Las comparaciones siempre son odiosas, decía Cervantes a través del Quijote. Un principio claramente aplicable a la intimidad individual y a las personas. Sabemos que nadie encuentra simpático ser objeto de equiparaciones.
Si queremos exagerarlo un poco, podemos decir que una comparación es incapaz de dar completa cuenta de la cerrada exclusividad de cada fenómeno. En cualquier caso, ese tampoco es su propósito.
No obstante, negarnos a usar las herramientas con las que contamos para analizar semejanzas, posiblemente implique perdernos en el caos. No podríamos poner dos naranjas en la misma bolsa. Es innecesario condenar toda comparación, si tenemos claro de antemano los límites del proceso.
¿Cabe equiparar el actual gobierno socialista español con el chavismo?
A los ojos de todos los demás, los venezolanos debemos parecer severamente traumatizados. Con preocupante reincidencia, nos mantenemos ofreciendo precauciones y llamadas de atención, buscando que nadie viva lo que nosotros atravesamos. Sabemos que no hay quien escarmiente en cabeza ajena, pero no podemos evitar intentarlo.
Las circunstancias, entre la España actual y la Venezuela de hace veinte años, son muy disímiles, desde luego. Aunque inteligente, enumerar la características contrastantes entre dos naranjas no hace que sean frutas diferentes. Los procesos de fondo que enfrenta el ciudadano tienen similitudes relevantes, susceptibles de revisión.
La excusa de hoy es la emergencia
En este momento hay la condición sanitaria que afecta toda la cotidianidad y, por lo tanto, a la política. Es el punto ideal para solicitudes del tipo “arrimar el hombro”, como descaradamente intentara Rodríguez Zapatero en la crisis económica del 2009.
El mismo fenómeno carente de imaginación lo encontramos en la súplica por “lealtad” que construye el dueto Sánchez-Iglesias. Una propuesta que sería mínimamente verosímil si no se acompañara del constante ataque a la oposición y, mucho peor, de una pésima gestión de la crisis, plagada de displicencia e irregularidades. Curiosamente, el intercambio político fértil funciona exactamente al contrario: una oposición capaz de incomodar previene contra la posibilidad de que cualquier gobierno se duerma en los laureles.
Pero los chavistas españoles desean que no se les critique. Lo que casi garantiza que los errores seguirán abundando, dado que sus esfuerzos se centran en ocultarlos no en evitarlos. La irresponsable respuesta socialista seguirá siendo: “el problema es que la oposición nos crítica”. Es decir, el problema es que existe una oposición, porque la ausencia de crítica la logran, por un precio, los dictadores.
Dos gotas de agua
Veamos si algunas de estas imágenes les resultan familiares a nuestros amigos españoles:
- La acumulación de poder, influencia y recursos.
- La excesiva sensibilidad ante cualquier crítica, como si fuera una ofensa mortal o un plan orquestado para destruirles.
- El constante lanzamiento de ataques retóricos, legales e institucionales contra el más leve antagonismo; minimizados como meras respuestas.
- La concentración de medios de comunicación que, sin disimulo, delatan vínculos clientelares. Mientras se elabora una queja, cada vez más intimidante, ante los supuestos excesos comunicativos de sus críticos.
Todo esto aún caracteriza al chavismo en la Venezuela actual. Ha sido así los últimos 22 años. Son particularmente notable dos pilares:
- Un fenómeno de doble rasero, que les hace valorar positivamente los hechos que les benefician, pero los mismos hechos son negativos si les perjudican.
- Paciencia ceremonial, una vez conquistado el poder, para ir ocupando cada una de las instituciones existentes.
El ala del socialismo que tiende al delito
Los criminales pueden disfrazarse de tolerantes, pero siguen dispuestos a la agresión si las cosas no van de acuerdo a lo previsto. Hugo Chávez tenía en mente seguir planeando ataque militares, en el caso de que el camino electoral no le funcionara.
Por su parte, la oposición venezolana alardeó de no utilizar los métodos de su adversario desde el principio del arribo del chavismo al poder. No se permitió a sí misma dejar de ser democrática ni un segundo, no violó ninguna regla ni se planteó la injusticia inherente de muchas; le costó demasiado ser descortés, amenazante o insultante. Es posible que esto haya venido cambiando, sería lo más natural.
“Nosotros no somos así”, aseguraba el opositor, señalando con aires de elevación moral al gobierno, “somos diferentes”; mientras los revolucionarios reían porque ese autoconcepto, irreductiblemente pacífico y tolerante, siempre ha formado parte de las razones por las que ha sido imposible remover a Chávez del poder, incluso, siete años después de su fallecimiento.
Ahora bien, el cuerpo de recomendaciones suficientes y justas en este campo, fácilmente podría ocupar un libro entero. De manera que, si tuviera que elegir una sola, les diría: no supongan que la democracia se defiende sola. Eviten acomodarse pensando que Europa, o algún otro concepto abstracto, les salvará. No parece demasiado osado asegurar que elementos del gobierno Español están dispuestos a todo, por mantenerse en una posición de poder y no se irán si no se aplican medidas vigorosas.
Entiendo lo complicado que esto resulta en momentos que, por otras razones, son completamente distópicos como el actual. Con todo, se trata de empezar a tener claro qué está en juego y a quiénes enfrentan.
Los venezolanos apostamos a la plegaria antes de tiempo. Apostamos a que los procedimientos democráticos, por sí solos, nos sacarían de las arenas movedizas. Y, en parte gracias a esa apuesta, nos hemos transformado en los refugiados por excelencia. Los que no tienen hogar, los que se dejaron robar uno de los más prometedores países de América Latina.
Es vuestra decisión.