Empezaré comentando solo el esquema del conflicto, aunque advierto que este artículo puede develar parte de las “sorpresas” del filme. Imaginemos un edificio de innumerables plantas, en el que habitan dos personas por nivel y en cuyo centro hay un agujero. De la abertura central baja un banquete, que se estaciona en cada piso unos minutos. Los que están en las plantas más elevadas comen cuanto quieren, a medida que el ascensor de comida baja, esta se va acabando y deteriorando su estado.
Una caracterización sintética estaría contenta con la idea de que se trata de una película sangrienta, poco más. La gratuita escatología con la que está hecha parece hablarnos de la frustración de los realizadores y de su desesperación por generar un efecto en el espectador, para dejar colar una idea. El problema es que falta, precisamente, la idea.
El efectismo del asco
La intención desgastada, pretenciosa y un poco holgazana de dejar abierto el final para que el público reflexione no ha funcionado en este caso. Porque no hay demasiado que pensar acerca de un rosario de absurdos, que expone un desenfocado diálogo con la sobrevivencia y un peregrino deseo de trascendencia que, evidentemente, no sabe de qué agarrarse.
El protagonista-mesías acaba en su propio infierno personal, loco, muerto, en la oscuridad o el vacío; no estamos seguros, pero no es importante. Esa nada es el punto de referencia por excelencia de los autores, algo que se nota por las sistemáticas incoherencias y por la reincidencia fetichista en lo grotesco.
No es demasiado difícil notar que hay un boceto de crítica social, pero eso no quiere decir que cualquier cosa sirva a tal efecto. Como la película no dice nada, pero lo hace lastimando, el director se ha visto en la lamentable obligación de comentar su intención. El humillante equivalente artístico a “explicar el chiste”.
Asegura que su propósito ha sido decirnos que debemos hacernos responsables de la situación. El problema es que condiciones aproximadamente semejantes las encontramos en países secuestrados por el socialismo: un agujero que castiga de manera reconocidamente aleatoria; que pone contra la pared a los personajes, usando el hambre, el dolor y la muerte, para luego quejarse de que el resultado es que no somos amables.
Adicionalmente, los autores quieren que aceptemos que las cosas no cambian espontáneamente, debemos hacerlas cambiar. He aquí otro eje de confusión e incoherencia. El Hoyo tiene intención aniquiladora y es sordo. Con todo: debemos hacer algo para cambiar. Infantil planteamiento que ofrece evidencia de cierta desesperación por demostrar lo “bueno” que se desea ser. Lo único que genuinamente hay que hacer es salir de ahí. Salir a nuestra imperfecta sociedad que, a pesar de sus complicaciones, se parece poco a la película. Si se pareciese ¿por qué habría la menor intención de salir del hoyo?
Confusión cultural
Este filme reedita síntomas de una preocupante falta de olfato simbólico. Recuerdo varias manifestaciones de inconformidad ciudadana en los meses previos a la pandemia. Una de ellas consistía en lanzar basura a la calle en Cataluña; otra, se trataba de coreografías callejeras, con la visible pretensión de irritar la sensibilidad del público, en Chile. Ambos ejemplos fallaban en elaborar un mensaje, articular un vehículo expresivo que permita que alguien más conecte con el núcleo que se desea comunicar. En estos ejemplos, que incluyen nuestra película, da la impresión de que el objetivo no es que alguien entienda o partícipe del fondo de la cuestión, sino lastimar o vomitar algo indigesto.
Se trata de una metodología ineficiente que se nutre a sí misma; si no me acompañan habré comprobado lo que quería constatar: soledad, frustración y que el mundo es un agujero asqueroso, sin esperanza. Algo especialmente apreciable en el disparate, que dudo que sea sarcasmo voluntario en El Hoyo, de llamar “autogestión” a una estructura que depende de una tropa de cocineros que produzca diariamente la comida que se distribuye. Una vez más, lo único que se puede gestionar es la destrucción.
La estruendosa falta de sentido
La adoración inconsciente a la nada suele colindar con elementos que podríamos entender como demoníacos. Pero no en términos puritanos, que consistiría en catalogar como inmoral una adoración de este tipo, no creo que esa aproximación sea pertinente en este caso. Son elementos demoníacos en el sentido de que se quedan en la incompletud, en la falta, en gestos torpes cuyo único éxito consiste en hacer daño, mientras la obra alcanza la cima de su propia destrucción. Esta torpeza se ve representada también por el mesías, que entra en un sistema en completa inconsciencia del acuerdo al que accede, a cambio de un ridículo título homologado.
Seven (Siete pecados capitales, 1995), es también una película agresiva y exagerada, pero en ella conseguimos varios mensajes y coherencia simbólica. En algún punto de esa obra, el asesino John Doe dice: “Si deseas que la gente escuche ya no basta tocarles en el hombro, debes golpearlos con un mazo, así sabes que tienes su atención”.
Esto lo han entendido bien los chicos del Hoyo. No obstante, se han dejado absorber tanto en la masturbación dolorosa que representa la pieza, que el mensaje ha llegado solo hasta ahí: el señalamiento de que tal vez debería haber un mensaje.
Finalmente, lo central es que el filme nos acusa de ser responsables de la miserable situación de la humanidad. Nuestra responsabilidad, en esta situación insoportable, consistiría en no ser amables con nuestros semejantes y en refugiarnos en los errores de los demás para justificar los nuestros.
De acuerdo. Cabría preguntar entonces, ¿tienen esa amabilidad con el público quienes realizaron la película?