera de lugar y exagerados. El impulso inicial ante innovaciones importantes suele ser de desconfianza o disgusto, especialmente cuando aparecen con tanta frecuencia como en nuestros días.
También podemos evocar la suspicacia que sentimos la primera vez que nos tropezamos con un portal de pagos en internet. Con entera justificación, las novedades asociadas al dinero causan mayor recelo.
Algo natural nos lleva a preferir quedarnos con el modelo conocido, a pesar de sus fallas. Un ejemplo de lo dicho lo conseguimos con el comediante John Oliver, hace dos años, quien, en una divertida burla, decía: “Criptodivisas, todo lo que usted no entiende acerca del dinero combinado con todo lo que no entiende de computadoras”.
Normalidad financiera
En el mundo post-pandémico, ese que anhelamos y que aún no tenemos muy claro cómo será, los mercados financieros seguirán representando el misterio de costumbre. Desconocemos si estaremos en una prolongada recesión, si aparecerá un optimismo ahora insospechado, si se acentuará una crisis de confianza o aparecerá algún otro escenario que no nos imaginamos.
Las posibilidades son numerosas y propician interesantes debates. Lo que no luce demasiado enigmático son las soluciones ofrecidas por las instituciones centrales, en todo el globo, al tratar de facilitar la reactivación económica a la desesperada. Las respuestas en este ámbito, aunque diseñen nuevos empaques, suelen ir en la línea de incrementar la masa monetaria, rescatar empresas amigas, socializar pérdidas y agregar aire al dinero que usamos todos.
Origen y sentido de Bitcoin
La historia de Bitcoin inicia poco después de aplicar una fórmula como la comentada para reactivar la economía. En 2009, tras la insatisfacción por la injusticia generalizada, un anónimo o, más probablemente, un discreto grupo de programadores y matemáticos, propusieron una metodología para utilizar y poner en circulación un medio de intercambio que no dependiera de ningún banco central y que siguiera unas pautas virtualmente inmodificables. El anónimo (individual o colectivo) se encuentra detrás del seudónimo Satoshi Nakamoto, la revolucionaria tecnología es Blockchain y, el medio de intercambio, Bitcoin.
Algunos años pasaron y la criptodivisa principal se mantuvo como una curiosidad hasta que casi alcanza el sorprendente valor de veinte mil dólares (USD 19 798) a finales del 2017. Entre tanto, la tecnología blockchain -de código abierto- ya era utilizada en infinidad de propuestas. Tristemente, algunas develaron ser estafas diseñadas para atraer inversores, seducidos por un mercado de moda y en auge.
Dejando de lado los fraudes, frente a los cuales siempre es una buena idea realizar las indagaciones del caso, en la joven historia del Blockchain han ido surgiendo proyectos adicionales que ofrecen soluciones innovadoras a problemas de identidad, privacidad, seguridad, estabilidad, inviolabilidad, trazabilidad y, frente al peligro de la inflación, almacenamiento y trasmisión de valor.
Una alternativa ante la inercia de la costumbre
Vale preguntarnos, siendo que parecemos estar al borde de otra crisis económica que va a ser atendida por los sospechosos-políticos-habituales, socializando pérdidas y rescatando gigantes, ¿con qué herramientas cuenta, el ciudadano de a pie para proteger el valor de lo que ha ahorrado?
Hasta hace poco, las únicas opciones eran los metales preciosos y un puñado de activos adicionales. Hoy existen alternativas más cómodas, aunque pueden tardar un rato en incorporarse masivamente, dada la importante reserva para modificar hábitos económicos arraigados durante varias generaciones.
Lo cierto es que una buena cantidad de personas intuye que el sistema financiero tradicional adolece de importantes fallas pero, por fuerza de la costumbre, no se plantea caminos distintos.
Para quienes desconfían de las políticas monetarias centrales, la noticia es que ahora existen opciones. Obviamente, una buena proporción de la economía seguirá su inercia; sin embargo, quienes deseen encarar sus finanzas de otro modo, conservar los datos y el control de una parte de sus activos, sin que sus transacciones sean monitoreadas por alguna agencia y por Dios sabe quién, no estaría de más investigar acerca de la tecnología Blockchain y Bitcoin.
El regreso a la responsabilidad
De las muchas peculiaridades del sistema, merece la pena resaltar que no hay terceros a los cuales hacer reclamaciones, ni ventanillas de sugerencias o quejas a las que asomarse cuando una transacción ha salido mal.
En un tiempo en el que todo el mundo enfatiza el extraño rol de “garante”, la innovación que representa el Blockchain plantea que los únicos capaces de asegurar un intercambio eficaz son quienes intervienen directamente en él. El peso de las decisiones no se comparte, traslada o imputa a nadie más. Es una propuesta que enfatiza cierta honestidad, lo ineludible de la responsabilidad y, en alguna medida, también señala una potencial salida del esquema de infantilización de la ciudadanía, puesta en evidencia cuando asumimos la intervención de un aparato de protección burocrático que “nos salvará” de nuestros errores.
Nada sustituye una investigación y decisión personal
Evidentemente, nada de lo aquí escrito pretende ser versión alguna de asesoría financiera. Tanto el futuro como el precio del Bitcoin seguirán siendo inciertos, pero la oportunidad que representa la tecnología Blockchain en términos de resguardo de la privacidad, libertad y re-privatización del valor, es digna de consideración y estudio.